Versículo para hoy:

martes, 3 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(9) La santificación no es algo que previene al hombre de tener muchos conflictos espirituales interiores. Por conflicto, quiero decir una lucha dentro del corazón entre la vieja y la nueva naturaleza, la carne y el espíritu que cohabitan en cada creyente (Gá. 5:17).  Un sentido profundo de esa lucha y la gran cantidad de inquietud mental derivada de ella, no prueban que alguien no sea santificado. No, más bien, creo que son síntomas saludables de nuestra condición, que prueban que no estamos muertos, sino vivos. Un verdadero cristiano es aquel que, no sólo tiene paz en su conciencia, sino también libra una guerra espiritual en su interior. Tal creyente puede ser conocido por sus luchas, al igual que por su paz.

Al decir esto, no olvido que estoy contradiciendo los conceptos de algunos cristianos bien intencionados que creen la doctrina llamada "perfección sin pecado". No lo puedo evitar. Creo que lo que yo digo confirma lo que dice San Pablo en el séptimo capítulo de Romanos. Recomiendo a mis lectores, un estudio a fondo de dicho capítulo. Estoy convencido de que no describe la experiencia del inconverso, ni de un cristiano nuevo e inestable, sino la de un santo con años de experiencia en comunión íntima con Dios. Nadie más, que alguien así, podría decir: "Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios" (Ro. 7:22).

Creo, además, que la experiencia de todos los siervos más eminentes de Cristo que jamás han vivido, dan prueba de esto. La prueba completa puede verse en sus diarios, sus biografías, autobiografías y sus vidas.

Porque creo todo esto, nunca vacilaré en decirle a todo el mundo que el conflicto interior no es prueba de que alguien no sea santo y que no deben pensar que no son santificados porque no se sienten enteramente libres de conflictos interiores. Sin duda, estaremos libres de ellos en el cielo, pero nunca en este mundo. El corazón del mejor cristiano, aun en su mejor expresión, es un campo ocupado por dos fuerzas rivales y "la reunión de dos campamentos" (Cnt. 6:13). Dejemos que las palabras de los Artículos Trece y Quince sean consideradas seriamente por todos los hombres de Iglesia: "La infección de la naturaleza permanece en aquellos que están regenerados". "Aunque bautizados y nacidos de nuevo en Cristo, ofendemos en muchas cosas; y si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros".

(10) La santificación es algo que no puede justificar al hombre y no obstante agrada a Dios. Esto puede parecer increíble, pero es cierto. Las acciones más santas del santo más santo que jamás haya vivido, todas, en menor o mayor grado, tienen defectos e imperfecciones. Sus motivaciones están erradas o defectuosas en su manifestación y, en sí mismas, no son nada más que "pecados espléndidos", merecedores de la ira y condenación de Dios. Suponer que tales acciones pueden aguantar la severidad del juicio de Dios, expiar el pecado y merecer el cielo es sencillamente absurdo. "Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado". "Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley" (Ro. 3:20-28). La única justicia con la cual podemos aparecer ante Dios, es la justicia de un tercero, a saber, la justicia perfecta de nuestro Sustituto y Representante, Jesucristo el Señor. Su obra, y no la nuestra, es nuestro único derecho de entrada al cielo. Esta es una verdad que debiéramos estar dispuestos a defender hasta la muerte.

A pesar de todo esto, la Biblia nos enseña claramente que las acciones santas del hombre santificado, aunque imperfectas, son agradables a los ojos de Dios. "De tales sacrificios se agrada Dios" (He. 13:16). "Obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor" (Col. 3:20). "Hacemos las cosas que son agradables delante de él" (1 Jn. 3:22). Nunca olvidemos esto porque es una doctrina muy reconfortante. Como un padre se complace por los esfuerzos de su hijito por complacerlo, aunque no sea más que cortando una flor o caminando hacia él de un extremo al otro de un cuarto, así se complace nuestro Padre celestial con las pobres actuaciones de sus hijos creyentes. Él se fija en las motivaciones, los principios y las intenciones de sus acciones, y no meramente en su cantidad y calidad. Los considera miembros de su propio Hijo amado y, por él, se complacerá dondequiera que haya un solo ojo puesto en él. Los creyentes que quieran discutir esto harían bien en estudiar el Artículo Doce de la Iglesia Anglicana.