Versículo para hoy:
lunes, 10 de septiembre de 2018
SEPTIEMBRE 10
“Bendito serás en tu entrar y bendito en tu salir”. Deuteronomio 28:6.
Las bendiciones de la ley
no son anuladas. Jesús confirmó la promesa cuando Él llevó el castigo. Si yo
guardo los mandamientos de mi Señor, puedo apropiarme esta promesa sin duda
alguna.
En este día entraré
en mi casa sin temor de malas noticias, y entraré en mi cámara esperando oír
buenas nuevas de mi Señor. No tendré miedo de examinarme a mí mismo, ni de
entrar en mis asuntos por una inspección diligente de mi negocio. Tengo mucho
que hacer en el interior, en mi propia alma. ¡Oh, que caiga una bendición sobre
todo ello, la bendición del Señor Jesús, que ha prometido morar conmigo!
También tengo que salir.
La timidez me hace desear que pudiera quedar en casa, y nunca más salir fuera
al mundo. Pero tengo que salir a mi oficio y tengo que salir para ser de algún
beneficio a mis hermanos y para ser útil a los impíos. Tengo que ser un
defensor de la fe y un agresor contra el mal. ¡Oh que caiga una bendición sobre
mi salida en este día! Señor, que vaya yo donde Tú guíes, haciendo los trabajos
que me has encargado, bajo tu mando y en el poder de tu Espíritu.
Señor Jesús, entra
conmigo y sé mi huésped; y después, sal fuera conmigo, y haz que mi corazón
arda mientras me hables en el camino.
SEPTIEMBRE 9
“Bienaventurado el hombre que siempre está temeroso”. Proverbios 28:14.
El temor del Señor es el
principio y el fundamento de toda verdadera religión. Sin un temor reverencial
de Dios no hay en donde tomar pie para las virtudes más brillantes. El alma que
no adora nunca vivirá en santidad.
Es feliz aquel que siente
un temor celoso de hacer mal. El temor santo no solamente mira antes de saltar,
sino aun antes de moverse. Teme errar, teme faltar a su deber, teme cometer
pecado. Teme la mala compañía, la conversación liviana y la astucia sospechosa.
Esto no hace miserable a un hombre, sino que le trae la felicidad. El centinela
vigilante es más feliz que un soldado que duerme en su puesto. El que prevé el
mal y se escapa es más feliz que el que anda descuidadamente y es destruido.
El temor de Dios es una
gracia humilde que conduce a un hombre por un camino excelente del cual está
escrito: “No habrá allí león, ni bestia fiera subirá por él”. El temor aun de
la sola apariencia del mal es un principio purificador, que hace que un hombre
por el poder del Espíritu Santo, pueda guardar sus vestidos sin mancha de este
mundo. En ambos sentidos, el que “siempre está temeroso” es hecho feliz.
Salomón había probado tanto la mundanalidad como el temor santo: en la una
halló vanidad y en el otro la felicidad. No repitamos la prueba que él hizo;
atengámonos a su veredicto.
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