miércoles, 4 de septiembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(11) La santificación es algo que será indispensable como testigo de nuestro carácter en el gran Día del juicio. Será completamente inútil argumentar que creemos en Cristo, a menos que nuestra fe haya tenido algún efecto santificador y haya sido evidente en nuestra vida. Evidencias, evidencias, evidencias, será lo requerido ante el gran trono blanco cuando se abran los libros, cuando los sepulcros entreguen a sus ocupantes, cuando los muertos comparezcan ante el tribunal de Dios. Sin alguna evidencia de que nuestra fe en Cristo fue real y auténtica, nos volveremos a levantar para ser condenados. No encuentro que vaya a ser admitida evidencia alguna aparte de la santificación. La pregunta no será cómo hablamos o lo que profesamos, sino cómo vivimos y lo que hicimos. Que nadie se engañe en cuanto a este punto. Si existe alguna certeza acerca del futuro, es la certeza de que habrá un juicio; si hay alguna certeza en cuanto a ese juicio, es que las "obras" serán consideradas y examinadas (Jn. 5:29; 2 Co. 5:10; Ap. 20:13). El que supone que las obras no son importantes porque no pueden justificarnos, es un cristiano muy ignorante. A menos que abra los ojos, se encontrará para su pesar que si se presenta ante el tribunal de Dios sin alguna evidencia de gracia, sería mejor que no hubiera nacido.

(12) Por último, la santificación es absolutamente necesaria, a fin de capacitarnos y prepararnos para ir al cielo. La mayoría de las personas espera ir al cielo cuando muera; pero me temo que pocos se toman la molestia de preguntarse si disfrutarán del cielo cuando estén allí. El cielo es esencialmente un lugar santo, todos sus habitantes son santos, sus ocupaciones son todas santas. Para ser realmente felices en el cielo, resulta claro que tenemos que prepararnos para ir al cielo mientras estamos en la tierra. La doctrina de un purgatorio después de la muerte, que convertirá en santos a los pecadores, es una mentira inventada por el hombre, y la Biblia no lo enseña en ninguna parte. Tenemos que ser santos antes de morir, si después vamos a ser santos en gloria.

La idea favorita de muchos es que el moribundo no necesita más que la absolución y el perdón de los pecados a fin de adecuarlo para el gran cambio, pero es falsa. Necesitamos la obra del Espíritu Santo, al igual que la obra de Cristo; necesitamos la renovación del corazón, al igual que la sangre expiatoria; necesitamos ser santificados, al igual que justificados. Es común oír a alguien en su lecho de muerte, decir: "Solo quiero que el Señor me perdone los pecados y me dé descanso". ¡Pero los que dicen cosas así olvidan que el descanso del cielo será inútil, si no tienen el corazón para disfrutarlo! Si acaso llegara al cielo, ¿qué haría allí el hombre no santificado? Encaremos esa pregunta de frente, al igual que su respuesta. No es posible que alguien sea feliz, si no está en su elemento y donde nada a su alrededor coincide con sus gustos, hábitos y carácter. Cuando un águila sea feliz en una jaula de hierro, cuando una oveja sea feliz en el agua, cuando el búho sea feliz recibiendo los rayos del sol del mediodía, cuando un pez sea feliz en tierra seca, entonces, y sólo entonces, admitiré que el hombre no santificado pudiera ser feliz en el cielo.

He presentado estas doce proposiciones acerca de la santificación, estando firmemente convencido de que son ciertas, y pido a todos los que leen estas páginas que las estudien con seriedad. Todas ellas podrían haber sido ampliadas y tratadas más profundamente, y todas merecen una reflexión y consideración personal. Algunas de ellas pueden ser disputadas y contradichas, pero dudo que alguna pueda ser descartada o que pueda probarse que no es cierta. Creo sinceramente que estas proposiciones, posiblemente, puedan ayudar a los hombres a tener conceptos claros sobre la santificación.

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