En resumidas cuentas, ¿cuál es nuestra esperanza, alegría o
motivo de orgullo delante de nuestro Señor Jesús para cuando él venga? ¿Quién
más sino ustedes? Sí, ustedes son nuestro orgullo y alegría. 1 Tesalonicenses 2:19-20.
Los tesalonicenses
estaban hundidos en el pecado, y este pobre fabricante de tiendas vino y les
habló de Jesús y de su evangelio. Creyeron a su testimonio y esa creencia
cambió las vidas de los que lo escucharon y los hizo santos, y al ser renovados
se convirtieron en santos perfectos, y allí los encontramos, y Cristo se
glorificó en ellos. ¿No sería algo delicioso que en la eternidad pudieras
contemplar que aquella tarde cuando fuiste a tu clase en la Escuela Dominical
y, con un poco de miedo de no poder decir mucho, hablaste de Jesucristo con
lágrimas en los ojos y una preciosa niña creyó en su poderoso nombre gracias a
tu testimonio? En los años que vendrán esa niña estará entre los que brillan
para la gloria de Cristo por siempre. O quizá visites un asilo y les hables a
algunos de los pobres vagabundos que están allí, o a alguna mujer que haya
pecado, acerca de la historia del amor de tu Señor que derramó su sangre, y uno
de esos corazones rotos entienda la preciosa palabra y venga a Jesús, y
entonces el carácter celestial comenzará a formarse en él, y habrás asegurado
otra joya para la diadema del Redentor. Pienso que admirarás su corona todavía
más porque al ver algunos brillantes que resplandecen en ella, dirás: «Bendito
sea su Nombre para siempre, pues me ayudó a sumergirme en el mar y buscar esa
perla preciosa para él», y ahora adorna su sagrada corona. ¡Ahora, todos
ustedes, hagan lo mismo!
A través de la Biblia en un año: Hebreos 12-13
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