jueves, 31 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

Me atrevo a decir que sería bueno que se enseñara con más frecuencia de lo que se enseña, la obligación de "calcular el costo" de seguir a Cristo. Actuar con apuro e impaciencia es la orden del día para muchos que pretenden ser religiosos. Las conversiones instantáneas y una paz razonable inmediata parecen ser los únicos resultados que quieren obtener del evangelio. Comparados con estos, todo lo demás queda a la sombra. Obtenerlas es, aparentemente, el gran fin y objetivos de sus obras. Digo sin vacilar que este modo intrascendente y parcial de enseñar el cristianismo es extremadamente malicioso.

Nadie se equivoque sobre lo que digo. Apruebo totalmente que se ofrezca a los hombres una salvación en Cristo total, inmediata, presente y gratuita. Apruebo totalmente que se le insista al hombre sobre la posibilidad y el deber de una conversión inmediata y al instante. No cuestiono a nadie con respecto a esto. Pero lo que sí digo es que estas verdades no deben ser presentadas sin esencia, aisladas y como únicas. Tienen que presentarse diciendo sinceramente lo que están aceptando, si profesan el deseo de salir del mundo y servir a Cristo. Las personas no deben ser presionadas a sumarse a las filas de las huestes de Cristo sin haberles dicho lo que implica la guerra. En una palabra, se les debe decir sinceramente que "calculen el costo".

La práctica de "calcular el costo"

¿Se pregunta alguno cuál fue la práctica de Jesús en este asunto? Lea esta descripción de Lucas. Nos dice que en cierta ocasión: "Grandes multitudes iban con él; y volviéndose, les dijo: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo" (Lc. 14:25-27). Me es necesario decir directamente que no puedo reconciliar este pasaje con los procedimientos de muchos maestros religiosos modernos. Y esto, a pesar de que la doctrina referente a esta cuestión es clara como el sol en su cenit. Nos muestra que no debemos apurar a los hombres para que profesen ser discípulos, sin advertirles claramente que "calculen el costo".

¿Se pregunta alguno cuál ha sido la práctica de los mejores y más insignes predicadores del evangelio en el pasado? Me atrevo a decir que todos, a una, dan testimonio de la sabiduría con que el Señor trató con las multitudes a las cuales me acabo de referir. Lutero, Latimer, Baxter, Wesley, Whitefield, Berridge y Rowland Hill estaban profundamente conscientes de lo engañoso que es el corazón del hombre. Sabían perfectamente que no todo lo que brilla es oro, que convicción no es conversión, que emoción no es fe, que sentimiento no es gracia y que no todo lo que florece llega a ser fruto. "No seáis engañados", era el clamor constante de los predicadores de antaño. (Dt. 11:16; Lc. 21:8). "Considera bien lo que haces. No corras antes de que seas llamado. Calcula el costo".

Si queremos hacer las cosas bien, nunca nos avergoncemos de seguir los pasos de nuestro Señor Jesucristo. Trabajemos intensamente en pro de las almas de otros, si queremos y si tenemos la oportunidad. Instémosles a considerar sus caminos. Constriñámosles con santa intensidad a venir, a dejar sus armas y a entregarse a Dios (Mt. 11:12). Ofrezcámosles salvación, una salvación inmediata, lista, gratuita y plena. Mostrémosles a Cristo y todos los beneficios que tendrán cuando lo acepten. Pero en todo lo que hagamos, digamos la verdad y toda la verdad. No nos rebajemos a usar los ardides vulgares de un sargento recluta. No hablemos sólo del uniforme, la paga y la gloria; hablemos también de los enemigos, la batalla, la armadura, la necesidad de velar, las marchas y las prácticas. No presentemos sólo un lado del cristianismo. No dejemos de hablar de "la cruz", en la que murió Cristo por nuestra redención. Incluyamos la importancia de negarse a sí mismo; cuando hablemos de la cruz expliquemos todo lo que implica el cristianismo. Instemos a los hombres a que se arrepientan y acudan a Cristo; pidámosles, a la vez, que "calculen el costo".

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