Versículo para hoy:
lunes, 20 de abril de 2020
20 de abril - La raíz de la ira - Ray Stedman

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El relato dice que Caín estaba
furioso porque Dios había rechazado su ofrenda y por eso su semblante estaba
decaído. Es evidente que vino esperando que Dios aceptase su ofrenda, y es
posible que se sintiese muy complacido consigo mismo y tal vez sintió que su
ofrenda de fruta y grano era mucho más preciosa, mucho más estéticamente
agradable, que aquella cosa sangrienta y sucia que Abel había colocado sobre
el altar. Pero cuando ascendió el humo de la ofrenda de Abel y la suya
permaneció sin tocar, la sonrisa de Caín se convirtió en una expresión de
enojo porque estaba furioso y resentido.
¡Qué bien conocemos este
sentimiento! Y por el mismo motivo: por celos. Se sintió celoso porque su
hermano fue aceptado pero él fue rechazado. Como nos dice el Nuevo
Testamento, estaba furioso “porque sus obras eran malas y las de su hermano,
justas” (1 Juan 3:12) y se dejó dominar por los celos.
¿No son asombrosas las cosas que
hacen que nos sintamos celosos? Tenemos celos porque nuestro vecino tiene un
auto más grande que el nuestro. Es posible que nuestros compañeros de trabajo
tengan un escritorio que esté más cerca de la ventana que el nuestro, o tal vez
hayan recibido un comentario más largo de alabanza en el boletín de noticias
de la compañía que nosotros, o su foto sea más grande. Nos sentimos furiosos
si el nombre de ellos aparece escrito con letras más grandes o tienen
alfombras más suaves en el suelo o tienen dos ventanas en lugar de una, como
en nuestro despacho. Es realmente asombroso cómo estas cosas insignificantes
hacen que nos sintamos celosos, resentidos, y nos sintamos irritados y
dominados por la envidia.
Tras esa situación se encuentra
exactamente el mismo motivo por el que Caín se puso furioso. No le gustó cómo
había actuado Dios, esa era la cuestión. No le gustó lo que Dios había
decidido hacer por Abel. No fue cuestión de que se sintiese irritado porque
la fruta no fuese tan buena como un cordero. Examinando esto después, podemos
ver estas implicaciones, pero no fue eso lo que le molestó a Caín. Lo que le
molestó fue sencillamente que Dios no se adaptó a la idea que tenía él de la
justicia. Cuando Dios pretende ponerse en contra de lo que nosotros
esperábamos, nos sentimos profundamente ofendidos, ¿no es así? No tardamos en
preguntar: “¿Cómo puede Dios hacer una cosa así? ¿Por qué permite Dios esto?”
Todo ello es debido a que deseamos que nuestros pensamientos sean el programa
según el cual actúa Dios. Pero cuando pretende hacer algo diferente, ¡qué
furiosos nos ponemos con Él!
Pero fíjese usted en la gracia de
Dios. No se vuelve en contra de Caín, dejando caer toda su ira sobre él.
Sencillamente le hizo una pregunta: “¿Por qué estás tan furioso? ¿Por qué ha
decaído tu semblante?” Esa es la mejor pregunta que se le puede hacer a una
persona que se sienta celosa y resentida: “¿Por qué? Piense usted
detenidamente en esto: ¿Por qué estás tan furioso? ¿Por qué te dejas dominar
por el resentimiento en contra de esta persona?”
Yo he aprendido que cuando los
hombres y las mujeres me preguntan, como lo hacen a veces: “¿Por qué tiene
esto que sucederme a mi?”, la única respuesta apropiada es: “¿Por qué no iba
a sucederle a usted? Estas cosas le pasan a todo el mundo y a cualquiera.
¿Por qué no iba a sucederle a usted? ¿Por qué iba usted a escapar? ¿Por qué
da usted por hecho que tiene una inmunidad especial a los problemas normales,
a las injusticias y a las pruebas en la vida?”
Con cuánta frecuencia me dejo
dominar por una ira motivada por los celos, Señor, cuando siento que me estoy
viendo privado de lo que me merezco. Perdóname y continúa recordándome que
Tus caminos no son, sin duda, mis caminos.
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Aplicación a la vida
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Cuando no se cumple lo que
esperábamos de Dios o de otras personas, con frecuencia no tardamos en
sentirnos furiosos. ¿Estamos dispuestos a reconocer nuestro resentimiento por
lo que es y volver a confiar de nuevo en Dios?
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