Versículo para hoy:

jueves, 13 de junio de 2024

GUARDANDO EL CORAZÓN - JOHN FLAVEL

 3- TIEMPOS QUE REQUIEREN UN CUIDADO ESPECIAL DEL CORAZÓN

5.    EL TIEMPO DE NECESIDADES EXTERNAS

EN SEGUNDO LUGARsi Dios no nos ha dejado en esta condición sin promesas, no tenemos razones para quejarnos o desfallecer en ella.

Es una condición triste la de aquellos que no tienen ninguna promesa. Calvino en su comentario sobre Isaías 9:1 explica en qué sentido la oscuridad de la cautividad no era tan grande como la que produjeron las incursiones menores de Tiglat Pileser. En la cautividad, la ciudad fue destruida y el templo quemado con fuego: no hubo ni punto de comparación en la aflicción, sin embargo la oscuridad no fue tan grande, porque, según dice él "había una cierta promesa en este caso, pero ninguna en el otro". Es mejor estar tan bajo como los infiernos con una promesa, que estar en el paraíso sin una. Incluso la oscuridad del infierno mismo no sería oscuridad comparativamente hablando si hubiese una promesa para iluminarlo.

Ahora, Dios ha dejado muchas dulces promesas para que la fe de su pueblo pobre pueda mantenerse viva en esa condición, tales como estas: "Temed al Señor, vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen. Los leoncillos necesitan y tienen hambre; pero los que buscan al Señor no tendrán falta de ningún bien" (Salmos 34:9-10). "Los ojos del Señor están sobre los justos, ... para darles vida en tiempo de hambre" (Salmos 33:18-19). "No quitará el bien a los que andan en integridad" (Salmos 84:11). "Aquel que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?" (Romanos 8:32). "Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, y no las hay; seca está de sed su lengua; yo el Señor los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé" (Isaías 41:17). Aquí podemos ver sus extremas necesidades, que hasta les es necesaria el agua para la vida, y también vemos su cierto alivio: "Yo el Señor los oiré", por lo que suponemos que claman a Él en su desesperación, y Él escucha el clamor de ellos. Teniendo por tanto estas promesas, ¿por qué no habría de concluir nuestro desconfiado corazón, como lo hizo el de David: "El Señor es mi pastor, nada me faltará"? Pero estas promesas implican condiciones: si fuesen absolutas, proporcionarían más satisfacción. Las condiciones tácitas de las que hablamos son que Él o bien suplirá o santificará nuestras necesidades, de modo que tendremos tanto como Dios considere adecuado para nosotros. ¿Acaso nos preocupa esto? ¿Seremos capaces de recibir la misericordia, sea o no santificada; ya sea que Dios la considere adecuada o no para nosotros?

Los apetitos de los santos por cosas terrenales no son tan voraces como para aferrarse codiciosamente a algo que disfrutan, si no existen circunstancias para ello. Pero cuando la necesidad aprieta, y no podemos ver de dónde llegará la provisión, nuestra fe en las promesas se tambalea, y como el murmurador Israel clamamos: "Él dio aguas, ¿podrá también dar pan?" (Salmos 78:20). ¡Oh corazón incrédulo! ¿Cuándo han fallado sus promesas? ¿Quedó avergonzado alguno que confiase en ellas?

Que el Señor no nos reprenda por nuestra irrazonable infidelidad, como en Jeremías 2:31: "¿He sido yo un desierto para Israel?", o como Cristo dijo a sus discípulos: "Desde que estuve con vosotros ¿os faltó algo?" (Lucas 22:35). Sí, no nos hagamos reprochables; no digamos con el viejo Policarpo: "Todos estos años he servido a Cristo, ¿y encontré que fuese un buen Señor?" Él puede negarnos lo que creemos necesitar, pero no lo que verdaderamente necesita nuestra necesidad. Él no prestará atención al clamor de nuestros deseos, pero no despreciará el clamor de nuestra fe. Aunque no satisfará nuestros caprichosos apetitos, no violará sus propias y fieles promesas.

Estas promesas son nuestra mejor seguridad para la vida eterna; y sería extraño que no pudiesen satisfacernos como nuestro pan diario. Recordemos las palabras del Señor y tengamos solaz en nuestro corazón con ellas en medio de todas nuestras necesidades.

Se dice de Epicuro que en el aterrador paroxismo de su enfermedad, a menudo se refrescaba recordando sus invenciones en la filosofía, y de Posidonio el filósofo, que en una aflicción aguda se consolaba con discursos de virtud moral, y que cuando estaba en malestar decía: "Oh dolor, no me haces nada; aunque eres un poco molesto, nunca diré que seas malo". Si en base a estas cosas ellos podían afirmarse estando bajo dolores tan intensos, y engañaban a sus enfermedades, ¿cuánto más deberían las promesas de Dios y las dulces experiencias que van paso a paso con ellas, hacernos olvidar de todas nuestras necesidades y consolarnos en cada dificultad?