sábado, 5 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816 - 1900)

 

El gran teólogo John Owen, maestro de la Iglesia de Cristo hace más de doscientos años, solía decir que hay gente cuya religión parece consistir en andar quejándose todo el tiempo de sus propias corrupciones y diciéndoles a todos que no pueden hacer nada al respecto. Me temo que ahora, después de dos siglos, lo mismo podría decirse de algunos seguidores de Cristo. Sé que hay pasajes en las Escrituras que ameritan estas quejas. No pongo objeción a ellas cuando proceden de hombres que siguen los pasos del Apóstol Pablo y pelean la buena batalla, como lo hizo él, contra el pecado, el diablo y el mundo. Pero nunca me gustan tales quejas cuando sospecho, como lo hago a menudo, que son sólo un manto para cubrir la pereza espiritual. Si decimos con Pablo: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?", que podamos decir también con él: "Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús". No citemos sólo un ejemplo de él, cuando no lo seguimos en otro (Ro. 7:24; Fil. 3:14).

No pretendo ser mejor que los demás y si alguno pregunta: "¿Quién es usted, que escribe de esta manera?" Contesto yo: "No soy más que una muy pobre criatura". Pero digo que no puedo leer la Biblia sin anhelar ver que más creyentes sean más espirituales, más santos, más enfocados, que piensen más en el cielo, que estén más consagrados de lo que están ahora. Quiero ver entre los creyentes un espíritu más como el de un peregrino, más apartados del mundo, una conversación más evidentemente celestial, un andar más íntimo con Dios y por eso he escrito como lo he hecho.

¿No es cierto que necesitamos una norma superior de santidad personal en este tiempo? ¿Dónde está nuestra paciencia? ¿Dónde está nuestro celo? ¿Dónde está nuestro amor? ¿Dónde están nuestras obras? ¿Dónde se puede ver el poder de la fe cristiana, como se vio en el pasado? ¿Dónde está aquel tono inconfundible que solía distinguir a los santos del pasado y que sacudía al mundo? Ciertamente nuestra plata se ha convertido en escoria, nuestro vino se ha mezclado con agua y nuestra sal tiene muy poco sabor. Todos estamos más que medio dormidos. La noche ha pasado y ya viene la mañana. Despertemos y dejemos de dormir. Abramos más nuestros ojos de lo que hemos hecho hasta ahora, "despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia", "limpiémonos de toda contaminación de carne y espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios" (He. 12:1; 2 Co. 7:1). "Habiendo muerto Cristo", dice Owen, "¿vivirá el pecado? ¿Fue él crucificado en el mundo y serán nuestros sentimientos hacia el mundo entusiastas y vivaces? ¡Oh! ¿Dónde está el espíritu de aquel por quien el mundo ha sido crucificado para él y él para el mundo?" (Gá. 6:14).

viernes, 4 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (21816-1900)


(2) Quiero ahora hablarles un poco a los creyentes. Les pregunto: "¿Creen que sienten la importancia de la santidad tanto como debieran?"

La actitud que tiene la gente de estos tiempos con respecto a este tema es de temer. Dudo mucho que ocupe el lugar que merece en los pensamientos y la atención de algunos en el pueblo del Señor. Sugiero, humildemente, que somos propensos a pasar por alto la doctrina del crecimiento en la gracia y que no consideramos suficientemente, cuán avanzado puede estar el hombre en la profesión de su religión y, aun así, carecer de gracia y, finalmente, estar muerto a los ojos de Dios. Creo que Judas Iscariote era muy parecido a los demás apóstoles. Cuando el Señor anunció que uno lo traicionaría, nadie dijo: "¿Es Judas?". Nos conviene pensar más en las iglesias de Sardis y Laodicea de lo que lo hacemos.

No es mi intención hacer un ídolo de la santidad. No quiero destronar a Cristo y poner a la santidad en su lugar. Pero tengo que decir cándidamente que desearía que la santificación ocupara más de los pensamientos de lo que parece hacerlo en la actualidad y, por lo tanto, aprovecho la ocasión para insistirles sobre el tema a aquellos en cuyas manos caen estas páginas. Me temo que, a veces, se olvidan de que Dios ha unido la justificación con la santificación. Sin duda, son cosas distintivamente diferentes, pero la una nunca se encuentra sin la otra. Lo que Dios ha juntado no se atreva nadie a separar. No me cuente de su justificación, a menos que tenga algunas señales de santificación. No se vanaglorie de la obra que Cristo realizó para usted, a menos que pueda mostrarme la obra del Espíritu en usted. No piense que Cristo y el Espíritu alguna vez puedan ser divididos. Dudo que no haya muchos creyentes que saben estas cosas, pero creo que es bueno que las recordemos. Demos pruebas de que las conocemos por nuestra manera de vivir. Tratemos de tener constantemente en cuenta este texto: "Seguid la santidad, sin la cual nadie verá al Señor".

Tengo que decir francamente que me gustaría que no hubiera tanta sensibilidad al tema de la santidad como, a veces percibo entre los creyentes. ¡Se toca con tanta cautela que alguien pudiera pensar que realmente es un tema peligroso de encarar! Por cierto que cuando hemos exaltado a Cristo como "el camino, la verdad y la vida", no podemos equivocarnos si hablamos con firmeza sobre lo que debiera ser el carácter de su pueblo. Bien dice Rutherford: "El camino que rebaja los deberes y la santificación, no es el camino de la gracia. El creer y el hacer son amigos inseparables".

Tengo que decirlo, pero lo digo con reverencia. A veces me temo que si Cristo estuviera hoy en la tierra, no faltarían los que pensaran que su predicación es legalista y si Pablo estuviera escribiendo sus epístolas, habría aquellos que pensarían que mejor le sería no escribir la última parte de la mayoría de las epístolas, tal como lo hizo. Pero recordemos que el Señor Jesús sí predicó el Sermón del Monte y que la Epístola a los Efesios contiene seis capítulos y no cuatro. Me duele tener que hablar de esta manera, pero hay una razón para hacerlo.

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816 - 1900)


Usted puede decir: "En este caso, serán muy pocos los que habrán de ser salvos". Contesto yo: "Lo sé. Es precisamente lo que Cristo nos dice en el Sermón del Monte". El Señor Jesús así lo dijo hace 1.900 años. "Estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan" (Mt. 7:14). Pocos serán salvos porque pocos se tomarán el trabajo de buscar la salvación. Los hombres no quieren negarse los placeres del pecado y de su propia voluntad por un poquito de tiempo. Le dan la espalda a la vida: "No queréis venir a mí para que tengáis vida, dijo Jesús" (Jn. 5:40).

Usted puede decir: "El hecho de que el camino es muy angosto es algo difícil de aceptar". Contesto yo: "Lo sé". Es lo que dice el Sermón del Monte. Es lo que dijo el Señor Jesús hace 1.900 años. Siempre decía que los hombres tenían que tomar su cruz diariamente y que debían estar listos para amputarse una mano o un pie, si querían ser sus discípulos. En la fe cristiana sucede lo mismo que en otras cosas: "Sin dolor no hay ganancias". Lo que nada cuesta, nada vale.

No importa lo que sea que pensemos que es correcto, lo cierto es que debemos ser santos si queremos ver al Señor. ¿Dónde está nuestro cristianismo si no lo somos? No sólo hemos de ser cristianos de nombre y tener conocimiento, tenemos que tener también un carácter cristiano. Tenemos que ser santos en la tierra, si es que tenemos la intención de ser santos en el cielo. "Sin santidad nadie verá al Señor". "La agenda del Papa", dice Jenkyn, "sólo convierte en santos a los muertos, en cambio las Escrituras requieren santidad en los vivos". "Que nadie se engañe", dice Owen, "la santificación es una cualidad indispensable para los que están bajo la dirección de Cristo el Señor para salvación. Él no lleva nadie al cielo que no santifica en la tierra. La Cabeza viviente no admitirá miembros muertos".

No nos maravillemos porque las Escrituras digan: "Os es necesario nacer de nuevo" (Jn. 3:7). Es claro como el agua que muchos que profesan ser cristianos necesitan un cambio completo -un nuevo corazón, una nueva naturaleza-, si han de ser salvos. Las cosas viejas tienen que pasar, tienen que convertirse en criaturas nuevas. "Sin santidad nadie", sea quien sea, "verá al Señor".

miércoles, 2 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Respuestas típicas a la pregunta

Puede usted tratar de callarme diciendo: "Siento mucho más y pienso mucho más acerca de estas cosas, sí, mucho más de lo que muchos suponen". Contesto yo: "Ésta no es la cuestión. Las pobres almas perdidas en el infierno también lo hacen". La pregunta importante no es lo que usted piensa, ni lo que siente, sino lo que hace.

Usted puede decir: "Nunca hubo la intención de que todos los cristianos fueran santos. La santidad, como usted la ha descrito, es sólo para los grandes santos y las personas que tienen dones especiales". Contesto yo: "No veo eso en las Escrituras. Leo que cada uno que tiene esperanza en Cristo «se purifica a sí mismo»" (1 Jn. 3:3). "Sin santidad nadie verá al Señor".

Usted puede decir: "Es imposible ser santo y, a la misma vez, cumplir con nuestras obligaciones diarias; es imposible". Contesto yo: "Usted está equivocado. Sí se puede. Con Cristo de nuestro lado nada es imposible. Muchos lo han hecho. David, Abdías, Daniel y los siervos de la casa de Nerón, son ejemplos de que sí es posible".

Usted puede decir: "Si yo fuera santo sería diferente de otra gente". Contesto yo: "Lo sé. Es justamente lo que usted debiera ser. Los siervos auténticos de Cristo siempre son diferentes del mundo que los rodea -una nación distinta, un pueblo singular- ¡y usted debe serlo también si ha de ser salvo!"

martes, 1 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

Aplicaciones prácticas

Ahora quiero dar algunas palabras a manera de aplicación.

(1) Para empezar, quiero preguntarles a cada uno que lee estas páginas: ¿Es usted santo? Escuche, le ruego, la pregunta que ahora le hago. ¿Sabe usted algo de la santidad de la que he estado hablando?

No le pregunto si asiste a su iglesia regularmente, si ha sido bautizado y participado de la Cena del Señor, ni si se denomina cristiano. Le pregunto algo que es mucho más que esto: ¿Es usted santo o no lo es?

No le pregunto si aprueba usted de la santidad en otros, si le gusta leer acerca de la vida de personas santas, hablar de cosas santas, si tiene libros santos sobre la mesa ni tampoco si piensa ser santo y espera serlo algún día. Lo que le pregunto es más: ¿Es usted santo hoy mismo o no lo es?

¿Y por qué lo pregunto tan directamente e insisto tanto? Lo hago porque la Biblia dice: "Seguid la paz... y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor". Está escrito, no es una invención mía, no es mi opinión personal; es la Palabra de Dios: "Seguid la paz... y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (He. 12:14).

¡Ay, qué palabras tan escrutadoras e inquietantes son éstas! ¡Qué pensamientos cruzan por mi mente mientras las escribo! Observo el mundo y veo a la mayor parte de sus habitantes en la impiedad. Observo a los que profesan ser cristianos y veo que la gran mayoría no tienen nada de cristianos aparte del nombre. Me vuelvo a la Biblia y oigo decir al Espíritu: "Seguid la paz... y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor".

Es un texto que debiera obligarnos a considerar nuestros caminos y escudriñar nuestros corazones. Realmente debiera generar en nosotros pensamientos muy serios e impulsarnos a orar.