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Este relato revela tres cosas que
marcan el principio de la muerte, y la prueba de que esta historia realmente
sucedió se encuentra ahí, porque estas tres cosas son verdad en el caso de
todas las personas. Cuando cedemos a la tentación, experimentamos los
placeres del pecado. Pero lo que este relato nos obliga a afrontar es que el
placer viene acompañado de algo indeseable, un acontecimiento relacionado con
el pecado del que no podemos escapar. Todo ello es como una oferta conjunta. Aquí se nos explican tres cosas que marcan el principio de la muerte.
La primera de ellas es esta: “se
dieron cuenta de que estaban desnudos”. Habían estado desnudos todo el
tiempo, pero no supieron que estaban desnudos hasta después de la caída. ¿Por
qué? Porque nunca se habían mirado a sí mismos. El darse cuenta de su
desnudez es una manera simbólica de expresar la idea de que experimentaron la
aparición de lo que llamamos la propia conciencia. Se vieron a sí
mismos, y el efecto inmediato fueron sus sentimientos de vergüenza y de
turbación.
De manera que, al igual que Adán y
Eva, nos encontramos haciendo prendas que cubran nuestra propia conciencia.
Esto es verdad también a nivel psicológico. Esto es lo que se halla tras la
práctica universal de proyectar una imagen de nosotros mismos, que es una
forma de vestidura psicológica. Es una manera de intentar que las personas
piensen acerca de nosotros de una manera diferente a como somos en realidad. Es por eso que todos luchamos con el tema de la honestidad, por ser francos. No queremos que las personas nos vean o piensen acerca de
nosotros como somos. No queremos pasar demasiado tiempo con ninguna persona
porque tememos que esa persona nos vea tal y como somos.
La segunda cosa que nos muestra
este relato se encuentra en el versículo 8. El esconderse es una reacción
instintiva a la culpa. Aquí tenemos una primera descripción de una
conciencia que comienza a funcionar; ese tormento interior con el cual
estamos todos familiarizados no lo podemos eliminar, por mucho que lo
intentemos. De hecho, con frecuencia cuanto más nos esforzamos por hacer caso
omiso de ella, tanto más profundamente nos acribilla y tanto más inexorable
se vuelve. Los psicólogos están de acuerdo en que la culpa es una reacción
universal frente a la vida, de la que, sin motivo o explicación aparente,
todos padecemos. Este sentido de la culpa nos obsesiona, nos sigue y hace que
nos sintamos atemorizados. Tenemos miedo a lo desconocido, al futuro y a lo
que no vemos.
Pero existe todavía un tercer
aspecto de esta muerte revelado aquí: El Señor le preguntó: ―¿Qué es esto que
has hecho?
Adán le respondió: ―La mujer que me
diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Es culpa de ella.
La mujer dijo: ―Bueno, no es culpa
mía, es culpa de la serpiente. La serpiente me engañó, y yo comí.
Este es el primer esfuerzo humano
por intentar enfrentarse con el problema de la culpa, y aquí es donde siempre
aparece el echar la culpa a otros. A la postre acaba por apuntar a Dios y
decir que Él tiene la culpa. Las personas son sencillamente víctimas
impotentes de las circunstancias. Esto es lo que se oculta tras nuestro
intento de echarnos la culpa los unos a los otros y echar la culpa de
nuestras acciones o actitudes a alguna circunstancia exterior.
Señor, confieso que he visto las
marcas de la muerte en mi propia vida: en la conciencia de mí mismo, la
culpabilidad y el culpar a otros. Te doy gracias por Tu gracia, que me busca
incluso cuando intento ocultarme.
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Aplicación a la vida
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¿Por qué resulta tan fácil echar la
culpa a los dirigentes, al cónyuge, a los amigos, a los enemigos y a la
postre incluso a Dios por nuestras fastidiosas circunstancias? ¿Qué tres
cosas caracterizan el principio de la muerte?
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Versículo para hoy:
martes, 14 de abril de 2020
14 de abril - La oferta conjunta - Ray Stedman
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