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Este versículo define la naturaleza
de la unidad cristiana. No es una unidad que se pueda producir, sino una
unidad que ya existe. Estos no son artículos de acuerdo teológico, sino que
son aspectos de experiencia mutua. Estas son cosas que se producen en
nosotros, no siendo nosotros los responsables de producirlas. Todas ellas son
inmediatamente experimentadas por todos aquellos que están en Cristo. Por lo
tanto, la manera de crear la unidad es sencillamente traer a las personas a
Cristo, y la unidad del Espíritu se producirá en estas personas por medio del
Espíritu.
Al aplicar esta gran verdad hay
ciertas cosas que resultan evidentes: para empezar, no podemos clasificar a
los cristianos por organizaciones. No podemos decir que todas las personas
que pertenecen, por ejemplo, a la iglesia bautista son cristianas pero que
todas aquellas que son católicas no lo son. El Espíritu de Dios salta siempre
por encima de los límites humanos. La unidad del Espíritu se encontrará en
personas pertenecientes a muchos grupos diferentes. Encontraremos cristianos
por todas partes, y es nuestra responsabilidad mantener la unidad del
Espíritu mediante los lazos de la paz con cristianos dondequiera que los
encontremos.
Una segunda conclusión sugiere que
aquellos que han participado en esta unidad del Espíritu no pueden de ninguna
manera participar en un esfuerzo evangelístico con las personas que niegan
esta unidad fundamental. ¿Por qué no? Porque nuestras acciones las determinan
nuestras creencias. Existen creencias fundamentales que marcan la dirección
de nuestra vida. Cuando una persona ha aceptado estas y otra no lo ha hecho,
se encuentra ante dos direcciones fundamentalmente contrarias. Es imposible
que una persona cabalgue sobre dos caballos que van en direcciones
contrarias, y el intentarlo daría como resultado una tensión tremenda sobre
la anatomía. Es por este motivo que les fue ordenado a los israelitas no
poner un yugo entre un buey y un asno. ¿Por qué no? Para empezar, porque van
a diferentes velocidades, son de dos tamaños diferentes y sencillamente
rozarían constantemente el uno contra el otro. Sería una crueldad a ambos el
intentar unirlos. Esta es la manera que tiene Dios de enseñarnos, de manera
simbólica, que existen diferencias fundamentales de caminar y de dirección,
de manera que dos no pueden caminar juntos a menos que estén de acuerdo.
Existe una tercera aplicación
práctica sobre esto. Los esfuerzos realizados por los cristianos no deben ir
dirigidos a crear la unidad, sino a mantener la paz en el cuerpo. Es así como
lo explica Pablo: “procurando mantener la unidad del Espíritu en el vínculo
de la paz” (v. 3). Es importante que los cristianos no estén peleándose,
discutiendo y luchando los unos en contra de los otros. Una iglesia que actúe
de este modo es un cuerpo totalmente inefectivo en su comunidad. Es
importante que cuando se reúnan los cristianos reconozcan que han sido
llamados a entenderse los unos a los otros, a perdonarse los unos a los
otros, a ser amables, sensibles, no guardando rencor, que sean capaces de
perdonar, que no estén amargados ni resentidos, odiándose los unos a los
otros. Es ahí donde se introduce el Espíritu cuando está entre nosotros,
eliminando las rencillas de larga duración, los resentimientos arraigados y
las amargas hostilidades que han mantenido los unos en contra de los otros.
Es preciso que cumplamos lo que el apóstol nos dice que debemos de hacer,
manteniendo la unidad del Espíritu.
Padre, deseo que Tu Espíritu
escudriñe mi corazón en lo que se refiere a mi actitud respecto a otras
personas. Te doy gracias que no es parte de mi llamamiento producir una unión
de cristianos, sino más bien descubrir esa unidad que solo puede producir el
Espíritu Santo.
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Aplicación a la vida
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¿Nos hemos dado cuenta que no cae
en nosotros la responsabilidad de producir la unidad, sino descubrir la
unidad producido por el Espíritu? ¿Hay evidencia en nosotros de la paz, el
amor y la vida de Cristo?
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Versículo para hoy:
sábado, 14 de marzo de 2020
14 de marzo - El clamor por la unidad - Ray Stedman
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