Versículo para hoy:

viernes, 17 de mayo de 2024

GUARDANDO EL CORAZÓN - JOHN FLAVEL

2. RAZONES POR LAS QUE LOS CRISTIANOS DEBEN DEDICARSE A GUARDAR EL CORAZÓN  

-segunda parte-

3. La belleza de nuestras palabras nace de la disposición divina de nuestros espíritus

Hay una hermosura y lustre espiritual en la forma de hablar de los santos. Los santos brillan como luces del mundo, pero cualquier hermosura y lustre que haya en sus vidas proviene de la excelencia de sus espíritus, tal como la vela pone el brillo en la linterna en la que brilla. Es imposible que un corazón desordenado y descuidado produzca una conversación bien ordenada. Y como la vida mana del corazón como una fuente, es lógico que tal como es el corazón, así será la vida.

De ahí que 1 Pedro 2:12 diga: “absteneos de los deseos carnales… manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles”, buena o hermosa, como la palabra griega implica. Del mismo modo Isaías 55:7 “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos”. Su camino, indica el rumbo de su vida, sus pensamientos, muestra la disposición de su corazón. Y como el rumbo de su vida fluye de sus pensamientos o disposición del corazón, no se puede tener el uno sin el otro.

El corazón es la fuente de todos los actos, y estos actos están virtual y radicalmente contenidos en nuestros pensamientos; estos pensamientos una vez se convierten en afectos, se tornan rápidamente en acciones. Si el corazón es malo, entonces, como dice Cristo “del corazón proceden los malos pensamientos y homicidios” (Marcos 7:21). Notemos el orden: primero son los pensamientos oscuros y llenos de rencor, luego son las prácticas u homicidios.

Y si el corazón es santo, entonces sucede como con David: “Rebosa mi corazón palabra buena; Dirijo al rey mi canto; Mi lengua es pluma de escribiente muy ligero” (Salmos 45:1). Este es el ejemplo de una vida hermoseada con buenas obras. Algunas ya hechas, otras por hacer (Rebosa mi corazón) ambas proceden de una disposición divina de su corazón.

Si disponemos el corazón correctamente, la vida rápidamente lo mostrará. Por los actos y conversación de los cristianos no es difícil discernir en qué disposición se encuentran sus espíritus. Tomemos a un cristiano en buena disposición y veremos lo serias, celestiales y aprovechables que serán su  conversación y sus obras de fe. ¡Qué agradable compañero será mientras esto continúe! Hará bien al corazón de cualquiera el estar con él en tales momentos. Salmos 37:30 “La boca del justo habla sabiduría, Y su lengua habla justicia. La ley de su Dios está en su corazón”. Cuando el corazón está levantado hacia Dios y lleno de Dios, incita diestramente a palabras espirituales, mejorando y sacando ventaja de cada situación para algún propósito divino. Pocas palabras se desperdician.

Y ¿cuál es la razón de que las palabras y actos de tantos cristianos se hayan vuelto tan vacíos y  poco aprovechables, y que su comunión con Dios y con otros cristianos se haya secado, sino el hecho de que hayan descuidado sus corazones? Seguro esto es la razón de ello, y es un mal por el que hay que lamentar grandemente. De esta forma, la belleza que debería resplandecer de la conversación de los creyentes hacia los rostros y las conciencias del mundo y atraerlo (que, si no los atrae y los enamora del camino de Dios, al menos deja testimonio en su conciencia de la excelencia de estos hombres y su  caminar), se pierde en gran medida para el inexpresable detrimento de la fe.

Hubo un tiempo en el que los cristianos se comportaban de tal manera que el mundo se detenía a mirarlos. Su vida y lenguaje estaba hecho de una fibra diferente a la de otros. Sus lenguas revelaban que eran galileos en cualquier lugar al que fuesen. Pero ahora, como hay tantas especulaciones vanas y han surgido tantas controversias infructuosas, el trabajar el corazón y la piedad práctica se ha descuidado tanto entre los que dicen ser creyentes que la situación, tristemente, ha cambiado. Su manera de hablar se ha vuelto como la de otros hombres, y si viniesen entre nosotros podrían “escucharnos hablar en su propia lengua”. Y tengo pocas esperanzas de ver que este mal se corrige y que el prestigio del cristianismo sea reparado hasta que los cristianos hagan sus primeras obras, hasta que se apliquen de nuevo a trabajar el corazón.

Cuando la sal del pensamiento centrado en el cielo se aplique a la fuente, las corrientes serán más limpias y más dulces.

4. El consuelo de nuestras almas depende mucho de guardar nuestros corazones

El que es negligente al atender su propio corazón normalmente es un gran extraño a su seguridad de salvación y a los consuelos que proceden de ella. De hecho, si la doctrina antinomiana fuese cierta, que nos enseña a rechazar todas las marcas y signos de nuestro estado, diciéndonos que es el Espíritu el que inmediatamente nos da seguridad dando testimonio de nuestra adopción directamente sin esas marcas, entonces podríamos descuidar nuestros corazones. Podríamos ser extraños para nuestros corazones sin ser extraños a nuestro consuelo. Pero como las Escrituras y la experiencia nos refutan esto, espero que nunca busquemos consuelo de maneras no bíblicas. 

No niego que es la obra y oficio del Espíritu el darnos seguridad, sin embargo puedo afirmar con confianza que si alguna vez obtenemos seguridad de la forma ordinaria en que Dios la dispensa, es porque hemos hecho esfuerzo sobre nuestros corazones.

Podemos esperar que el consuelo llegue de manera más fácil, pero si alguna vez lo disfrutamos de otra forma, estoy equivocado. Sobre toda cosa guardada y probaos a vosotros mismos, este es el método de las Escrituras. 

Un distinguido escritor, en su tratado sobre el pacto, nos cuenta que conocía a un cristiano que, cuando era un niño espiritual, gemía con tanta vehemencia buscando la seguridad infalible del amor de Dios que, durante mucho tiempo deseaba fervientemente oír una voz del cielo. A veces, caminando en los campos a solas, deseaba con ansias alguna voz milagrosa de los árboles y las piedras. Esto le fue negado después de muchos deseos y anhelos. Pero, a su tiempo, algo mejor le fue concedido en la manera ordinaria de escudriñar la palabra y su propio corazón.

Una persona culta nos da otro ejemplo similar de alguien que estaba siendo llevado por la tentación a los límites de la desesperación. Finalmente, al conseguir estar establecido y asegurado, alguien le preguntó cómo lo había conseguido, y él respondió: “No fue por una revelación extraordinaria, sino sujetando mi entendimiento a las Escrituras y comparando mi corazón con ellas”.

El Espíritu nos asegura desde luego, testificando de nuestra adopción. Y testifica de dos maneras. Una es objetiva, produciendo aquellas gracias de nuestra alma que son la condición de la promesa. De esa forma el Espíritu y las gracias en nosotros son una: El espíritu de Dios habitando en nosotros es una  marca de nuestra adopción. Ahora bien, el Espíritu puede ser discernido por sus operaciones en lugar de por su esencia. Discernir estas acciones es discernir el Espíritu, y no puedo imaginar cómo discernirlas sin una búsqueda y vigilancia diligente en el corazón.

La otra forma en que el Espíritu da testimonio es efectiva, es decir, irradiando el alma con una gracia que descubre la luz, resplandeciendo sobre su propia obra, y esto en el orden natural de las cosas, sigue al trabajo anterior: primero infunde la gracia, y luego abre los ojos del alma para verla. Como el corazón es el sujeto de esa gracia, incluso este testimonio del Espíritu incluye la necesidad de guardar con cuidado nuestros corazones, ya que un corazón descuidado está tan confuso y oscurecido que la poca gracia que hay en él normalmente no puede discernirse. Los cristianos más precisos y laboriosos a veces encuentran difícil descubrir la obra pura y genuina del Espíritu en sus corazones. ¿Cómo podrá entonces el cristiano que es negligente en trabajar su corazón ser capaz de descubrir la gracia?

La sinceridad, que es lo que se busca, yace en el corazón como una pequeña pieza de oro en el fondo de un río. El que la encuentra ha de quedarse hasta que el agua es clara, y entonces la verá resplandecer en el fondo. Para que el corazón esté claro y asentado, ¡cuántos dolores, vigilancia, cuidado y diligencia se requieren!

Dios normalmente no da a las almas negligentes el consuelo de la seguridad, Él no parece avalar la pereza y el descuido. Él da seguridad, pero según su forma. Su mandato ha unido nuestro cuidado y nuestro consuelo. Están equivocados los que piensan que la seguridad puede obtenerse sin trabajo.

¡Cuántas horas solitarias ha pasado el pueblo de Dios examinando su corazón! ¡Cuántas veces han mirado la Palabra y luego sus corazones! En ocasiones pensaron haber descubierto sinceridad, y estaban incluso listos para extraer la conclusión triunfante de su seguridad, para luego aparecer una duda que no podían resolver y destruirla por completo. Muchas esperanzas, temores, dudas y razonamientos han tenido en su pecho antes de llegar a un cómodo reposo. 

Pero supongamos que es posible que un cristiano descuidado pueda lograr la seguridad. Aun así sería imposible para él retenerla por mucho tiempo, porque hay una posibilidad entre mil de que alguien cuyo corazón está lleno del gozo de la seguridad retenga mucho tiempo ese gozo, a menos que se emplee un cuidado extraordinario. Un poco de orgullo, vanidad o descuido destruirá en pedazos todo por lo que ha pasado tanto tiempo trabajando en tan cansada labor. Como el gozo de nuestra vida y el consuelo de nuestra alma se elevan y caen con nuestra diligencia en este trabajo, guardemos el corazón sobre toda cosa guardada.