Versículo para hoy:

martes, 21 de mayo de 2024

GUARDANDO EL CORAZÓN - JOHN FLAVEL

3- TIEMPOS QUE REQUIEREN UN CUIDADO ESPECIAL DEL CORAZÓN

1.    EL TIEMPO DE PROSPERIDAD

En quinto lugar el corazón puede mantenerse humilde al considerar la naturaleza obstructora que tienen las cosas terrenales sobre un alma que de todo corazón está dedicada al camino hacia el cielo. Nos cierran mucho del cielo en el presente, aunque puedan no cerrarnos el cielo al final.

Si nos consideramos peregrinos en este mundo, y de camino al cielo, tenemos tanta razón para deleitarnos en estas cosas como un caballo la tiene para deleitarse por una pesada carga. En el desprecio ateísta de Juliano había una seria verdad. Cuando arrebataba sus fortunas a los cristianos, les decía: "Esto es para que estéis más preparados para el reino de los cielos".

En sexto lugar, ¿es nuestro espíritu todavía vano y elevado? Entonces hagámosle considerar el día en que se hará recuento, ese día en el que se nos hará recuento de todas las misericordias que hemos recibido. Creo que esto debería asombrar y humillar al corazón más vano que haya jamás habitado el pecho de un santo.

Podemos tener por cierto que el Señor registra todas las misericordias que nos ha concedido, desde el comienzo hasta el fin de nuestras vidas. "Pueblo mío, acuérdate ahora desde Shittim hasta Gilgal" (Miqueas 6:5). Sí, son enumeradas y registradas en orden en una cuenta, y: "a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará" (Lucas 12:48). No somos más que administradores, y nuestro Señor vendrá a tomar cuentas de nosotros, y ¡cuán gran cuenta hemos de hacer, cuando tenemos tanto de este mundo en nuestras manos! Qué gran testigo serán nuestras misericordias contra nosotros si tenemos un pobre fruto de ellas.

En séptimo lugar, una reflexión que nos hace sentir humildes es considerar que las misericordias de Dios obran sobre nuestro espíritu de forma distinta a lo que lo hacen sobre el espíritu de otros, en los cuales se convirtieron en misericordias santificadas del amor de Dios. ¡Oh, Señor! ¡Qué triste es pensar en esto! Es suficiente para hacernos tumbar en el polvo cuando consideramos que esas mismas misericordias hicieron más humildes a otros. Cuanto más los elevó Dios, más se humillaban ante Él. 

Así fue con Jacob cuando Dios le dio tanto: "menor soy que todas las misericordias y que toda la verdad que has usado para con tu siervo; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora estoy sobre dos campamentos" (Génesis 32:10). También fue así con el santo David. Cuando Dios le hubo confirmado la promesa de construirle una casa y no rechazarlo como hizo con Saúl, él se pone delante del Señor y le dice: "¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí?" Ciertamente, así lo requería Dios. Cuando Israel le trajo los primeros frutos de Canaán, ellos debían decir: "Un arameo a punto de perecer fue mi padre" (Deuteronomio 26:5).

¿No exaltan otros a Dios cuando Dios los levanta a ellos? Y cuando Dios nos levanta a nosotros, ¿habremos de abusar más de Él y exaltarnos a nosotros mismos? ¡Cuán impía es una conducta como esa!
Otros han sido capaces de dar crédito a Dios por toda la gloria de lo que disfrutan, sin engrandecerse ellos mismos, sino a Dios por sus misericordias. 
Así dice David: "Que sea engrandecido tu nombre para siempre, ... y que la casa de tu siervo sea firme delante de ti" (2 Samuel 7:26). Él no devora la misericordia que le ha dado el Señor ni le succiona toda su dulzura sin mirar más allá de su propia comodidad. No, él solo se preocupa de la misericordia recibida por el hecho de que Dios sea magnificado en ella. De igual manera cuando Dios lo ha librado de todos sus enemigos dice: "Mi fortaleza y mi cántico es el Señor, Y él me ha sido por salvación" (Salmos 118:14).
Los creyentes del pasado no ponían la corona sobre sus propias cabezas como hacemos nosotros en nuestra vanidad.

Las misericordias de Dios han fundido el corazón de otros en amor al Dios de las misericordias. Cuando Ana recibió la misericordia de un hijo, dijo: "Mi corazón se regocija en el Señor" (1 Samuel 2:1). No en la misericordia recibida, sino en el Dios de la misericordia. De igual modo fue con María: "Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador" (Lucas 1:46-47). Esa palabra significa hacer más espacio en el espíritu para Dios; sus corazones no se contraían  por lo recibido, sino que se engrandecían para Dios.

También las misericordias recibidas de Dios han servido como restricción para evitar el pecado de otros. Esdras 9:13-14 dice "Ya que tú, Dios nuestro... nos diste un remanente como este, ¿hemos de volver a infringir tus mandamientos?" Las almas limpias sienten sobre ellas la fuerza del amor y la misericordia que las obligan.    

Las misericordias de Dios hacia otras personas han sido como aceite en los engranajes de su obediencia, y los han equipado más para el servicio. Si las misericordias que hemos recibido tienen el efecto contrario sobre nuestros corazones, tenemos grandes motivos para temer que no hayan llegado a nosotros en amor. Es suficiente para rebajar el espíritu de un creyente el ver el dulce efecto que las misericordias han tenido sobre otros y los amargos efectos que han tenido sobre él mismo.