martes, 10 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(7) La santificación auténtica se muestra por un esfuerzo habitual por hacer la voluntad de Cristo y vivir según sus preceptos prácticos. Estos preceptos se encuentran por todas partes en los cuatro Evangelios y, especialmente, en el Sermón del Monte. La persona que supone que estos mandamientos fueron dichos sin la intención de promover la santidad y que el cristiano no necesita hacerles caso en su vida cotidiana, es peor que un lunático, y de cualquier modo que se le mire, es una persona extremadamente ignorante. ¡Al escuchar hablar a algunos y al leer los escritos de algunos hombres, se podría pensar que cuando estuvo en la tierra, nuestro bendito Señor nunca enseñó más que doctrinas y que dejó que otros enseñaran los deberes prácticos! Aun el conocimiento más leve de los cuatro Evangelios, nos indica que esto es un error absoluto. Lo que sus discípulos deben ser y hacer es algo que nuestro Señor siempre destacó en sus enseñanzas. El hombre verdaderamente santificado no lo olvidará. Sirve a un Maestro que dijo: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando" (Jn. 15:14).

(8) La santificación auténtica se demuestra por medio de un anhelo habitual de vivir según las normas que Pablo presenta a las iglesias en sus escritos. Esas normas se encuentran en los últimos capítulos de casi todas sus epístolas. La idea común de muchos es que los escritos de Pablo contienen únicamente declaraciones doctrinales y temas controversiales -justificación, elección, predestinación, profecía y cosas por el estilo-, lo cual es pura fantasía y una triste prueba de la ignorancia de las Escrituras que prevalece en estos días. Desafío al que quiera, que lea con cuidado los escritos de Pablo sin encontrar en ellos una gran cantidad de indicaciones claras y prácticas sobre el deber del cristiano en cada relación de su vida y sobre hábitos diarios, temperamento y conducta de unos hacia otros. Estas indicaciones fueron escritas bajo la inspiración de Dios para guiar perpetuamente al que profesa ser cristiano. El que no les hace caso puede pasar por miembro de una iglesia, pero no por lo que la Biblia llama hombre "santificado".

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