viernes, 20 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(g) El hombre santo procurará practicar un espíritu de misericordia y benevolencia hacia los demás. No permanecerá inactivo todo el día. No se contentará con no hacer daño. Tratará de hacer el bien. Se esforzará todo lo posible por ser útil en su época y generación, y de aliviar las necesidades espirituales y los sufrimientos a su alrededor. Tal como Dorcas que, "abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía". No sólo se proponía hacer algo y hablaba de lo que pensaba hacer, sino que ponía manos a la obra (Hch. 9:36). Así también era Pablo. Él decía: "Y yo con el mayor placer gastaré lo mío... aunque amándoos más, sea amado menos" (2 Co. 12:15).

(h) El hombre santo procurará pureza del corazón. Aborrecerá toda suciedad y contaminación de su espíritu, y buscará evitar todas las cosas que puedan llevarlo a ellas. Sabe que su propio corazón es como paja y será diligente en mantenerse lejos de las chispas de la tentación. ¿Quién se atreverá a hablar de fortaleza sabiendo que alguien como David puede caer? Podemos percibir pistas en la ley ceremonial. Bajo ella, el hombre que apenas tocaba un hueso, un cadáver, un sepulcro o a un enfermo era impuro a los ojos de Dios. Y estas cosas eran, meramente, símbolos y figuras. Son pocos los cristianos que alguna vez están demasiado en guardia o son demasiado cautelosos en relación con este punto.

(i) El hombre santo procurará tener temor a Dios. No me refiero al temor de un esclavo que sólo trabaja porque teme al castigo y no haría nada, si no temiera que lo descubrieran. Me refiero más bien al temor de un niño que anhela vivir y comportarse como si siempre estuviera ante su padre, porque lo ama. ¡Qué ejemplo tan noble de esto nos da Nehemías! Cuando fue nombrado gobernador de Jerusalén hubiera podido exigir impuestos al pueblo para su mantenimiento. Eso es lo que había hecho el gobernador anterior. Nadie lo hubiera recriminado por ello. Pero dice: "Pero yo no hice así, a causa del temor de Dios" (Neh. 5:15).

jueves, 19 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(d) El hombre santo procurará humildad, longanimidad, mansedumbre, paciencia, bondad y control de su lengua. Soportará mucho, sobrellevará mucho y será lento en hablar de sus derechos. Vemos un ejemplo brillante de esto en la conducta de David cuando Simei lo maldijo y en la de Moisés cuando Aarón y Miriam hablaron en su contra (2 S. 16:7; Nm. 12:1).

(e) El hombre santo procurará dominio propio y autonegación. Trabajará para mortificar los deseos de su cuerpo, para crucificar su carne con sus afectos y lascivias, dominar sus pasiones, restringir sus inclinaciones carnales, por si alguna vez, una de estas se desatara. Oh, qué palabras fueron aquellas del Señor Jesús a sus apóstoles cuando les dijo: "Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida" (Lc. 21:34) y las del apóstol Pablo: "Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (1 Co. 9:27).

(f) El hombre santo procurará practicar la caridad y la bondad fraternal. Se esforzará por observar la regla de oro de hacer a los demás lo que quiere que le hagan y hablar a los otros como quiere que le hablen a él (Mt. 7:12; Jn. 13:34). Estará lleno de cariño por sus hermanos, por sus cuerpos, sus propiedades, sus personalidades, sus sentimientos y sus almas. "El que ama al prójimo", dice Pablo, "ha cumplido la ley" (Ro. 13:8). Aborrecerá toda mentira, calumnia, murmuración engaño, deshonestidad, y trato injusto, aun en su mínima expresión. El shekel y el codo del santuario eran más grandes que los de uso común. Tratará de adornar su fe con todo su aspecto y porte, y de presentarla hermosa y bella a los ojos de todos los que lo rodean. ¡Ay, qué palabras de condenación son las del capítulo 13 de 1 Corintios y el Sermón del Monte comparadas con la conducta de muchos cristianos profesantes!

miércoles, 18 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(b) El hombre santo se esforzará por rechazar todo pecado conocido y guardar todo mandamiento conocido. Tendrá una mente decididamente predispuesta hacia Dios, un fuerte anhelo de cumplir su voluntad y más temor de desagradar a Dios que de desagradar al mundo, y un amor por todos sus caminos. Siente lo que Pablo sentía cuando dijo: "Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios" (Ro. 7:21-23) y lo que sentía David cuando dijo: "Estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrecí todo camino de mentira" (Sal. 119:128).

(c) El hombre santo luchará para ser como nuestro Señor Jesucristo. No solo vivirá una vida de fe en él y tomará de él toda su paz y fortaleza diaria, sino que también trabajará para conformarse a la mente de él y ser hecho "conforme a su imagen" (Ro. 8:29). Su meta será comprender y perdonar a los demás, así como Cristo nos perdonó a nosotros; ser generosos, así como Cristo no vivía para complacerse a sí mismo; andar en amor, así como Cristo nos amó; ser modestos y humildes, así como Cristo se humilló a sí mismo.

El hombre santo recordará...

- que Cristo fue testigo fiel de la verdad,

- que no vino para hacer su propia voluntad,

- que su comida y bebida fue hacer la voluntad de su Padre,

- que se negaba continuamente a sí mismo con el fin de servir a otros,

- que era humilde y paciente ante insultos inmerecidos,

- que tenía mejor opinión de los piadosos pobres que de los reyes,

- que estaba lleno de amor y compasión por los pecadores,

- que era valiente y firme en denunciar el pecado,

- que no buscaba el elogio de los hombres, cuando lo hubiera podido recibir,

- que iba por todas partes haciendo el bien,

- que estaba separado de la gente mundana,

- que se mantenía siempre en oración,

- que no permitía que, ni siquiera sus relaciones más cercanas, le impidieran hacer la obra de Dios que tenía que hacer.

Estas son cosas que el hombre santo tratará de recordar. Por ellas, se esforzará en dar forma a su curso en la vida. Tomará en serio lo que dijo Juan: "El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo" (1 Jn. 2:6) y lo que dijo Pedro: "Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas" (1 P. 2:21). ¡Feliz es aquel que ha aprendido a hacer de Cristo su "todo", tanto de su salvación como de su ejemplo! Se ahorrarían mucho tiempo y se prevendrían muchos pecados si los hombres se preguntaran más seguido: "¿Qué hubiera dicho y hecho Cristo si hubiera estado en mi lugar?" 

martes, 17 de septiembre de 2024

Reseña histórica de la Biblia en la Argentina.

Así dice el Señor:
«Párense en los caminos y miren, y pregunten por los senderos antiguos, cuál es el buen camino, y anden por él; y hallarán descanso para sus almas. Pero dijeron: “No andaremos en él”
Jeremías 6:16

Día Nacional de la Biblia: Cuarto domingo de septiembre.

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

I. La definición verdadera y práctica de la santidad

En primer lugar, entonces, trataré de mostrar qué es la verdadera santidad práctica y a qué tipo de personas llama Dios santas.

El hombre puede esforzarse mucho y, no obstante, no alcanzar nunca la verdadera santidad. Santidad no es...

- Conocimiento, eso es lo que tenía Balaam.

- Una profesión externa, eso es lo que hacía Judas Iscariote.

- Realizar muchas cosas, eso es lo que hacía Herodes.

- Celo sobre ciertos asuntos religiosos, eso es lo que tenía Jehú.

- Moralidad y respetabilidad de conducta, como las tenía el joven rico.

- Disfrutar de escuchar a predicadores, los judíos de la época de Ezequiel hacían eso.

-Andar en compañía de gente piadosa; Joab, Giezi y Demas hacían esto.

 ¡No obstante, ninguno de estos personajes era santo! Estas prácticas, por sí solas, no constituyen santidad. El hombre puede exhibir alguna de ellas y, no obstante, nunca ver al Señor.

¿Qué es, entonces, la verdadera santidad práctica? Esta es una pregunta difícil de contestar. No quiero decir que falten enseñanzas bíblicas sobre el tema. Pero temo dar un concepto defectuoso sobre la santidad y no decir todo lo que habría que decir; o decir lo que no hay que decir y así causar daño. No obstante, trataré de presentar una imagen de la santidad para que podamos verla claramente con los ojos de nuestra mente. Pero nunca olviden, cuando haya dicho todo, que en el mejor de los casos, mi explicación es un bosquejo imperfecto.

(a) Santidad es el hábito de ser de un mismo sentir con Dios, según se describe su sentir en las Escrituras. Es el hábito de coincidir con los criterios de Dios -aborreciendo lo que él aborrece, amando lo que él ama- y midiendo todo en este mundo, según las normas de su Palabra. El hombre que más coincide con Dios, es el más santo.

lunes, 16 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 3. Santidad

"Seguid la... santidad, sin la cual nadie verá al Señor". Hebreos 12:14

¿Somos santos?

El texto bíblico que encabeza esta página abre un tema de suma importancia. El tema es la santidad práctica. Sugiere una pregunta que requiere la atención de todos los que profesan ser cristianos: ¿Somos santos? ¿Veremos al Señor?

Esta pregunta nunca está fuera de lugar. El sabio nos dice que hay: "Tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de callar y tiempo de hablar"(Ec. 3:4, 7), pero no existe ni un momento, no, ni un día, cuando el hombre no debiera ser santo. ¿Somos santos?

La pregunta es para todos sin importar rango ni condiciones. Algunos son ricos y algunos son pobres, algunos son eruditos y algunos son ignorantes, algunos son amos y algunos son sirvientes; pero no existe rango ni condición en la vida en la que el hombre no debiera ser santo. ¿Somos santos?

Pido que me presten atención hoy al enfocar esta pregunta. ¿Cómo se encuentra la relación entre nuestras almas y Dios? En este mundo apurado y ajetreado en que vivimos, estemos quietos durante unos minutos y consideremos la cuestión de la santidad. Creo que hubiera podido escoger un tema más popular y agradable. Estoy seguro de haber podido encontrar un asunto más fácil de encarar. Pero siento profundamente que no hubiera podido escoger uno más oportuno y más provechoso para nuestras almas. Es cosa seria oír decir a la Palabra de Dios que sin santidad "nadie verá al Señor" (He. 12:12-15).

Procuraré, con la ayuda de Dios...

I. Examinar qué es la verdadera santidad.

II. Explicar la razón por la cual la santidad es tan importante

y

III. Trataré de destacar la única manera de obtener la santidad.

En el capítulo anterior, traté este tema desde un punto de vista doctrinal. Ahora procuraré presentar a mis lectores, un punto de vista más claro y práctico.

domingo, 15 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(4)  Si queremos crecer en santidad y ser más santificados, tenemos que seguir continuamente tal como empezamos, y seguir llevando nuevas solicitudes a Cristo sin cesar. Él es la Cabeza de la cual se tiene que suplir cada miembro (Ef. 4:15-16). Vivir la vida de una fe cotidiana en el Hijo de Dios y tomar de su plenitud cada día, la gracia y las fuerzas prometidas que tiene reservadas para pueblo, es el gran secreto de la santificación progresiva. Los cristianos que parecen siempre iguales, por lo general, están descuidando la comunión íntima con Jesús y, por ende, contristando al Espíritu. Aquel que oró: "Santifícalos", la noche antes de su crucifixión, está infinitamente dispuesto a ayudar a todo aquel que con fe solicita su ayuda y anhela ser santo.

(5) No esperemos demasiado de nuestros corazones aquí en la tierra. En el mejor de los casos, encontraremos todos los días razones para sentirnos humillados y descubrir cada hora que somos deudores, necesitados de misericordia y gracia. Cuanta más luz tengamos, más veremos nuestra propia imperfección. Éramos pecadores cuando empezamos, pecadores somos a medida que seguimos adelante, renovados, perdonados, justificados, pero aun así, pecadores hasta el último día. Nuestra perfección absoluta está por venir y el sentido de expectativa de obtenerla es una razón por la cual debiéramos ansiar el cielo.

(6) Por último, no nos avergoncemos nunca de darle importancia a la santificación y aspirar a lograr más y más santificación. Cuando algunos se conforman con lograr un grado lamentablemente inferior y otros no se avergüenzan de vivir sin nada de santidad contentándose con la mera costumbre de ir a la iglesia, pero sin avanzar nunca, como un caballo en una noria,  mantengámonos firmes en las sendas antiguas, aspiremos nosotros mismos a tener más santidad y recomendémosla valientemente a otros. Esta es la única manera de ser realmente felices.

Estemos convencidos, no importa lo que otros digan, de que santidad es felicidad, y que el hombre que pasa por la vida con más paz es el hombre santificado. Sin duda que hay algunos cristianos de verdad que por enfermedad, problemas familiares u otras causas secretas, disfrutan de poca paz y siguen lamentándose todos los días mientras van rumbo al cielo. Por regla general, en el largo camino de la vida, encontraremos que es verdad que las personas "santificadas" son las más felices sobre la tierra. Tienen consuelos fehacientes que el mundo no puede dar ni quitar. "Sus caminos son caminos deleitosos". "Mucha paz tienen los que aman tu ley". Aquel que no puede mentir dijo: "Mi yugo es fácil, y ligera mi carga". Pero también está escrito: "No hay paz para los malos" (Pr. 3:17; Sal. 119:165; Mt. 11:30; Is. 48:22).

sábado, 14 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicación práctica 

Sólo me queda concluir este tema con algunas palabras claras de aplicación. Hemos presentado la naturaleza y las señales visibles de la santificación. ¿Qué reflexiones prácticas debiera generar todo este tema?

(1) Despertemos todos a la realidad del estado peligroso de muchos cristianos. "Seguid... la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (He. 12:14). Entonces, ¡qué cantidad enorme hay de seguidores de una supuesta religión que es totalmente inútil! ¡Qué proporción inmensa de gente que asiste a la iglesia se encuentra en el camino ancho que lleva a la destrucción! ¡Pensarlo es terrible, aplastante y abrumador! ¡Oh, que los predicadores y maestros abrieran sus ojos y tuvieran conciencia de la condición de las almas a su alrededor! ¡Oh, que se pudiera convencer a los hombres que "huyan de la ira que vendrá"! Si las almas no santificadas pueden ser salvas e ir al cielo, la Biblia no dice la verdad. ¡Pero la Biblia es veraz y no puede mentir! ¡Imaginemos cómo será el final!

(2) Asegurémonos de nuestra propia condición y no descansemos hasta sentir y saber que nosotros mismos estamos siendo "santificados". ¿Cuáles son nuestros gustos, nuestras decisiones, preferencias e inclinaciones? Esta es la gran pregunta de prueba. Poco importa lo que queremos, lo que esperamos y lo que anhelemos antes de morir. ¿Dónde estamos ahora? ¿Qué estamos haciendo? ¿Estamos creciendo en santidad o no? Si no, la culpa es nuestra.

(3) Si queremos ser santificados, nuestro camino es claro y sencillo: Tenemos que comenzar con Cristo. Tenemos que acudir a él como pecadores, sin ninguna discusión, sino sólo con nuestra necesidad y entregarle nuestra alma por fe para obtener paz y reconciliación con Dios. Tenemos que ponernos en sus manos, como en las manos de un buen médico, y clamar a él pidiendo misericordia y gracia. No necesitamos presentarnos con una recomendación. El primer paso hacia la santificación, como hacia la justificación, es acudir a Cristo con fe. Tenemos que vivir primero y luego obrar.

viernes, 13 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Consideremos ahora lo opuesto y veamos en qué sentido difieren

(a) La justificación, es Dios declarando justos a aquellos que reciben a Cristo, basándose en que la justicia de Cristo es imputada a la cuenta de aquellos que lo reciben. La santificación es, de hecho, hacer justo al hombre en su interior, aunque sea en un grado muy débil.

(b) La justicia que tenemos para nuestra justificación no es nuestra, sino que es la eterna y perfecta justicia de nuestro gran Mediador Cristo, que nos es imputada y de la cual nos apropiamos por fe. La justicia que tenemos por santificación es nuestra propia justicia, impartida, inherente y realizada en nosotros por el Espíritu Santo, pero mezclada con debilidades e imperfecciones. 

 (c) En la justificación, nuestras propias obras no tienen nada que ver y una fe sencilla en Cristo es lo único necesario. En la santificación nuestras propias obras son de suma importancia y, por eso, Dios nos insta a luchar, a velar, orar, esforzarnos y trabajar.

(d) La justificación es una obra terminada y completa, y el hombre es justificado perfectamente en el instante cuando cree. La santificación, comparativamente, es una obra imperfecta y nunca ser[a perfecta hasta que lleguemos al cielo. 

(e) La justificación no incluye crecimiento ni aumento: El hombre es justificado en la hora cuando inicialmente acude a Cristo por fe, tal como lo será por toda la eternidad. La santificación es, principalmente una obra progresiva e incluye un crecimiento y aumento continuo durante toda la vida.

(f) La justificación se refiere, en especial a nuestra persona,  nuestra posición ante los ojos de Dios y nuestra liberación de culpa. La santificación se refiere, en especial, a nuestra naturaleza y la renovación moral de nuestro corazón.

(g) La justificación nos da el derecho al cielo y la valentía para entrar en él. La santificación es el proceso que se inicia con la justificación y nos va preparando para ir al cielo, y a disfrutarlo cuando moremos en él.

(h) La justificación es el acto en el que la justicia de Cristo se imputa al creyente y no es fácil que otros la disciernan. La santificación es la obra de Dios dentro de nosotros y, porque su manifestación es externa, no puede esconderse de la vista de los demás. 

Encomiendo estas diferencias a la atención de mis lectores y les pido que reflexionen bien sobre ellas. Estoy convencido de que una de las grandes razones de la oscuridad y de los sentimientos inquietos de mucha gente bien intencionada en lo que respecta a la fe cristiana, es su costumbre de confundir y no diferenciar la justificación de la santificación. Nunca podremos recalcar demasiado que son dos cosas separadas. Es cierto que no pueden ser divididas y que cualquiera que es partícipe de una de las dos es partícipe de ambas. Pero nunca, nunca, deben ser confundidas y nunca deben olvidarse las diferencias entre ellas.


jueves, 12 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

III. Diferencia entre justificación y santificación

En último lugar, me propongo considerar la diferencia entre justificación y santificación. ¿En qué coinciden y en qué difieren?

Esta rama de nuestro tema es de gran importancia, aunque me temo que no lo consideren así todos mis lectores. La trataré brevemente, pero no me atrevo a pasarla totalmente por alto. Muchos no van más allá de lo superficial de las cosas en la religión y consideran las buenas diferencias teológicas como cuestión de "preguntas y nomenclaturas" que son de poco valor real. Pero advierto a todos los que consideran seriamente las cuestiones del alma, que la gran inquietud que sienten por no "distinguir entre las cosas en que difieren" en la doctrina cristiana, es muy grande y les aconsejo, de manera especial, que si aman la paz, busquen conceptos claros sobre el tema que nos ocupa. Tenemos que recordar siempre que justificación y santificación son dos cosas diferentes. No obstante, hay puntos en los cuales coinciden y puntos en que difieren. Tratemos de encontrar cuáles son.

¿En qué sentido, pues son iguales la justificación y santificación?

(a) Ambas proceden originalmente de la gracia de Dios. Es únicamente por su gracia que el creyente es justificado o santificado.

(b) Ambas son parte de la gran obra de salvación que Cristo, en el pacto eterno, ha realizado para bien de su pueblo. Cristo es la fuente de vida, de la cual fluyen, tanto el perdón como la santidad. La raíz de cada una es Cristo.

(c) Ambas están en una misma persona. Aquellos que son justificados, siempre son santificados y aquellos que son santificados, son siempre justificados. Dios ha unido en una sola persona la justificación y la santificación, y no pueden ser separadas.

(d) Ambas comienzan al mismo tiempo. El momento en que una persona comienza a ser una persona justificada, comienza también a ser santificada. Quizá no lo perciba, pero esta es la realidad.

(e) Ambas son necesarias para la salvación. Nadie ha llegado al cielo sin un corazón renovado, al igual que perdonado; sin la gracia del Espíritu, al igual que la sangre de Cristo; sin idoneidad para la gloria eterna, al igual que un título. Una es tan necesaria como la otra.

Estos son los puntos en que coinciden la justificación y santificación.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(9) La santidad auténtica se demuestra en una atención habitual a las gracias activas de las cuales nuestro Señor fue un ejemplo tan hermoso y, en especial, la gracia de la caridad. "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" (Jn. 13:34, 35). El hombre santificado tratará de hacer el bien en el mundo, reducir la tristeza y aumentar la felicidad a su alrededor. Procurará ser como su Maestro, lleno de bondad y amor hacia cada uno; y esto, no sólo de palabra, llamando a todos "queridos", sino por obras y acciones y trabajo de auto-negación, según tenga oportunidad. El erudito cristiano egoísta, que se envuelve en su orgullo por la superioridad de sus conocimientos y a quien no le parece importar si los otros se hunden o se mantienen a flote, si se van al cielo o al infierno por asistir siempre a la iglesia o capilla vistiendo su mejor ropa y ser llamado "miembro activo", es un hombre que nada sabe de santificación. Puede creerse un santo sobre la tierra, pero no será un santo en el cielo. Cristo nunca será el Salvador de los que nada saben de seguir su ejemplo de fe. La verdadera gracia transformadora siempre producirá una conformidad con la imagen de Jesús (Col. 3:10).

(10) Por último, la santificación auténtica se demuestra en una atención habitual a las gracias pasivas del cristianismo. Cuando hablo de gracias pasivas, me refiero a esas gracias que son sembradas en el sometimiento a la voluntad de Dios y cosechadas en la paciencia unos hacia los otros. Pocos, a menos que hayan examinado este punto, tienen una idea de cuánto habla el Nuevo Testamento de estas gracias y qué importante es el lugar que parecen ocupar. Este es el punto especial en que reflexiona Pedro al llevar nuestra atención al ejemplo de nuestro Señor Jesucristo: (1 P. 2:21-23). Esta es la acción específica en el Padrenuestro que Dios nos requiere: "Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" y el único punto que el Señor comenta al final de la oración. Este es el punto que ocupa un tercio de la lista de las manifestaciones del fruto del Espíritu que nos da San Pablo. Menciona nueve y tres de estas: "Paciencia, benignidad y mansedumbre" son incuestionablemente gracias pasivas (Gá. 5:22-23). Tengo que decir, lisa y llanamente, que no creo que este tema se enfoque lo suficiente entre los cristianos. Las gracias pasivas son sin duda más difíciles de lograr que las activas, pero son, precisamente las que tienen la mayor influencia sobre el mundo. Y de una cosa estoy seguro: No tiene sentido pretender una santificación, a menos que seamos ejemplos de bondad, benignidad, paciencia y perdón, a lo cual la Biblia da tanta importancia. ¡El mundo está demasiado lleno de los que se muestran habitualmente desagradables y antipáticos en la vida cotidiana y son constantemente cortantes con lo que dicen y huraños con todos a su alrededor, gente rencorosa, vengativa y maliciosa! Todos estos, saben poco de lo que debieran saber sobre la santificación.

Tales son las señales visibles del hombre santificado. No digo que todas se notarán en igual proporción en todo el pueblo de Dios. Admito que, aun en los mejores creyentes, no se ven plena y perfectamente. Pero sí digo con seguridad que las cosas a las que me he estado refiriendo son las señales bíblicas de la santificación y que a aquellos que las desconocen, les convendría dudar si tienen alguna gracia o no. Nunca me retractaré de decir que la santificación auténtica es algo que puede verse y que las señales que he procurado presentar son más o menos las señales del hombre santificado.

martes, 10 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(7) La santificación auténtica se muestra por un esfuerzo habitual por hacer la voluntad de Cristo y vivir según sus preceptos prácticos. Estos preceptos se encuentran por todas partes en los cuatro Evangelios y, especialmente, en el Sermón del Monte. La persona que supone que estos mandamientos fueron dichos sin la intención de promover la santidad y que el cristiano no necesita hacerles caso en su vida cotidiana, es peor que un lunático, y de cualquier modo que se le mire, es una persona extremadamente ignorante. ¡Al escuchar hablar a algunos y al leer los escritos de algunos hombres, se podría pensar que cuando estuvo en la tierra, nuestro bendito Señor nunca enseñó más que doctrinas y que dejó que otros enseñaran los deberes prácticos! Aun el conocimiento más leve de los cuatro Evangelios, nos indica que esto es un error absoluto. Lo que sus discípulos deben ser y hacer es algo que nuestro Señor siempre destacó en sus enseñanzas. El hombre verdaderamente santificado no lo olvidará. Sirve a un Maestro que dijo: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando" (Jn. 15:14).

(8) La santificación auténtica se demuestra por medio de un anhelo habitual de vivir según las normas que Pablo presenta a las iglesias en sus escritos. Esas normas se encuentran en los últimos capítulos de casi todas sus epístolas. La idea común de muchos es que los escritos de Pablo contienen únicamente declaraciones doctrinales y temas controversiales -justificación, elección, predestinación, profecía y cosas por el estilo-, lo cual es pura fantasía y una triste prueba de la ignorancia de las Escrituras que prevalece en estos días. Desafío al que quiera, que lea con cuidado los escritos de Pablo sin encontrar en ellos una gran cantidad de indicaciones claras y prácticas sobre el deber del cristiano en cada relación de su vida y sobre hábitos diarios, temperamento y conducta de unos hacia otros. Estas indicaciones fueron escritas bajo la inspiración de Dios para guiar perpetuamente al que profesa ser cristiano. El que no les hace caso puede pasar por miembro de una iglesia, pero no por lo que la Biblia llama hombre "santificado".

lunes, 9 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 (5) La santificación no consiste en el cumplimiento ocasional de las acciones correctas. Es el obrar constante de un nuevo principio celestial interior, que satura toda la conducta cotidiana del hombre, tanto en las grandes acciones como en las pequeñas. Su sede es el corazón y, al igual que el corazón en el cuerpo, tiene una influencia constante en cada aspecto de su carácter. No es como una bomba de agua, de la cual sólo sale agua cuando se bombea, sino como una fuente perpetua, cuya corriente fluye siempre espontánea y naturalmente. Aun Herodes, "escuchaba de buena gana" a Juan el Bautista, aunque su corazón estaba totalmente apartado de Dios (Mr. 6:20). De la misma manera, hay muchas personas en la actualidad que parecen tener ataques espasmódicos de "buena voluntad" y hacen muchas cosas correctas bajo la influencia de alguna enfermedad, aflicción, muerte en la familia, calamidad pública o un repentino remordimiento de conciencia. No obstante, cualquier observador inteligente puede ver claramente todo el tiempo que no se han convertido y que no saben nada de "santificación". Un auténtico santo, como Ezequías, será de limpio corazón. Aborrecerá "todo camino de mentira" (2Cr. 31:21; Sal. 119:104).

(6) La santificación auténtica se muestra por un respeto habitual a la ley de Dios, un esfuerzo habitual de vivir en obediencia a ella como regla de la vida. No hay peor error que suponer que el cristiano nada tiene que ver con la ley y los Diez Mandamientos por el hecho de que no puede ser justificado por cumplirlos. El mismo Espíritu Santo que convence de pecado al creyente por medio de la ley, que lo guía a Cristo para su justificación, lo conducirá a un uso espiritual de la ley, como un guía amigo, en la búsqueda de la santificación.

Nuestro Señor Jesucristo nunca tomó los Diez Mandamientos a la ligera; por el contrario, en su primer discurso público, el Sermón del Monte, habló ampliamente sobre ellos y demostró la naturaleza escudriñadora de sus requerimientos. San Pablo nunca le restó importancia a la ley, por el contrario, dice: "la ley es buena, si uno la usa legítimamente" y "según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios (1 Ti. 1:8; Ro. 7:22). El que pretende ser un santo mientras que desprecia los Diez Mandamientos y le da lo mismo mentir, ser hipócrita, estafar, tener mal genio, calumniar, emborracharse y romper el séptimo mandamiento, vive engañado y en una condición peligrosa. ¡Encontrará que en el día final, le será imposible probar que es un "santo"!

sábado, 7 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(3) La verdadera santificación no consiste de un formalismo externo ni de una devoción externa. Esta es una enorme fantasía, pero lamentablemente muy común. Miles de religiosos se imaginan que la verdadera santidad puede verse en una cantidad excesiva de religiosidad exterior: Asistir constantemente a los cultos de la iglesia, participar en la Cena del Señor, observar días de ayuno y de los santos, hacer múltiples reverencias, giros, gestos y asumir ciertas posturas durante el culto público como señales de austeridad y de supuestos sacrificios, en usar ropa rara, usar estampas y cruces. Admito sin problemas que algunos hacen estas cosas por motivos de conciencia y creen realmente que son de ayuda para sus almas. Pero me temo que, en muchos casos, esta religiosidad exterior se convierte en un sustituto de la santidad interior y estoy seguro de que está lejos de obrar la santificación del corazón. Sobre todo, cuando veo que muchos seguidores de este estilo formal, exterior y sensual, son mundanos y se dejan llevar por sus pompas y vanidades sin tener vergüenza, siento que se necesita hablar muy claramente sobre el tema. Puede haber una cantidad inmensa de "religiosidad exterior", donde no hay ni un ápice de verdadera santificación.

(4) La santificación no consiste en retirarnos de nuestro lugar en la vida, ni en la renunciación de nuestros deberes sociales. En todas las épocas, muchos individuos han caído en esta trampa con la intención de buscar santidad. Cientos de ermitaños se han desterrado a algún desierto y miles de hombres y mujeres se han enclaustrado en monasterios y conventos con la idea fútil de que, al hacerlo, escapan del pecado y se convierten en santos insignes. Han olvidado que no hay candados ni barras que puedan impedir la entrada al diablo y que, dondequiera que vayan, llevan la raíz de todos los males: Sus propios corazones. Convertirse en monje o en monja, enclaustrarse en una Casa de Misericordia, no es el camino superior a la santificación.

La verdadera santidad no lleva al cristiano a evitar las dificultades, sino a que las encare y venza. Cristo quiere que su pueblo demuestre que su gracia no es meramente planta de invernadero, que sólo puede prosperar si está resguardada, sino algo fuerte y resistente que puede prosperar en cada relación de la vida. Es cumplir nuestro deber en esa condición, a la cual Dios nos ha llamado -como sal en medio de la corrupción y luz en medio de la oscuridad-, el elemento principal de la santificación. No se trata del hombre que se esconde en una cueva, sino del hombre que glorifica a Dios como amo o siervo, padre o hijo, en la familia o en la calle, en los negocios y los oficios, que es el tipo bíblico del hombre santificado. Nuestro Maestro mismo dijo en su última oración por sus discípulos: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal" (Jn. 17:15).

viernes, 6 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(2) La verdadera santificación no consiste de sentimientos religiosos temporales. Este es también un punto que necesita urgentemente una advertencia. Los servicios misioneros y reuniones de evangelización están recibiendo gran atención por todas partes y causando mucha sensación. La Iglesia Anglicana parece haber revivido y está nuevamente activa; tenemos que dar gracias a Dios por ello. Pero estas cosas tienen sus peligros, al igual que sus ventajas. Dondequiera que se planta trigo, el diablo de seguro sembrará cizaña. Es de temer que muchos parecen conmovidos, sacudidos y emocionados por la predicación del evangelio, cuando en realidad sus corazones no han cambiado en nada. La realidad de esos casos es que sienten una especie de emoción animal al contagiarse por ver a otros llorar, regocijarse o emocionarse. Sus heridas son superficiales y la paz que profesan también lo es. Son como la semilla sembrada en pedregales, "oye la palabra, y al momento la recibe con gozo" (Mt. 13:20); pero al poco tiempo se aparta, vuelve al mundo y es más duro y peor que antes. Como la calabacera de Jonás, crece súbitamente en una noche y en otra noche muere.

No olvidemos estas cosas. Cuidémonos hoy de curar superficialmente las heridas y clamar: "Paz, paz" cuando no hay paz. Instemos a todo el que muestra un nuevo interés en la fe cristiana, que no se contente con nada que no sea la obra profunda, sólida y santificadora del Espíritu Santo. La reacción después de una emoción religiosa falsa, es una enfermedad mortal. Cuando el diablo es echado fuera de un hombre temporalmente en el fervor de un avivamiento, tarde o temprano vuelve a su morada y su estado final resulta peor que el primero. Es mil veces mejor empezar lentamente y después "continuar en la palabra" con constancia, que empezar apurados sin calcular el costo y, al poco tiempo, como la esposa de Lot, mirar hacia atrás y volver al mundo. Declaro que no conozco un estado del alma más peligroso que imaginar que hemos nacido de nuevo y que hemos sido santificados por el Espíritu Santo porque estamos experimentando unos pocos sentimientos religiosos.

jueves, 5 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. La evidencia visible de la santificación

Procedo ahora a abordar el segundo punto que me propuse considerar. Ese punto es la evidencia visible de la santificación. En pocas palabras: ¿Cuáles son las señales visibles del hombre santificado? ¿Qué podemos esperar ver en él? Esta es una parte muy amplia y difícil de nuestro tema. Es amplia porque necesita la mención de muchos detalles que no se pueden encarar totalmente dentro de los límites de un escrito como este. Es difícil porque es imposible tratarla sin ofender. Pero sean cuales fueren los riesgos, la verdad tiene que ser presentada y hay un aspecto de la verdad que requiere, especialmente, que sea enunciada en la actualidad.

(1) La verdadera santificación no consiste en hablar acerca de religión. Este es un punto que nunca debe olvidarse. El enorme incremento de la educación y predicación en estos últimos días hace absolutamente necesario levantar la voz para dar una advertencia. Las gentes oyen tanto acerca de la verdad del evangelio que se acostumbran a sus palabras, su vocabulario y frases y, a veces, hablan con tanta fluidez sobre sus doctrinas que hacen pensar que son verdaderos cristianos. De hecho, asquea y disgusta escuchar el lenguaje frio y frívolo que muchos usan acerca de "la conversión, el Salvador, el evangelio, de encontrar paz, de la gracia" y cosas así, mientras que es notorio que sirven al pecado o viven para el mundo. ¿Podemos dudar que hablar así es abominable a los ojos de Dios y que no es mejor que maldecir, jurar y tomar el nombre de Dios en vano? La lengua no es el único miembro que Cristo nos pide que demos para servirle. Dios no quiere que su pueblo sea como vasijas vacías, como metal que resuena ni címbalo que retiñe. Tenemos que santificados, no sólo "de palabra, ni de lengua, sino de hecho y en verdad" (1Jn. 3:18).

miércoles, 4 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(11) La santificación es algo que será indispensable como testigo de nuestro carácter en el gran Día del juicio. Será completamente inútil argumentar que creemos en Cristo, a menos que nuestra fe haya tenido algún efecto santificador y haya sido evidente en nuestra vida. Evidencias, evidencias, evidencias, será lo requerido ante el gran trono blanco cuando se abran los libros, cuando los sepulcros entreguen a sus ocupantes, cuando los muertos comparezcan ante el tribunal de Dios. Sin alguna evidencia de que nuestra fe en Cristo fue real y auténtica, nos volveremos a levantar para ser condenados. No encuentro que vaya a ser admitida evidencia alguna aparte de la santificación. La pregunta no será cómo hablamos o lo que profesamos, sino cómo vivimos y lo que hicimos. Que nadie se engañe en cuanto a este punto. Si existe alguna certeza acerca del futuro, es la certeza de que habrá un juicio; si hay alguna certeza en cuanto a ese juicio, es que las "obras" serán consideradas y examinadas (Jn. 5:29; 2 Co. 5:10; Ap. 20:13). El que supone que las obras no son importantes porque no pueden justificarnos, es un cristiano muy ignorante. A menos que abra los ojos, se encontrará para su pesar que si se presenta ante el tribunal de Dios sin alguna evidencia de gracia, sería mejor que no hubiera nacido.

(12) Por último, la santificación es absolutamente necesaria, a fin de capacitarnos y prepararnos para ir al cielo. La mayoría de las personas espera ir al cielo cuando muera; pero me temo que pocos se toman la molestia de preguntarse si disfrutarán del cielo cuando estén allí. El cielo es esencialmente un lugar santo, todos sus habitantes son santos, sus ocupaciones son todas santas. Para ser realmente felices en el cielo, resulta claro que tenemos que prepararnos para ir al cielo mientras estamos en la tierra. La doctrina de un purgatorio después de la muerte, que convertirá en santos a los pecadores, es una mentira inventada por el hombre, y la Biblia no lo enseña en ninguna parte. Tenemos que ser santos antes de morir, si después vamos a ser santos en gloria.

La idea favorita de muchos es que el moribundo no necesita más que la absolución y el perdón de los pecados a fin de adecuarlo para el gran cambio, pero es falsa. Necesitamos la obra del Espíritu Santo, al igual que la obra de Cristo; necesitamos la renovación del corazón, al igual que la sangre expiatoria; necesitamos ser santificados, al igual que justificados. Es común oír a alguien en su lecho de muerte, decir: "Solo quiero que el Señor me perdone los pecados y me dé descanso". ¡Pero los que dicen cosas así olvidan que el descanso del cielo será inútil, si no tienen el corazón para disfrutarlo! Si acaso llegara al cielo, ¿qué haría allí el hombre no santificado? Encaremos esa pregunta de frente, al igual que su respuesta. No es posible que alguien sea feliz, si no está en su elemento y donde nada a su alrededor coincide con sus gustos, hábitos y carácter. Cuando un águila sea feliz en una jaula de hierro, cuando una oveja sea feliz en el agua, cuando el búho sea feliz recibiendo los rayos del sol del mediodía, cuando un pez sea feliz en tierra seca, entonces, y sólo entonces, admitiré que el hombre no santificado pudiera ser feliz en el cielo.

He presentado estas doce proposiciones acerca de la santificación, estando firmemente convencido de que son ciertas, y pido a todos los que leen estas páginas que las estudien con seriedad. Todas ellas podrían haber sido ampliadas y tratadas más profundamente, y todas merecen una reflexión y consideración personal. Algunas de ellas pueden ser disputadas y contradichas, pero dudo que alguna pueda ser descartada o que pueda probarse que no es cierta. Creo sinceramente que estas proposiciones, posiblemente, puedan ayudar a los hombres a tener conceptos claros sobre la santificación.

martes, 3 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(9) La santificación no es algo que previene al hombre de tener muchos conflictos espirituales interiores. Por conflicto, quiero decir una lucha dentro del corazón entre la vieja y la nueva naturaleza, la carne y el espíritu que cohabitan en cada creyente (Gá. 5:17).  Un sentido profundo de esa lucha y la gran cantidad de inquietud mental derivada de ella, no prueban que alguien no sea santificado. No, más bien, creo que son síntomas saludables de nuestra condición, que prueban que no estamos muertos, sino vivos. Un verdadero cristiano es aquel que, no sólo tiene paz en su conciencia, sino también libra una guerra espiritual en su interior. Tal creyente puede ser conocido por sus luchas, al igual que por su paz.

Al decir esto, no olvido que estoy contradiciendo los conceptos de algunos cristianos bien intencionados que creen la doctrina llamada "perfección sin pecado". No lo puedo evitar. Creo que lo que yo digo confirma lo que dice San Pablo en el séptimo capítulo de Romanos. Recomiendo a mis lectores, un estudio a fondo de dicho capítulo. Estoy convencido de que no describe la experiencia del inconverso, ni de un cristiano nuevo e inestable, sino la de un santo con años de experiencia en comunión íntima con Dios. Nadie más, que alguien así, podría decir: "Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios" (Ro. 7:22).

Creo, además, que la experiencia de todos los siervos más eminentes de Cristo que jamás han vivido, dan prueba de esto. La prueba completa puede verse en sus diarios, sus biografías, autobiografías y sus vidas.

Porque creo todo esto, nunca vacilaré en decirle a todo el mundo que el conflicto interior no es prueba de que alguien no sea santo y que no deben pensar que no son santificados porque no se sienten enteramente libres de conflictos interiores. Sin duda, estaremos libres de ellos en el cielo, pero nunca en este mundo. El corazón del mejor cristiano, aun en su mejor expresión, es un campo ocupado por dos fuerzas rivales y "la reunión de dos campamentos" (Cnt. 6:13). Dejemos que las palabras de los Artículos Trece y Quince sean consideradas seriamente por todos los hombres de Iglesia: "La infección de la naturaleza permanece en aquellos que están regenerados". "Aunque bautizados y nacidos de nuevo en Cristo, ofendemos en muchas cosas; y si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros".

(10) La santificación es algo que no puede justificar al hombre y no obstante agrada a Dios. Esto puede parecer increíble, pero es cierto. Las acciones más santas del santo más santo que jamás haya vivido, todas, en menor o mayor grado, tienen defectos e imperfecciones. Sus motivaciones están erradas o defectuosas en su manifestación y, en sí mismas, no son nada más que "pecados espléndidos", merecedores de la ira y condenación de Dios. Suponer que tales acciones pueden aguantar la severidad del juicio de Dios, expiar el pecado y merecer el cielo es sencillamente absurdo. "Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado". "Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley" (Ro. 3:20-28). La única justicia con la cual podemos aparecer ante Dios, es la justicia de un tercero, a saber, la justicia perfecta de nuestro Sustituto y Representante, Jesucristo el Señor. Su obra, y no la nuestra, es nuestro único derecho de entrada al cielo. Esta es una verdad que debiéramos estar dispuestos a defender hasta la muerte.

A pesar de todo esto, la Biblia nos enseña claramente que las acciones santas del hombre santificado, aunque imperfectas, son agradables a los ojos de Dios. "De tales sacrificios se agrada Dios" (He. 13:16). "Obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor" (Col. 3:20). "Hacemos las cosas que son agradables delante de él" (1 Jn. 3:22). Nunca olvidemos esto porque es una doctrina muy reconfortante. Como un padre se complace por los esfuerzos de su hijito por complacerlo, aunque no sea más que cortando una flor o caminando hacia él de un extremo al otro de un cuarto, así se complace nuestro Padre celestial con las pobres actuaciones de sus hijos creyentes. Él se fija en las motivaciones, los principios y las intenciones de sus acciones, y no meramente en su cantidad y calidad. Los considera miembros de su propio Hijo amado y, por él, se complacerá dondequiera que haya un solo ojo puesto en él. Los creyentes que quieran discutir esto harían bien en estudiar el Artículo Doce de la Iglesia Anglicana.

lunes, 2 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(7) Santificación es un proceso que admite crecimiento y grados. El hombre puede subir de un escalón de santidad a otro y ser mucho más santificado en un período de su vida que en otro.

            - No puede ser más perdonado ni más justificado que en el momento que creyó, aunque sienta  que va creciendo.

            - Sí puede ser más santificado porque cada gracia en su nuevo carácter puede ser fortalecida, aumentada y profundizada. 

Este es el significado evidente de la última oración de nuestro Señor por sus discípulos cuando dijo: "Santifícalos" y de la oración de Pablo por los tesalonicenses: "El mismo Dios de paz os santifique" (Jn. 17:17; 1 Ts. 5:23). En ambos casos, la expresión implica claramente, la posibilidad de un crecimiento en santidad. Por otro lado, una expresión como "justifícalos" no se usa ni una vez en las Escrituras refiriéndose a un creyente porque no puede ser más justificado de lo que ya es. No encuentro ninguna base en las Escrituras para la doctrina de "santificación imputada". A mi parecer, es una doctrina que confunde conceptos que son distintos y que lleva a consecuencias muy malas. No menos importante, es que se trata de una doctrina rotundamente contradicha por la experiencia de todos los cristianos más eminentes. Y hay un punto en el que coinciden los santos más consagrados a Dios que es este: Ven más, saben más, sienten más, hacen más y creen más al ir creciendo en su vida espiritual y en proporción a cuán cerca caminan de Dios. En resumen, "creced en la gracia" como exhortan San Pablo y San Pedro que lo hagan los creyentes y que abunden "más y más" en esa gracia (2 P. 3:18; 1 Ts. 4:1).

(8) La santificación, una vez más, es algo que depende mucho del uso diligente de las Escrituras. Con esto me refiero a leer la Biblia, orar en privado, asistir regularmente al culto público, escuchar regularmente la Palabra de Dios y participar regularmente de la Cena del Señor. El hecho simplemente es que nadie que descuida tales cosas puede pretender progresar significativamente en santificación. No encuentro ningún registro de ningún santo eminente que haya descuidado estos ejercicios espirituales. Son los canales designados por medio de los cuales el Espíritu Santo nos suple gracia fresca al alma y fortalece la obra que comenzó en el hombre interior. Llámenle los hombres doctrina legalista a esto si quieren, pero nunca dejaré de declarar que creo que no hay ganancia espiritual sin dolor. Así como no esperaría que un granjero prosperara en sus negocios, si se contenta con sembrar sus campos y no volver a trabajar en ellos hasta el tiempo de la cosecha, tampoco puedo esperar que el creyente obtenga mucha santidad, si no es diligente en la lectura de su Biblia, sus oraciones y e buen uso de sus domingos. Nuestro Dios es un Dios que obra a través de medios y nunca bendice al alma del que pretende ser superior y muy espiritual prescindiendo de ellos.