(2) Fe en la Persona, Obra y Oficio del Señor Jesucristo
Una fe especial en la persona, obra y el oficio de nuestro Señor Jesucristo es la vida, el corazón y el móvil del carácter cristiano.
Una persona ve por fe a un Salvador invisible quien lo ama, dio su vida por él, pagó sus deudas, cargó con sus pecados, llevó sus transgresiones, resucitó por él y aparece en el cielo para él como su Abogado sentado a la diestra de Dios. Ve a Jesús y se aferra a él. Viendo a este Salvador y confiando en él, siente paz y esperanza, y con gusto batalla contra los enemigos de su alma.
Ve sus muchos pecados, su corazón débil, un mundo tentador, un diablo activo y, si mirara sólo a estos, se desesperaría. Pero ve también a un Salvador poderoso, un Salvador intercesor, un Salvador comprensivo -su sangre, su justicia, su sacerdocio eterno- y cree que todo esto es para él. Ve a Jesús y pone sobre él todo su peso. Viéndolo a él sigue luchando alegremente, con la confianza de que los que creemos en él "somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Ro. 8:37).
(3) Fe en la presencia de Cristo y su pronta disposición para ayudar
Una fe viva habitual en la presencia de Cristo y su pronta disposición para ayudar es el secreto de la lucha victoriosa del soldado cristiano.
Nunca olvidemos que hay grados de fe. No todos los hombres creen igual y aun, una misma persona, tiene altibajos de fe y cree con más convicción en un momento que en otro. Según el grado de su fe, el cristiano pelea bien o mal, gana victorias o sufre reveses ocasionales, termina triunfante o pierde una batalla. El que tiene más fe siempre será el soldado más feliz y el que se sentirá más seguro. Nada le quita mejor al soldado las ansiedades de la guerra que la seguridad del amor y la protección continua de Cristo. Nada lo capacita para aguantar el cansancio de velar, luchar y contender contra el pecado como la confianza interior de que Cristo está de su lado y, por ende, el éxito es seguro. Es el "escudo de la fe" el que apaga todos los dardos de fuego del maligno. El hombre que puede decir: "Yo sé en quién he creído", es el que puede decir en el momento de sufrimiento: "No me avergüenzo".
El que escribió: "No desmayamos" y "porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria", es el que escribió con la misma pluma: "No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas". Es el hombre que dijo: "Vivo en la fe del Hijo de Dios" y dijo en la misma epístola: "El mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo". Es el hombre que dijo: "He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación" y en la misma epístola: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece". ¡Cuanto más grande es la fe, más contundente es la victoria! ¡Cuanto mayor es la fe, más enriquecedora es la paz interior! (Ef. 6:16; 2 Ti. 1:12; 2 Co. 4:16-18; Gá. 2:20; 6:14; Fil. 1:21; 4:11, 13).
Las victorias de los soldados cristianos fieles
Creo que es imposible sobreestimar el valor y la importancia de la fe. Bien pudo llamarla el Apóstol Pedro "preciosa" (2 P. 1:1). No me alcanzaría el tiempo si tratara de mencionar una centésima parte de las victorias que los soldados cristianos han obtenido por fe.
Tomemos nuestra Biblia y leamos con atención el capítulo once de la Epístola a los Hebreos. Subrayemos la larga lista de nombres de los hombres de fe que allí se registran, desde Abel hasta Moisés, aun antes de que naciera Cristo de la virgen María, trayendo la plenitud de vida y la inmortalidad a la luz por el evangelio Notemos bien las batallas que ganaron contra el mundo, la carne y el diablo. Y luego recordemos que creer fue lo que lo hizo todo. Estos hombres esperaban con anticipación al Mesías prometido. Vieron a Aquel que es invisible. "Por ella [la fe] alcanzaron buen testimonio los antiguos" (He.11:2, 27).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario