sábado, 31 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(5) Santificación, repito, es una realidad que siempre será posible ver. Al igual que la Gran Cabeza de la Iglesia, de la cual surge, no puede ser escondida. "Porque cada árbol se conoce por su fruto" (Lc. 6:44). La persona realmente santificada puede estar tan vestida de humildad, que sólo puede ver en sí misma, sus propias debilidades y defectos. Como Moisés, cuando bajó del Monte Sinaí, quien posiblemente no tenía conciencia de que su rostro resplandecía. Como el justo, en la poderosa parábola de las ovejas y los cabritos, quien no pudo ver que quizá hubiera hecho algo digno de la atención y felicitación de su Maestro: "¿Cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?" (Mt. 25:37). Pero no importa si él mismo lo ve o no, otros siempre lo verán en su tono, gustos, carácter y los hábitos de su vida que son diferentes de los demás. La idea misma de que el hombre sea "santificado", mientras no se nota nada de santidad en su vida, es pura necedad y un uso equivocado de palabras. La luz de su santificación puede ser muy tenue; pero si hay apenas un destello en un cuarto oscuro, esa chispa será vista. La vida puede ser débil, pero si el pulso late sólo un poquito, se sentirá. Sucede lo mismo con el hombre santificado: Su santificación es algo que se siente y se ve aunque él mismo no lo entienda. ¡El "santo" en quien nada puede verse, sino mundanalidad o pecado, es un tipo de monstruo que la Biblia no reconoce!

(6) Santificación es algo por lo cual cada creyente es responsable. No me equivoco al decir esto. Creo tan firmemente como cualquiera que todo hombre sobre la tierra es responsable ante Dios y que todos los perdidos no tendrán nada que decir ni excusas que dar en el día final. Cada uno tiene el poder de perder "su alma" (Mt. 16:26). Pero aunque creo esto, afirmo que los creyentes son, principal y particularmente, responsables y tienen una obligación especial de vivir una vida santa. No son como los demás: Muertos, ciegos y carentes de renovación; están vivos para Dios, tienen luz, conocimiento y nuevos principios dentro de ellos. ¿Quién tiene la culpa de que no sean santos, sino ellos mismos? ¿A quién le pueden echar la culpa de que no son santificados, sino a ellos mismos? Dios, quien les ha dado gracia, un corazón nuevo y una naturaleza nueva, los ha dejado sin excusas, si no viven para Su alabanza. 

Este es un punto demasiado olvidado. El hombre que profesa ser un auténtico cristiano y no hace nada, se contenta con un grado muy inferior de santificación (si acaso la tiene) y dice tranquilamente que "no puede hacer nada", es digno de lástima y, además, muy ignorante. Cuidémonos y estemos en guardia. La Palabra de Dios siempre dirige sus preceptos a los creyentes como seres que rendirán cuentas y a quienes considera responsables. Si el Salvador de pecadores nos otorga una gracia renovadora y nos llama por medio de su Espíritu, podemos estar seguros de que espera que usemos esa gracia y que no nos quedemos dormidos. Olvidar esto es lo que causa que muchos creyentes "constriñan al Espíritu" y los lleva a ser cristianos muy inútiles y desagradables.

viernes, 30 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(3) Santificación también es la única certeza de la evidencia de que el Espíritu Santo mora en él, lo cual es esencial en la salvación. "Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él" (Ro. 8:9). El Espíritu no se mantiene dormido ni inactivo dentro del alma: Siempre da a conocer su presencia por el fruto que causa que nazca en el corazón, en el carácter y en la vida. "El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza" y cosas similares (Gá. 5:22, 23). Donde existen estas virtudes, allí está el Espíritu; donde faltan, los hombres están muertos para Dios. El Espíritu es comparado con el viento y, como el viento, no se ve con ojos físicos. Pero así como sabemos que hay viento por el efecto que produce en las olas, en los árboles y en el humo, podemos también saber que el Espíritu está en alguien por los efectos que produce en su conducta. Es necio suponer que tenemos el Espíritu si no andamos en el Espíritu (Gá. 5:25). Podemos depender de esto con gran certeza: Que donde no hay un vivir santo, no hay Espíritu Santo. El sello que el Espíritu estampa en el pueblo de Dios, es santificación. Todos los que de hecho son "guiados por el Espíritu de Dios, estos", estos únicamente, "son hijos de Dios" (Ro. 8:14).

(4) Santificación también es la única señal segura de la elección de Dios. Los nombres y la cantidad de escogidos son algo secreto, sin duda, que Dios sabiamente se ha guardado para él y no ha revelado al hombre. No nos es dado en este mundo estudiar las páginas del libro de la vida y ver los nombres que contiene. Pero hay una realidad clara y simple de la elección y es esta: Que los hombres y mujeres escogidos pueden ser conocidos y distinguidos por su vida santa. Está escrito expresamente que son...

            - "Elegidos... en santificación",

            - "Escogido[s]... para salvación, mediante la santificación",

            - "Los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo" y

            - "nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos".

Por esto, cuando Pablo vio el obrar de la "fe" y el "amor" en la práctica y la "esperanza paciente" de los creyentes tesalonicenses dijo: "Conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección" (1 P. 1:2; 2 Ts. 2:13; Ro. 8:29; Ef. 1:4; 1 Ts. 1:3, 4).

El que se vanagloria de ser uno de los escogidos mientras que, intencional y habitualmente, vive en pecado, sólo se engaña a sí mismo y blasfema. Por supuesto que es difícil saber lo que realmente es la gente; muchos que parecen bastante buenos externamente, pueden resultar hipócritas con un corazón corrupto. Pero el individuo en el que no hay, al menos, alguna indicación externa de santificación, podemos estar seguros de que tampoco es escogido. El catecismo de la Iglesia Anglicana, sabia y correctamente, enseña que el Espíritu Santo "santifica a todo el pueblo escogido de Dios".

jueves, 29 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 (1) Santificación es, pues, el resultado invariable de esa unión con Cristo que la fe auténtica da al cristiano. "El que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto" (Jn. 15:5). La rama que no lleva fruto no es una rama viva en la vid. La unión con Cristo que no produce ningún efecto en la vida es una mera unión de forma, que no tiene valor ante Dios. La fe que no tiene una influencia santificadora sobre el carácter del creyente, no es mejor que la fe de los demonios. Es una "fe muerta, porque es sola". No es un don de Dios. No es la fe de los escogidos de Dios. En resumen, donde no hay una santificación de la vida, no hay una fe verdadera en Cristo. La fe verdadera obra por el amor. Constriñe al hombre a vivir para el Señor como efecto de un profundo sentido de gratitud por su redención. Le hace sentir que nunca puede hacer demasiado por Aquel que murió por él. Habiendo sido perdonado por mucho, mucho ama. Aquel a quien la sangre de Cristo lo limpia, vive en la luz. El que tiene una auténtica esperanza viva, se purifica a sí mismo tal como el Señor es puro. (Stg. 2:17-20; Tito 1:1; Gá. 5:6; 1 Jn. 1:7; 3:3).

(2) Además, la santificación es el resultado y consecuencia inseparable de la regeneración. El que es nacido de nuevo y hecho nueva criatura, recibe una nueva naturaleza y nuevos principios de vida, y vive siempre una vida nueva. Una supuesta regeneración que puede tener el hombre y, no obstante, vivir en el pecado o mundanalidad sin importarle, es una regeneración inventada por teólogos poco inspirados, que las Escrituras no mencionan. Por el contrario, Juan dice expresamente que "todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, ama a su hermano, se guarda a sí mismo y vence al mundo" (1 Jn. 2:29; 3:9-14; 5:4, 18). En suma, donde no hay santificación, no hay regeneración y donde no hay una vida santa, no hay nuevo nacimiento.

Esta es, sin duda, una afirmación dura para muchos; pero, dura o no, es sencillamente una verdad bíblica. Está escrito claramente que el que es nacido de Dios es uno en quien permanece la simiente de Dios; "y no puede pecar, porque es nacido de Dios" (1 Jn. 3:9).

miércoles, 28 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

I. Naturaleza de la santificación

En primer lugar, tenemos que considerar la naturaleza de la santificación. ¿Qué quiere decir la Biblia cuando habla del hombre "santificado"?

La santificación es la obra espiritual interior que el Señor Jesucristo lleva a cabo en el hombre por medio del Espíritu Santo, cuando lo llama a ser un verdadero creyente. No sólo 1) lo limpia de sus pecados con su propia sangre, sino que también 2) lo separa de su amor natural por el pecado y el mundo, 3) pone un principio nuevo en su corazón y 4) lo hace practicar la piedad en su vida. El instrumento por el cual el Espíritu hace esto es, generalmente, la Palabra de Dios, aunque a veces usa aflicciones y visitaciones providenciales que son "sin palabra" (1 P. 3:1). El sujeto de esta obra de Cristo por su Espíritu es llamado en las Escrituras hombre "santificado".

El que supone que Jesucristo sólo vivió, murió y resucitó a fin de proveer justificación y perdón de pecado a su pueblo, tiene todavía mucho que aprender. Aunque lo sepa o no, está deshonrando a nuestro bendito Señor y convirtiéndolo en apenas un Salvador a medias.

El Señor Jesús se ha hecho cargo de todo lo que las almas de los suyos requieren; no sólo para librarlos de la culpa de sus pecados por medio de su muerte expiatoria, sino también del dominio de sus pecados, colocando al Espíritu Santo en sus corazones, no únicamente para justificarlos, sino también para santificarlos. Es él, de este modo, no sólo la "justicia" del creyente, sino su "santificación" (1 Co. 1:30). Prestemos atención a lo que dice la Biblia: "Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados", "Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado", "Jesucristo... se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras", Cristo "llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia", "Os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él" (Jn. 17:19; Ef. 5:25,26; Tito 2:14; 1 P. 2:24; Col. 1:21, 22). Consideremos con cuidado el significado de estos cinco textos. Si algo significan esas palabras, es que Cristo lleva a cabo la santificación, tal como lo hace en el caso de la justificación de su pueblo creyente. Se hace provisión para ambas igualmente "en ese pacto perpetuo, ordenado en todas las cosas, y... guardado" del cual el Mediador es Cristo. De hecho, Cristo es llamado en otro lugar: "El que santifica" y a su pueblo se le llama: "Los que son santificados" (He. 2:11).

El tema que tenemos ante nosotros es tan profundo y de tanta importancia que requiere protegerlo, vigilarlo, aclararlo y delinearlo por todos sus costados. Una doctrina que es indispensable para la salvación, nunca puede ser desarrollada con demasiada precisión ni ser esclarecida totalmente. Aclarar la confusión entre unas doctrinas y otras, lo cual es lamentablemente común entre los cristianos, y trazar una relación precisa entre unas verdades y otras en la fe, es una manera de arribar a un acierto total en nuestra teología. Por lo tanto, no vacilo en exponer a mis lectores a una serie de proposiciones o declaraciones conectadas, tomadas de las Escrituras, que creo encontrarán útiles para definir la naturaleza exacta de la santificación.

martes, 27 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

2. Santificación

"Santifícalos en tu verdad". Juan 17:17

"La voluntad de Dios es vuestra santificación". 1 Tesalonicenses 4:3

Me temo que el tema de la santificación es uno que a muchos les desagrada considerablemente. Algunos hasta lo rechazan con desprecio y desdén. Lo último que quisieran es ser un "santo" o un hombre "santificado". No obstante, el tema no merece ser tratado de este modo. No es un enemigo, sino un amigo.

Es un tema de suma importancia para nuestras almas. Si la Biblia dice la verdad, entonces es cierto que, a menos que seamos "santificados", no seremos salvos. Hay tres cosas que, según la Biblia, son absolutamente necesarias para la salvación de cada hombre y mujer en la cristiandad. Estas tres son: Justificación, regeneración y santificación. Las tres se encuentran en cada hijo de Dios: El que ha aceptado a Cristo como su Señor y Salvador es nacido de nuevo, justificado y santificado. Al que le falte uno de estos tres elementos, no es un verdadero cristiano a los ojos de Dios y, si muere en esa condición, no lo encontraremos en el cielo ni será glorificado en el día final.

Es un tema muy apropiado para esta época porque han aparecido últimamente doctrinas extrañas, sobre todo, respecto al tema de la santificación. Algunas de esas doctrinas parecen confundirla con la justificación. Algunos la rebajan al grado de anularla bajo la excusa de tener un gran celo por la gracia y la descuidan, prácticamente, en su totalidad. Otros tienen tanto temor de que las "obras" sean incluidas como parte de la justificación, que casi ni pueden encontrarle un lugar a las "obras" en su fe. Otros más, adoptan una norma equivocada con respecto a la santificación, nunca la logran, desperdician su vida en repetidos cambios de iglesia en iglesia, de congregación en congregación y de secta en secta con la esperanza inútil de que encontrarán lo que quieren. En tiempos como este, un examen sereno del tema, como uno de los temas principales del evangelio, puede ser de mucho provecho para nuestras almas.

        I. Primero, consideremos la verdadera naturaleza de la santificación.

        II. Segundo, consideremos las señales visibles de la santificación.

        III. Por último, consideremos, en qué coinciden la justificación y santificación, en qué se parecen y cómo difieren.

Si lamentablemente el lector de estas páginas es alguien a quien sólo le interesa el mundo y no profesa una religión, no puedo esperar que se interese mucho en lo que escribo. Probablemente le parezca cuestión de "palabras y nombres" y lindas preguntas que no tienen ninguna relación con lo que cree. Pero si es un cristiano reflexivo, razonable y sensible, me atrevo a decir que encontrará que vale la pena tener algunos conceptos claros acerca de la santificación.

lunes, 26 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Remedios

Me atrevo a dar una opinión acerca del mejor remedio que he mencionado para la situación. Otras corrientes de pensamientos en las iglesias tienen que formar sus propios criterios. Estoy convencido de que la cura para los evangélicos se encuentra en una comprensión más clara de la naturaleza y lo pecaminoso del pecado. No necesitamos volver a Egipto y tomar prestadas prácticas similares a las católicas romanas a fin de revivir nuestra vida espiritual. No necesitamos restaurar el confesionario, ni volver al monacato ni al ascetismo. ¡De ninguna manera! Tenemos, sencillamente, que arrepentirnos y hacer nuestras primeras obras. Tenemos que volvernos a los principios originales de la fe. Tenemos que volver "a las sendas antiguas". Tenemos que sentarnos humildemente ante la presencia de Dios, encarar de frente todo el asunto, examinar claramente lo que el Señor Jesús llama pecado y lo que el Señor llama "hacer su voluntad".

¡Debemos, luego, tratar de entender que es terriblemente posible vivir una vida descuidada, fácil, medio mundana y, a la vez, mantener los principios evangélicos y llamarnos evangélicos! Una vez que comprendemos que el pecado es mucho más vil y que está mucho más cerca de nosotros, y que se nos pega más de lo que suponemos, seremos conducidos, confío y creo, a acercarnos más a Cristo. Una vez que lo estamos, beberemos profundamente de su plenitud y aprenderemos más fehacientemente a "vivir la vida de fe" en él, como lo hizo San Pablo. En cuanto hemos sido enseñados a vivir la vida de fe en Jesús y a permanecer en él, daremos más fruto, seremos más fuertes para cumplir nuestro deber, más pacientes en las pruebas, más cuidadosos de nuestro pobre y débil corazón y más como nuestro Maestro en todos nuestros pequeños quehaceres cotidianos. En la proporción en que comprendamos cuánto ha hecho Cristo por nosotros, trabajaremos para hacer mucho para Cristo. Más somos perdonados, más amaremos. En suma, como dice el Apóstol: "Mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados... en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor" (2 Co. 3:18).

Sea lo que fuere que algunos optan por pensar o decir, no puede haber ninguna duda de que un aumento de sensibilidad por la santidad es una de las señales de nuestra época. Las conferencias para promover la "vida espiritual" son temas de congresos casi todos los años. El tema ha despertado mucho interés en muchos países, por lo cual debemos estar agradecidos. Cualquier movimiento basado en principios sólidos, que ayuda a profundizar nuestra vida espiritual y a aumentar nuestra santidad personal, será una verdadera bendición para la Iglesia. Hará un gran aporte para unirnos y curar nuestras desafortunadas divisiones. Puede traer una efusión fresca de la gracia del Espíritu y dar vida a los muertos. Aun con la seguridad que tengo, como dije al comienzo de este escrito, tenemos que escarbar profundo para edificar alto. Estoy convencido de que el primer paso hacia el logro de un nivel más elevado de santidad es comprender más plenamente lo asombrosamente pecaminoso que es el pecado.

domingo, 25 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(e) En último lugar, un concepto bíblico del pecado es un admirable antídoto contra los conceptos pobres de la santidad personal que lamentablemente prevalece en estos últimos días de la Iglesia. Este es un tema muy doloroso y delicado. Lo sé, pero no me atrevo a pasarlo por alto. Desde hace mucho tiempo tengo la triste convicción de que las normas del diario vivir entre los cristianos de gran parte de nuestros países han ido relajándose paulatinamente. Me temo que la caridad, amabilidad, alegría, generosidad, humildad, gentileza, bondad, auto negación, celo por hacer el bien y la separación del mundo a imitación de Cristo, son valores mucho menos apreciados de lo que deberían ser y que fueron importantes en la época de nuestros mayores.

No puedo pretender entrar de lleno en las causas de este estado de cosas y sólo puedo sugerir algunas conjeturas para ser consideradas. Puede ser que cierta profesión de religión esté tan de moda y sea comparativamente fácil en la actualidad, que las corrientes que antes eran agostas y profundas sean ahora anchas y superficiales, que lo que hemos logrado externamente, hemos perdido en calidad. Puede ser que el gran incremento de riquezas en los últimos veinticinco años ha introducido insensiblemente una plaga de mundanalidad, de autosatisfacción y del amor por lo placentero de una vida social basada en lo material. Lo que antes se llamaban lujos, ahora son comodidades y necesidades, y el negarse uno mismo y soportar "una vida dura" son cosas desconocidas. Puede ser que las muchas controversias que caracterizan a esta época han secado sensiblemente nuestra vida espiritual. Con demasiada frecuencia nos hemos contentado con un celo por la ortodoxia y, por ende, hemos descuidado las serias realidades de una consagración cotidiana práctica. Sean cuales fueren las causas, tengo que declarar mi propia creencia de que el resultado es el mismo. Han habido en los últimos años normas más bajas de santidad personal entre creyentes que lo que había en la época de nuestros mayores. ¡Todo esto trae como resultado que el Espíritu se contrista! El asunto requiere humillarse mucho y escudriñar el corazón.

sábado, 24 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(d) Un concepto correcto del pecado es uno de los mejores antídotos contra las teorías demasiado forzadas de la Perfección, de las que oímos tanto en estos tiempos. Diré poco de estas y confío en no ofender a nadie con lo que digo. Si aquellos que nos presionan para que seamos perfectos quieren decir que seamos consecuentes en todo y que prestemos cuidadosa atención a todas las gracias que constituyen el carácter cristiano, tendríamos razón en, no sólo tolerarlos, sino en coincidir enteramente con ellos. Pero si en realidad quieren decirnos que, en este mundo, el creyente puede lograr una libertad total del pecado, vivir por años en una comunión continua e ininterrumpida con Dios y que durante meses no tiene ni siquiera un pensamiento malo, tengo que decir sinceramente que tal opinión me parece muy poco bíblica.

Y voy aún más lejos. Digo que la opinión que comparto es muy peligrosa para el que esto cree y es muy probable que deprima, desaliente e intimide a los que preguntarían acerca de la salvación. No encuentro en la Palabra de Dios la más mínima razón para esperar tal perfección mientras estamos en este cuerpo mortal. Creo que las palabras del Artículo 15 son totalmente ciertas: Que "sólo Cristo es sin pecado; y que todos nosotros, el resto de los mortales, aunque hemos sido bautizados y nacidos de nuevo en Cristo, ofendemos de muchas maneras; y si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros". Usando el lenguaje de nuestra primera homilía: "Existen imperfecciones en nuestras mejores obras: No amamos a Dios tanto como deberíamos, con todo nuestro corazón, mente y fuerzas; no tememos a Dios tanto como deberíamos; no oramos a Dios sin tener muchas y grandes imperfecciones. Damos, perdonamos, creemos y esperamos imperfectamente; hablamos, pensamos y lo hacemos imperfectamente; luchamos imperfectamente contra el diablo, el mundo y la carne. Por lo tanto, no nos avergoncemos  de confesar sencillamente nuestro estado de imperfección". Repito una vez más lo que he dicho: La mejor vacuna contra la falsa ilusión efímera sobre la perfección que empaña a algunas mentes -pues tal cosa espero poder llamarla- es una comprensión distintiva, plena y clara de la naturaleza, lo pecaminoso y engañoso del pecado.

viernes, 23 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(b) Tener un concepto bíblico del pecado es una de las mejores maneras de evaluar la teología extravagantemente amplia y liberal que está en boga en nuestros días. La tendencia del pensamiento moderno es rechazar los credos y toda clase de límites en la religión. Se cree que es muy bueno y sabio no condenar ninguna opinión y declarar que todos los maestros inteligentes y serios, son dignos de confianza, no importa lo heterogéneas y mutuamente destructivas que puedan ser sus opiniones. ¡Todo en verdad es cierto, nada es falso! ¡Todos tienen razón y nadie está equivocado! ¡Es muy probable que todos sean salvos y nadie se perderá! La expiación y sustitución de Cristo, la personalidad del diablo, los elementos milagrosos en las Escrituras, la realidad y eternidad del futuro castigo, todas estas poderosas piedras fundamentales se tiran indiferentemente por la borda como lastre, a fin de alivianar el barco del cristianismo y hacer posible que se mantenga al paso de la ciencia moderna. Si tomamos una postura firme en defensa de estas grandes verdades ¡nos llaman cerrados, anticuados y fósiles teológicos! Citamos un texto y nos dicen que no toda verdad está confinada a las páginas de un antiguo libro judío y que una búsqueda libre ha descubierto muchas cosas desde que el libro se terminó de escribir.

(c) Un concepto correcto es el mejor antídoto contra ese tipo de cristianismo sensual, ceremonial y formal, que nos ha arrasado como una inundación durante los últimos veinticinco años, llevándose a muchos a su paso. Comprendo que este sistema de religión tiene mucho de atractivo para cierta mentalidad, siempre y cuando la conciencia no esté totalmente iluminada. Me resulta difícil creer que cuando esa parte maravillosa de nuestro ser llamada conciencia está realmente despierta y viva, un cristianismo ceremonial sensual nos satisfaga plenamente. A un niñito se le puede tranquilizar y entretener fácilmente con juguetitos y sonajeros mientras no tenga hambre; pero en cuanto lo siente, sabemos que comer es lo único que los satisfará. Sucede lo mismo con el alma. Música, flores, velas, incienso, estandartes, procesiones, vestiduras hermosas, confesionarios, y ceremonias de carácter similar a las católicas romanas hechas por el hombre, lo satisfarán bajo ciertas condiciones. Pero una vez que "despierta y se levanta de entre los muertos", no se contentará con estas cosas. Le parecerán simples frivolidades y una pérdida de tiempo. Pero en cuanto ve su pecado, tiene que ver a su Salvador. Se siente atacado por una enfermedad mortal y nada lo satisfará, sino el gran Médico. Tiene hambre y sed, y no puede conformarse con menos que el pan de vida. Puedo parecer audaz al decir esto; pero afirmo, sin temor a equivocarme, que cuatro de cada cinco católicos romanos del último cuarto de siglo, no hubieran existido si se les hubiera enseñado más fehacientemente y con más amor, la naturaleza del pecado y lo vil y pecaminoso que es.

jueves, 22 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicación práctica

Al llevar este tema poderoso a una conclusión, siento que apenas he tocado la superficie. Es un asunto que no puede ser tratado a fondo en un escrito como este. El que quiera verlo tratado, completa y exhaustivamente, tiene que recurrir a eruditos de teología experimental, como Owen, Burgess, Manton, Charnock y otros gigantes de la escuela puritana. Sobre temas como este, no hay escritores que puedan compararse con los puritanos. Sólo me resta destacar algunos asuntos prácticos de toda la doctrina sobre el pecado que deben ser tratados en la actualidad.

(a) Quiero decir, en primer lugar, que un concepto bíblico del pecado es uno de los mejores antídotos contra el tipo de teología vaga, imprecisa, nada clara, borrosa, indefinida, que es tan dolorosamente común en la actualidad. Es en vano cerrar los ojos al hecho de que hay una gran cantidad de supuesto cristianismo hoy día que no puede declararse positivamente errado, pero que, a pesar de todo, no es completo, de peso, ni totalmente acertado. Es un cristianismo en el cual no se puede negar haya "algo de Cristo, algo de la gracia, algo de la fe, algo del arrepentimiento y algo de la santidad"; pero no es lo verdadero, tal como aparece en la Biblia. Las cosas están fuera de lugar y son desproporcionadas.

Como hubiera dicho el anciano Latimer:  Es una especie de "mezcla de esto y aquello" y no hace nada de bien. No ejerce influencia sobre la conducta cotidiana, ni consuela en la vida, ni da paz en la muerte. Los que siguen estas aparentes verdades, despiertan a menudo demasiado tarde para encontrarse con que no tienen ningún fundamento. Ahora bien, creo que la mejor manera de curar este tipo defectuoso de religión es darle más prominencia a la antigua verdad bíblica acerca de lo pecaminoso del pecado. La gente nunca se propondrá decididamente ir en dirección al cielo y a vivir como peregrinos hasta que sientan que realmente corren peligro de ir al infierno. Tratemos todos de reavivar la antigua enseñanza acerca del pecado en los jardines de infantes, escuelas, colegios y universidades. No olvidemos que "la ley es buena, si uno la usa legítimamente" y que "por medio de la ley es el conocimiento del pecado" (1 Tim. 1:8; Ro. 3:20; 7:7). Pongamos la ley al frente y enfaticémosla de modo que los hombres le presten atención. Hablemos de los Diez Mandamientos e insistamos en ellos demostrando lo largo, ancho, profundo y alto de sus requerimientos. Este fue el método de nuestro Señor en el Sermón del Monte. No hay nada mejor que podemos hacer que seguir su plan. ¡Podemos depender de él; los hombres nunca acudirán a Jesús, ni se quedarán con Jesús, ni vivirán para Jesús, a menos que realmente sepan por qué deben acudir a él y cuál es la necesidad que tienen!

Aquellos que el Espíritu atrae a Jesús son los que el Espíritu ha convencido de pecado. Sin una convicción total de pecado, el hombre puede acudir a Jesús y seguirle por un tiempo, pero pronto se apartará y volverá al mundo.

miércoles, 21 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

Seamos agradecidos por la gracia

Por otro lado, pido a mis lectores que observen cuán profundamente agradecidos debemos estar por el glorioso evangelio de la gracia de Dios. Existe un remedio revelado para la necesidad del hombre, un remedio tan ancho, amplio y profundo como la enfermedad que padece. No hemos de temer mirar al pecado y estudiar su naturaleza, origen, poder, extensión y vileza, si miramos, al mismo tiempo, el remedio todopoderoso que nos ha sido provisto en la salvación que hay en Jesucristo. Aunque ha abundado el pecado, la gracia ha abundado mucho más. Sí...

- En el pacto eterno de redención y en el Mediador de ese pacto, Jesucristo el justo, y perfecto Hombre en una sola Persona.

- En la obra que hizo al morir por nuestros pecados y resucitar para nuestra justificación, y en los oficios que cumple como nuestro Sacerdote, Sustituto, Médico, Pastor y Abogado.

- En la sangre preciosa que derramó, la cual puede limpiar de todo pecado en la justicia eterna que trajo.

- En la intercesión perpetua que hace por nosotros como nuestro Representante a la diestra de Dios.

- En su poder de salvar para siempre al peor de los pecadores, su disposición de recibir y perdonar a los más viles, su prontitud por cargar a los más débiles.

- En la gracia del Espíritu Santo que planta en los corazones de su pueblo, renovando, santificando y haciendo que las cosas viejas pasen y todas sean hechas nuevas.

 -En todo esto y, ¡oh que bosquejo tan breve es!, en todo esto, digo, hay un remedio, pleno, perfecto y completo para la enfermedad aborrecible del pecado. Terrible como es indudablemente el concepto correcto del pecado, nadie debe desmayar ni desesperarse, siempre y cuando tenga, al mismo tiempo, un concepto correcto de Jesucristo. Con razón ese anciano Flavel finaliza muchos de los capítulos de su admirable libro "Fountain of Life" (Fuente de vida), con las emocionantes palabras: "Bendito Dios por Jesucristo".

martes, 20 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

Y ahora, antes de seguir adelante, quiero mencionar brevemente dos pensamientos que parecen surgir con fuerza irresistible de este tema.

Autodegradación

Por un lado, les pido a mis lectores que observen las razones profundas que todos tenemos para  humillarnos y degradarnos a nosotros mismos. Sentémonos ante la figura del pecado que nos presenta la Biblia y consideremos qué criaturas tan culpables, viles y corruptas somos todos a los ojos de Dios. ¡Cuánta necesidad tenemos todos del cambio del corazón llamado regeneración, nuevo nacimiento o conversión! ¡Qué masiva es la debilidad e imperfección que se aferra al mejor ser humano en su mejor expresión! ¡Qué solemne es el pensamiento que dice que sin santidad "nadie verá al Señor"! (He. 12:14). ¡Qué razón tenemos de clamar con el publicano, cada noche de nuestra vida, cuando pensamos en nuestros pecados de omisión, al igual que los de comisión: "Dios, sé propicio a mí, pecador"! (Lc.18:13). ¡Qué admirablemente encajan las confesiones generales y de la comunión en el Libro de Oraciones, con la condición actual de todos los cristianos profesantes! ¡Qué divinamente adecuado es ese lenguaje para los hijos de Dios, que el Libro de Oraciones pone en la boca del cristiano antes de acercarse a la mesa de comunión: "El recuerdo de nuestras malas acciones nos son gravosas; la carga es intolerable: Ten misericordia de nosotros, ten misericordia de nosotros, Padre muy misericordioso; en el nombre de tu Hijo nuestro Señor Jesucristo, perdónanos por todo lo pasado"! ¡Cuán cierto es que, el santo más santo, es en sí un miserable pecador y necesitado de misericordia y gracia hasta el último momento de su existencia!

De todo corazón apoyo aquel pasaje en el Sermón sobre Justificación de Hooker, que comienza diciendo: "Consideremos las mejores cosas y las más santas que hacemos. Nunca estamos más comprometidos con Dios que cuando oramos; no obstante, muchas veces, cuando oramos, ¡cómo nos distraemos! ¡Qué poca reverencia demostramos hacia la gran majestad de Dios con quien hablamos! ¡Qué poco remordimiento sentimos por nuestras propias maldades! ¡Qué poco gusto sentimos de la influencia de sus tiernas mercedes! ¿No sucede que muchas veces no estamos deseosos de comenzar, como lo estamos de terminar, como si al decir él 'Invócame' (Sal. 50:15), nos hubiera dado una tarea muy difícil? Lo que digo puede parecer algo extremo; por lo tanto, que cada uno juzgue, como le indique su propio corazón, y no de ninguna otra manera; ¡haré sólo una demanda! Si Dios cediera ante nosotros, no como a Abraham (si hubiera podido encontrar cincuenta, cuarenta, treinta, veinte o aun diez buenas personas en la ciudad, por ellas esta ciudad no sería destruida) y, en cambio, nos hiciera una oferta así de grande: 1) Busque en todas las generaciones de hombres desde la caída de nuestro padre Adán, 2) Encuentren un hombre que haya surgido de él, que haya sido puro, sin mancha alguna y 3) Por la acción de ese único hombre, ningún ser humano ni ángel sufriría los tormentos preparados para ambos. ¿Les parece que este rescate para librar a hombres y ángeles podría encontrarse entre los hijos de los hombres, cuyas mejores cosas tienen algo en ellas que hay que perdonar?

Ese testimonio es verdadero. Por mi parte, estoy convencido de que cuanta más luz tenemos, más vemos lo pecaminoso que somos y cuanto más nos acercamos al cielo, más estamos revestidos de humildad. En cada era de la Iglesia encontraremos que es cierto, si estudiamos biografías, que los santos más eminentes, hombres como Bradford, Rutherford y M'Cheyne, veremos que invariablemente, han sido los hombres más humildes.

lunes, 19 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

V. Lo engañoso del pecado

Queda un punto por considerar sobre el tema del pecado, que no puedo pasar por alto. Este punto tiene que ver con lo engañoso que es. Es un asunto de importancia primordial y me aventuro a pensar que no recibe la atención que merece. Podemos ver este engaño en lo increíblemente propenso que es el hombre a considerar al pecado menos pecaminoso y peligroso de lo que es a los ojos de Dios y su pronta disposición por restarle importancia, excusarse por él y minimizar su culpa. "¡No es más que uno pequeño! ¡Dios es misericordioso! ¡Dios no va al extremo de tomar nota de lo que uno hace mal! ¡Nuestra intención es buena! ¡Uno no puede ser tan quisquilloso! ¿Dónde hace tanto daño? ¡No hacemos más que lo mismo que hacen los demás!" ¿A quién no le resulta familiar este tipo de lenguaje?

Podemos verlo en la larga lista de palabras y frases lindas que han acuñado los hombres a fin de describir cosas que Dios llama lisa y llanamente perversas y una ruina para el alma. ¿Qué significan expresiones como "de vida fácil", "alegre", "alocado", "inseguro", "desconsiderado", "indiscreto"? Muestran que los hombres tratan de engañarse a sí mismos y de creer que el pecado no es tan pecaminoso como Dios dice que lo es y que no son tan malos como realmente son. Podemos verlo en la tendencia, aun de creyentes, de permitirles a sus hijos conductas cuestionables y de ignorar el resultado inevitable del amor al dinero, de jugar con la tentación y sancionar a los transgresores sin el debido rigor.

Me temo que no comprendemos suficientemente la extrema sutileza de la enfermedad de nuestra alma. Somos demasiado prontos a olvidar que la tentación de pecar raramente se nos presenta en su verdadera realidad, diciendo: "Soy tu enemigo mortal y quiero arruinarte en el infierno". ¡Oh no! El pecado nos llega, como Judas, con un beso y, como Joab, con una mano extendida y palabras halagadoras. El fruto prohibido le parecía bueno y deseable a Eva; no obstante le echó fuera del Edén.

Caminar tranquilamente en la azotea de su palacio le pareció inofensivo a David; pero terminó en adulterio y homicidio. El pecado raramente parece pecado al principio. Estemos en guardia y oremos, no sea que caigamos en tentación. Podemos darle a la impiedad nombres bonitos, pero no podemos alterar su naturaleza y carácter a los ojos de Dios. Recordemos las palabras de San Pablo: "Exhortaos los unos a los otros cada día... para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado" (He. 3:13). Es una oración sabia en nuestra Letanía la que dice: "De los engaños del mundo, la carne, y el diablo, líbranos, buen Señor".

domingo, 18 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

IV. Lo ofensivo del pecado

En cuanto a la culpabilidad, vileza y lo ofensivo del pecado a los ojos de Dios, mis palabras serán pocas. Digo "pocas" con conocimiento de causa. No creo, según la naturaleza de las cosas, que el hombre mortal pueda percibir lo tremendamente ofensivo del pecado a los ojos de Aquel que es santo y perfecto con quien tenemos que tratar. Por otro lado, Dios, como ese Ser eterno que "notó necedad en sus ángeles" y en cuya presencia "los mismos cielos no son limpios", Él es el que lee los pensamientos y los motivos, al igual que las acciones, y requiere "verdad en nuestro interior" (Job 4:18; 15:15; Sal. 51:6).

Por otro lado, nosotros, pobres criaturas ciegas, hoy aquí y mañana no, nacidos en pecado, rodeados de pecados -viviendo en un ambiente constante de debilidad, enfermedad e imperfección-, no podemos dar forma más que a los conceptos más inadecuados de lo aberrante que es el mal. No tenemos ni línea ni unidad de medida con las cuales conocer sus dimensiones. El ciego no puede ver una diferencia entre una obra maestra de Ticiano o Rafael y el rostro de la reina en el mural del pueblo. El sordo no puede distinguir entre el sonido de un silbato y el del órgano de una catedral. Aquellos animales cuyo olor nos resulta tan ofensivo, no tienen idea de que son perjudiciales y no se afectan entre sí. Y yo creo que el hombre, el hombre caído, no puede tener una idea cabal de lo vil que es el pecado a los ojos de aquel Dios cuya obra es absolutamente perfecta -perfecta, aun si la vemos a través de un telescopio o un microscopio-, perfecta en la formación de un gran planeta como Júpiter, con sus satélites sincronizados al segundo, mientras gira alrededor del sol y en la formación del insecto más pequeño que camina a nuestros pies.

Pero de cualquier manera, implantemos firmemente en nuestras mentes...

-Que el pecado es "esta cosa abominable que yo aborrezco".

-Refiriéndose a Dios dice: "Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio".

-Que la transgresión más leve de la ley de Dios nos hace "culpables de todos".

-Que "el alma que pecare, esa morirá".

-Que "la paga del pecado es muerte".

-Que "Dios juzgará... los secretos de los hombres".

-Que "el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga".

-Que "los malos serán trasladados al Seol" e "irán estos al castigo eterno".

-Que "no entrará en ella [la ciudad celestial] ninguna cosa inmunda".

(Jer. 44:4; Hab.1:13; Stg. 2:10; Ez. 18:4; Ro. 6:23; Ro. 2:16; Mr. 9:44; Sal. 9:17; Mt. 25:46; Ap. 21:27) ¡Por cierto, estas son tremendas palabras cuando consideramos que están escritas en el Libro de un Dios quien es todo misericordia!

Después de todo, no hay prueba de lo serio del pecado que sea más sobrecogedora e irrefutable como la cruz y la pasión de nuestro Señor Jesucristo, y toda la doctrina de su sustitución y expiación. Terriblemente negra ha de ser esa culpa por la cual, sólo la sangre del Hijo de Dios podía satisfacer. Pesada debe ser la carga del pecado humano que hizo gemir a Jesús y sudar gotas de sangre en agonía en Getsemaní y clamar desde el Gólgota: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mt. 27:46). Estoy convencido de que nada nos asombrará tanto, cuando despertemos en el día de resurrección, como la vista que tendremos del pecado y del conocimiento retrospectivo que tendremos de nuestras innumerables faltas y defectos. Nunca, hasta la hora cuando Cristo venga por segunda vez, comprenderemos totalmente "lo pecaminoso del pecado". Bien podría decir George Whitefield: "El himno en el cielo será: '¡Lo que Dios ha hecho!'"

sábado, 17 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

El pecado en la vida del creyente

Después de lo dicho, estoy convencido de que la prueba más grande de la extensión y el poder del pecado, es lo pertinaz que es en aferrarse al hombre, aun después de que este se ha convertido y es el objeto de las operaciones del Espíritu Santo. Según el lenguaje del Noveno Artículo, "esta infección de la naturaleza permanece..., aun en los que están regenerados". Tan profundas son las raíces de la corrupción humana, que aún después de que nacemos de nuevo, hemos sido renovados, "limpiados, santificados, justificados" y hechos miembros vivos de Cristo, estas raíces siguen vivas en el fondo de nuestros corazones y, como la lepra en las paredes de la casa, nunca nos libramos de ella hasta que la casa terrenal de este tabernáculo se haya disuelto. Sin lugar a dudas, el pecado en el corazón del cristiano ya no domina. Está controlado, mortificado y crucificado por el poder expulsivo del nuevo principio de gracia.

La vida del creyente es una vida de victoria, no de fracaso. Pero las mismas batallas que hay en su seno, la lucha que ve que tiene que librar diariamente, el celo continuo que tiene que ejercer sobre su hombre interior, el conflicto entre la carne y el espíritu, los "quejidos" que nadie, fuera de los que los han vivido conocen, testifican de la misma gran verdad, todos muestran el enorme poder y vitalidad del pecado. ¡Ciertamente debe ser poderoso ese enemigo que aunque esté crucificado sigue vivo! ¡Feliz es aquel creyente que lo comprende y, mientras se regocija en Cristo Jesús, no confía para nada en la carne y, por lo tanto, dice: "Gracias a Dios que nos da la victoria" (1 Co. 15:57); nunca se olvida de estar en guardia y orando para no caer en tentación!

viernes, 16 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

III. Amplitud del pecado

En cuanto a la amplitud de esta vasta enfermedad moral del hombre llamada pecado, tengamos cuidado de no equivocarnos. La única base segura es la que nos dan las Escrituras. "Todo designio de los pensamientos del corazón" es malo por naturaleza y lo es continuamente (Gén. 6:5). "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso;..." (Jer. 17:9). El pecado es una enfermedad que satura y compromete cada parte de nuestra constitución moral y cada una de nuestras facultades mentales. La comprensión, los afectos, los poderes para razonar, la voluntad, están todos infectados, en menor o mayor grado. Aun la conciencia está tan ciega que no se puede depender de ella como un guía seguro y puede llevar al hombre a hacer tanto lo malo como lo bueno, a menos que esté iluminado por el Espíritu Santo. En resumen, "Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay... cosa sana,..." en nosotros (Isa. 1:6). La enfermedad puede estar oculta bajo una delgada capa de cortesía, buenos modales y un decoro exterior; pero se encuentra profundamente arraigada en el ser.

Admito totalmente que el hombre tiene muchas facultades positivas y nobles, y que muestra una inmensa capacidad en las artes, en las ciencias y en la literatura. Pero el hecho sigue en pie: En cuanto a las cosas espirituales, el hombre está completamente "muerto" y no tiene conocimiento, ni amor, ni temor natural de Dios. Sus mejores cualidades están tan entretejidas y mezcladas con corrupción, que el contraste sólo evidencia claramente la verdad y extensión de la caída. Nos muestra que una y la misma criatura es en algunas cosas...

-Tan superior y, en otras, tan baja.

-Tan grande y, no obstante, tan pequeña.

-Tan noble y, sin embargo, tan mala.

-Tan grandiosa en su concepción y ejecución de cosas materiales y, no obstante, tan arrastrada y tan degradada en sus afectos.

-Capaz de planificar y construir edificios como los de Carnac y Luxor en Egipto, y el Partenón en Atenas, y no obstante, adorar a dioses y diosas viles, a aves, bestias y seres que se arrastran.

-Capaz de producir obras trágicas como las de Sófocles e historias como las de Tucídides y, no obstante, ser esclavo de vicios abominables como los descritos en el primer capítulo de la epístola a los Romanos.

Todo esto es un complicado rompecabezas para los que se burlan de la "Palabra escrita de Dios" y de los eruditos bíblicos.

Pero es un nudo que podemos desatar con la Biblia en nuestras manos. Podemos reconocer que el hombre tiene en sí, todas las marcas de un templo majestuoso, un templo en el cual alguna vez moraba Dios, pero que ahora está en ruinas. Un templo en el que una ventana destrozada aquí, una puerta allá y una columna más allá todavía, dan una idea de la magnificencia de su diseño original, pero un templo que ha caído de su apogeo de un extremo al otro y que ha perdido su gloria. Y por eso decimos que nada soluciona el complicado problema de la condición del hombre, sino la "doctrina del pecado original o de nacimiento" y los devastadores efectos de la caída.

Recordemos, además de esto, que cada parte del mundo da testimonio del hecho que el pecado es la enfermedad universal de toda la humanidad. Busquemos por toda la tierra de este a oeste, de polo a polo, busquemos por toda nación de todo tipo de clima en los cuatro puntos cardinales de la tierra, busquemos en cada rango y clase social en nuestro país, desde el más elevado al más bajo y, en cada circunstancia y condición, la conclusión siempre será la misma. Las islas más remotas en el Océano Pacífico, completamente separadas de Europa, Asia, África y América, más allá del alcance del lujo oriental y las artes y literatura de occidente -islas habitadas por gente que no sabe de libros, dinero, la fuerza del vapor ni de la pólvora-, en estas islas siempre se ha encontrado, al descubrirlas, que había entre sus pobladores, las formas más viles de lujuria, crueldad, engaño y superstición. Si los habitantes no han sabido ninguna otra cosa, ¡siempre han sabido cómo pecar! En todo lugar, "engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso,..." (Jer. 17:9). Por mi parte, no sé de una prueba más contundente de la inspiración de Génesis y del registro de Moisés acerca del origen del hombre que el poder, la extensión y la universalidad del pecado. Reconozcamos que la humanidad surgió de una pareja, y que esa pareja cayó (como nos lo dice Génesis 3), y que el estado de la naturaleza humana en todas partes es fácilmente comprensible. Neguémoslo; como lo hacen muchos, y nos encontraremos inmediatamente envueltos en dificultades inexplicables. En una palabra, la uniformidad y universalidad de la corrupción humana dan respuesta a los ejemplos más difíciles de explicar de las enormes "dificultades de la infidelidad".

jueves, 15 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. Origen y raíz del pecado

En cuanto al origen y la raíz de esta vasta enfermedad moral llamada "pecado", tengo que decir algo: Me temo que los conceptos de muchos cristianos profesantes son, tristemente, defectuosos y equivocados. No puedo pasarlo por alto. Fijemos, pues, en nuestra mente que lo pecaminoso del hombre no empieza desde afuera, sino desde adentro. No es el resultado de una mala formación durante la niñez.

No es que se aprenda de las malas compañías ni por los malos ejemplos, como les gusta afirmar a algunos cristianos débiles. ¡No! Es una enfermedad congénita, que todos heredamos de nuestros primeros padres Adán y Eva, y con la cual nacimos. "Creados a la imagen y semejanza de Dios", inocentes y justos al principio, nuestros padres cayeron de la justicia original y llegaron a ser pecadores y corruptos. Y desde aquel día hasta hoy, todos los hombres y mujeres han nacido a la imagen de Adán y Eva caídos y heredan un corazón y una naturaleza con inclinación hacia el mal, "por un hombre entró el pecado al mundo". "Lo que es nacido de la carne, carne es". "[Somos] por naturaleza hijos de ira". "La mente carnal es enemistad contra Dios". "Porque de dentro, del corazón de los hombres, [naturalmente como de una fuente] salen los malos pensamientos, las fornicaciones, los homicidios" y cosas similares. (Jn. 3:6; Ef. 2:3; Ro. 5:12; 8:7; Mr. 7:21).

El infante más hermoso que haya nacido este año y viene a ser el rayito de sol de una familia, no es, como su madre quizá cariñosamente lo llame, un "angelito", ni un bebito "inocente", sino un pequeño "pecador". ¡Ay! ¡Acostado sonriendo y balbuceando en su cuna, esta tierna criaturita tiene en su corazón las semillas de todo tipo de maldades! Basta con observarlo cuidadosamente mientras crece en estatura y su mente se desarrolla, para detectar una incesante tendencia hacia lo egoísta y lo malo, y un alejamiento de aquello que sea bueno. Verá en él los brotes y gérmenes del engaño, del mal carácter, egoísmo, egocentrismo, obstinación, codicia, envidia, celo, pasión, los cuales si se les deja expresar, crecerán con lamentable rapidez. ¿Quién enseñó al niño estas cosas? ¿Dónde las aprendió? ¡Sólo la Biblia puede contestar estas preguntas!

De todas las cosas necias que los padres suelen decir acerca de sus hijos, no hay otra peor que el dicho común: "En el fondo, mi hijo tiene un buen corazón. No es lo que debiera ser; pero es que ha caído en malas manos. Las escuelas públicas son lugares malos. Los tutores descuidan a los niños. No obstante, en el fondo, él tiene un buen corazón". Desgraciadamente, la verdad es exactamente lo contrario. La primera causa de todo pecado radica en la corrupción natural del corazón del niño, no en la escuela.

miércoles, 14 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

I. Definición de pecado

Comenzaré el tema dando algunas definiciones del pecado. Por supuesto, todos conocemos las palabras "pecado" y "pecadores". Hablamos frecuentemente de que en el mundo hay "pecado" y de que los hombres cometen "pecados". Pero, ¿qué queremos decir al usar estos términos y frases? ¿Lo sabemos realmente? Me temo que hay mucha confusión y vaguedad sobre esto. Trataré, lo más brevemente posible, de dar una respuesta.

Digo, pues, que "pecado" es, hablando en general, como lo declara el Artículo 9 de la Iglesia Anglicana: "La falla y corrupción de la naturaleza de cada hombre engendrado por un hijo de Adán; por la cual el hombre está muy apartado (quam longissime en latín) de su justicia original y es, por su propia naturaleza, inclinado hacia el mal, de modo que los deseos de la carne son siempre contra el espíritu y, por lo tanto, cada persona nacida en el mundo merece la ira y la condenación de Dios". El pecado, en resumen, es aquella vasta enfermedad moral que afecta a toda la raza humana, a todo rango, clase, nombre, nación, pueblo y lengua; una enfermedad de la cual nadie, sino Uno nacido de mujer, fue libre. ¿Necesito decir que ese Uno fue Cristo Jesús nuestro Señor?

Digo, además, que "un pecado", hablando más particularmente, consiste en hacer, decir, pensar o imaginar cualquier cosa que no se conforma perfectamente a la mente y la ley de Dios. Pecado, en suma, como dicen las Escrituras, es una "infracción de la ley" (1 Juan 3:4). La más leve desviación, ya sea exterior o interior, del paralelismo matemático absoluto con la voluntad y el carácter revelado de Dios, es un pecado, y nos hace, inmediatamente, culpables a los ojos de Dios.

Por supuesto no necesito decirle a nadie, que lee su Biblia con atención, que alguien puede quebrantar la ley de Dios en su corazón y en su mente, aun cuando no haya ningún acto perverso manifiesto y visible. Nuestro Señor declaró este punto más allá de cualquier disputa en el Sermón del Monte (Mt. 5:21-28). Incluso, un poeta ha dicho: "El hombre puede sonreír y sonreír, y ser un villano".

Además, no necesito decirle al estudiante cuidadoso del Nuevo Testamento, que hay pecados de omisión al igual que de comisión, y que pecamos, como bien nos recuerda nuestro Libro de Oraciones, "dejando de hacer las cosas que debemos hacer", al igual que "hacer las cosas que no debemos hacer". Las palabras solemnes de nuestro Maestro en el Evangelio de Mateo también presentan claramente este punto irrefutable. Dice allí: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de come; tuve sed, y no me disteis de beber" (Mt. 25:41-42). Fueron palabras profundas y reflexivas dichas por el santo arzobispo Usher, justo antes de morir: "Señor, perdona todos mis pecados y, especialmente, los de omisión".

Pero creo necesario en estos tiempos, recordar a mis lectores que uno puede cometer pecado y no saberlo y creerse inocente cuando en realidad es culpable. No veo ninguna justificación bíblica para la afirmación moderna de que "el pecado no es pecado para nosotros hasta que lo discernimos y tenemos conciencia de él". Por el contrario, en los capítulos 4 y 5 del injustamente descuidado libro de Levítico y en el capítulo 15 de Números, encuentro que se enseña claramente a Israel que hay pecados por ignorancia que hacen impuro al pueblo y que necesitan expiación (Lev. 4:1-35; 5:14-19; Núm. 15:25-29). Y encuentro que nuestro Señor enseña expresamente que "el que sin conocerla [la voluntad de su amo] hizo cosas dignas de azotes", no era perdonado por su ignorancia, sino que era "azotado" o castigado (Lc. 12:48). Recordemos que cuando medimos lo pecadores que somos según nuestro propio conocimiento y conciencia, miserablemente imperfectos, pisamos un terreno muy peligroso. Un estudio más profundo de Levítico podría hacernos mucho bien.

martes, 13 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

1. Pecado

"El pecado es infracción de la ley". 1 Juan 3:4

El conocimiento del pecado es fundamental

El que quiere obtener conceptos correctos acerca de la santidad cristiana, tiene que empezar por examinar el delicado y vasto tema del pecado. Tiene que escarbar muy profundo, si quiere edificar muy alto. Un error aquí es muy malo. Los conceptos equivocados sobre la santidad se pueden rastrear, generalmente, en criterios equivocados de la corrupción humana. No pido disculpas por comenzar este tomo sobre santidad, haciendo algunas afirmaciones claras acerca del pecado.

La verdad lisa y llana es que el conocimiento correcto del pecado es la raíz de todo el cristianismo salvador. Sin doctrinas como la justificación, conversión y santificación hay "palabras y nombres" que no significan nada, por lo tanto, lo primero que Dios hace cuando convierte a una persona en una nueva criatura en Cristo, es enviar luz a su corazón y mostrarle que es un pecador culpable. La creación material en Génesis comenzó con "luz" y lo mismo sucede con la creación espiritual. Dios "brilla en nuestros corazones" por obra del Espíritu Santo y, entonces, comienza la vida espiritual (2 Co. 4:6). Los conceptos inciertos o inseguros del pecado son el origen de la mayoría de los errores, herejías y doctrinas falsas en la actualidad. Si el hombre no se percata de la naturaleza peligrosa de la enfermedad de su alma, uno no puede preguntarse cómo puede contentarse con remedios falsos o imperfectos. Creo que una de las necesidades principales en el siglo XIX ha sido y es, una enseñanza más clara sobre el pecado.

lunes, 12 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

El error lamentable

Termino aquí mi introducción y me apuro a concluirla. Confieso que dejo de escribir con sentimientos de tristeza y ansiedad. Hay mucho en la actitud de los cristianos en la actualidad que me llena de preocupación y que me hace temer por el futuro.

Existe entre muchos creyentes una ignorancia pasmosa de las Escrituras y, consecuentemente, existe también la necesidad de una fe bien fundamentada, bíblicamente y sólida. No tengo otra manera de explicar la facilidad con que la gente, como si fueran niños, "son llevados por doquiera de todo viento de doctrina" (Ef. 4:14). Existe un amor ateniense por las cosas novedosas y una aversión mórbida por cualquier cosa del pasado y regular, y por el sendero transitado por nuestros mayores. Miles de personas se congregan para escuchar una voz nueva y una doctrina nueva, sin considerar ni por un momento, si lo que están oyendo es cierto. Hay ansias incesantes de escuchar cualquier enseñanza sensacional y emocionante que apele a los sentimientos. Hay un apetito enfermizo por un cristianismo espasmódico e histérico. La vida religiosa de muchos es como beber una pequeña copita espiritual y "el espíritu afable y apacible" que recomienda San Pedro es totalmente olvidado (1Pe. 3:4). Las multitudes, los llantos, los sitios calurosos, los cantos rimbombantes y una incesante apelación a las emociones, es lo único que a muchos les interesa. La incapacidad para distinguir las diferencias doctrinales cunde por doquier y, mientras el predicador sea "hábil" y "fervoroso", cientos de oyentes parecen creer que tiene que estar predicando la verdad ¡y lo llaman a uno terriblemente "intolerante y duro", si sugiere que no predica la verdad! Modoy y Hawis, Dean Stanley y Canon Liddon, Mackonochie y Persall Smith les dan lo mismo a tales personas. Todo esto es triste, muy triste. Pero si, además de esto, los que sinceramente abogan por más santidad, caen por el camino o tienen diferencias entre sí, será más triste todavía. Entonces sí que estaremos peor.

La solución

En cuanto a mí, sé que ya no soy un pastor joven. Mi mente quizá se esté endureciendo y no puedo recibir fácilmente ninguna doctrina nueva. "Lo de antes es mejor". Supongo que pertenezco a la escuela antigua de teología evangélica y, por lo tanto, me contento con enseñar acerca de la santificación según lo que encuentro en Life of Faith (Vida de fe) por Sibbes y Manton, y en The Life, Walk, and Triumph of Faith (La vida, el camino y el triunfo de la fe) por William Romaine. Pero tengo que expresar mi esperanza de que mis hermanos más jóvenes, que han adoptado conceptos nuevos de la santidad, se cuiden de las múltiples e innecesarias divisiones. ¿Creen que se necesitan normas superiores para la vida cristiana en la actualidad? Yo también. ¿Creen que se necesitan enseñanzas más claras, fuertes y completas sobre santidad? Yo también. ¿Creen que Cristo debe ser más exaltado como la raíz y el autor de la santificación, al igual que la justificación? Yo también. ¿Creen que se les debe instar más y más a los creyentes a vivir por fe? Yo también. ¿Creen que se debe insistir más y más en que mantenerse muy cerca de Dios es el secreto de la vida feliz y provechosa para el creyente? Yo también. En todo esto coincidimos. Si quieren saber más, entonces les pido que tengan cuidado por dónde caminan y que expliquen, clara y distintivamente, lo que quieren decir.

Por último, tengo que rechazar, y lo hago con amor, el uso de términos y frases vulgares al enseñar acerca de la santificación. Alego que un movimiento a favor de la santidad no puede ser extendido con una fraseología inventada, ni con afirmaciones desproporcionadas y parciales, ni con enfatizar demasiado y aislar pasajes en particular, ni por exaltar una verdad a expensas de otra, ni alegorizando o acomodando pasajes (exprimiéndolos para sacarles significados que el Espíritu Santo nunca puso en ellos), ni hablando con desprecio y amargura de los que no ven las cosas exactamente como las ve uno y no trabajan exactamente de las maneras en que lo hace uno. Estas cosas no conducen a la paz; más bien repelen a muchos y los mantienen alejados. Las armas como estas, no ayudan en nada a la causa de la verdadera santificación, sino que la perjudican. Hay que desconfiar de cualquier movimiento para propagar la santidad que produzca altercados y disputas entre los hijos de Dios. En nombre de Cristo, y en nombre de la verdad y el amor, tratemos de seguir la paz, al igual que la santidad. "Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre" (Mr. 10:9).

Lo que anhelo de corazón y pido a Dios todos los días, es que la santidad personal aumente grandemente entre los que profesan ser cristianos. Y confío en que todos los que procuran promoverla, se adhieran a lo que coincida con las Escrituras, que distingan cuidadosamente las cosas que difieren y que separen "lo precioso de lo vil" (Jer. 15:19).

domingo, 11 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Las preguntas

7. En séptimo y último lugar, ¿es sabio enseñar a los creyentes que no piensen tanto en luchar y esforzarse contra el pecado, sino que más bien se "sometan a Dios" y sean pasivos en las manos de Cristo? ¿Coincide esto con lo que afirma la Palabra de Dios? Lo dudo.

Es claro que la enseñanza de "someterse a Dios" es algo a lo que Dios insta a los creyentes a hacer. Pero esto no incluye el sentido de "colocarnos pasivamente en las manos de otro". Cualquier estudiante del griego nos puede decir que el sentido es más bien de "presentarnos" activamente para un uso, empleo y servicio (ver Ro. 12:1). La expresión, pues, se sustenta a sí misma. Pero por otra parte, no sería difícil señalar, por lo menos, veinticinco o treinta pasajes en las Epístolas que enseñan claramente a los creyentes a ser activos y se los hace responsables de cumplir con energía lo que Cristo quiere. No se les dice que se "sometan" como agentes pasivos y se queden sentados sin hacer nada, sino que se levanten y trabajen. Un ímpetu, un conflicto, una guerra, una lucha santa, la vida de un soldado, son presentados como las características del verdadero cristiano. La descripción de "la armadura de Dios" en el sexto capítulo de Efesios parece resolver la cuestión.

Vuelvo a repetir que sería fácil demostrar que la doctrina de santificación sin un esfuerzo personal, sino sencillamente de "someterse a Dios" es, precisamente, la doctrina de los antinomianos fanáticos del siglo XVII (a la cual ya me he referido, descrita en Spiritual Antichrist por Rutherford) y que su tendencia es extremadamente mala. Sería fácil demostrar que la doctrina es totalmente contraria a la totalidad de las enseñanzas de libros acreditados como El Progreso del Peregrino ¡y si la aceptáramos no nos quedaría más remedio que echar al fuego el viejo libro de Bunyan! Si Cristiano en El Progreso del Peregrino, sencillamente, se hubiera sometido a Dios y nunca hubiera luchado, esforzado y batallado, yo habría leído el libro en vano. Pero la realidad lisa y llana es que los hombres seguirán confundiendo dos cosas que son diferentes: La justificación y la santificación:

-En cuanto a justificación las palabras para decirle al hombre son: "Cree, solo cree".

-En cuanto a santificación las palabras tienen que ser: "Mantente en guardia, ora y lucha".

Lo que Dios ha dividido, no lo mezclemos y confundamos nosotros.

sábado, 10 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (-1816-1900)

 Las preguntas

6. En sexto lugar, ¿es sabio trazar una línea tan profunda, ancha y marcada de separación entre conversión y consagración, o la llamada vida superior, como lo hacen algunos en la actualidad? ¿Coincide esto con lo que afirma la Palabra de Dios? Lo dudo.

Es indudable que no hay nada nuevo en esta enseñanza. Es bien sabido que los escritores católico romanos, a menudo, afirman que la iglesia se divide en tres clases: Pecadores, penitentes y santos. ¡Me parece a mí que los maestros modernos de esta época que nos dicen que hay tres tipos de los que profesan ser cristianos -los no convertidos, los convertidos y los que viven la "vida superior" de total consagración-, se refieren a prácticamente los mismos niveles! Pero sea la idea antigua o nueva, católica romana o no, me es totalmente imposible ver que tenga una base bíblica. La Palabra de Dios siempre habla de dos grandes divisiones de la humanidad y únicamente dos. Habla de los vivos y de los muertos en pecado, el creyente y el no creyente, el convertido y el inconverso, los que están en el camino angosto y los que están en el ancho, los sabios y los necios, los hijos de Dios y los hijos del diablo. Dentro de cada una de estas dos clases hay, sin duda, distintas medidas de pecado y de gracia, pero es sólo una diferencia entre el extremo más elevado y el más bajo de una misma condición. Entre estas dos grandes clases hay una enorme abismo; son tan individuales como la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, el cielo y el infierno. ¡Pero sobre una división en tres clases, la Palabra de Dios no dice absolutamente nada! Cuestiono la pretendida sabiduría de hacer divisiones nuevas que la Biblia no ha hecho y me disgusta totalmente la noción de una "segunda conversión".

Que hay una gran diferencia entre un grado de gracia y otro -que la vida espiritual se trata de crecimiento y que el creyente debe ser exhortado continuamente a crecer en la gracia en todo sentido-, es algo que acepto totalmente. Pero no puedo concebir la teoría de una transición súbita y misteriosa, de un solo salto, del creyente a un estado de bendición y total consagración. A mí me parece una invención del hombre; no puedo ver ningún texto específico que lo pruebe en las Escrituras. Un crecimiento gradual en la gracia, crecimiento en conocimiento, crecimiento en la fe, crecimiento en el amor, crecimiento en santidad, crecimiento en humildad y crecimiento en mentalidad espiritual; todos estos sí los veo claramente enseñados; contundentemente exigidos en las Escrituras y ejemplificados claramente en la vida de muchos santos de Dios. Pero no veo en la Biblia saltos súbitos e instantáneos de la conversión a la consagración.

¡Realmente dudo si tenemos derecho a decir que alguien puede convertirse sin consagrarse a Dios! Que puede ser más consagrado es indudable y lo será a medida que aumenta su gracia; pero si no se consagró a Dios el día que se convirtió y nació de nuevo, no sé lo que significa conversión. ¿No es cierto que los hombres corren el peligro de no darle el valor y el lugar que merece a la bendición inmensa de la conversión? ¿Acaso no están restándole valor a aquel primer y gran cambio que las Escrituras llaman el nuevo nacimiento, la nueva creación, la resurrección espiritual, cuando les exigen a los creyentes la "vida superior" de una segunda conversión? Puedo estar equivocado. Pero a veces he pensado, al leer el lenguaje fuerte usado por muchos en los últimos años al referirse a "consagración", que deben haber tenido anteriormente un concepto bajo e inadecuado de la "conversión", si es que acaso habrán sabido algo de ella. En suma, ¡hasta casi sospecho que cuando se habían consagrado, en realidad, se habían convertido por primera vez.

Confieso francamente que prefiero las sendas antiguas. Creo que es más sabio y seguro instar a todos los convertidos a que crezcan continuamente en la gracia y hacer hincapié en la necesidad absoluta de marchar adelante, a desarrollarse más y más, cada año dedicándose y consagrándose más en espíritu, alma y cuerpo a Cristo. Usemos todos los medios para enseñar que hay más gracia para obtener y más cielo para disfrutar en la tierra que la mayoría de los creyentes gozan desde ahora. Pero me niego a decirle a ningún convertido que necesita una segunda conversión y que algún día dará un paso enorme a un estado de total consagración. Me niego a enseñarlo porque no veo en las Escrituras justificación alguna para hacerlo. Me niego a enseñarlo porque creo que la tendencia de la doctrina es totalmente maliciosa, que deprime al humilde de corazón y llena de orgullo al superficial, al ignorante y al presuntuoso, en un grado sumamente peligroso.

viernes, 9 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Las preguntas

5. En quinto lugar, ¿es sabio usar el lenguaje usado a menudo en la actualidad para referirse a la doctrina de "Cristo en nosotros"? Lo dudo. ¿No es  esta doctrina exaltada con frecuencia a una posición que no ocupa en las Escrituras? Me temo que sí.

El hecho de que el verdadero creyente es uno con Cristo y Cristo está en él, es algo que ningún lector cuidadoso del Nuevo Testamento pensaría en negar. Hay sin duda, una unión mística entre Cristo y el creyente. Con él morimos, con él fuimos sepultados, con él resucitamos y con él estamos sentados en lugares celestiales. Tenemos cinco textos claros que nos enseñan específicamente que Cristo está "en nosotros" (Ro. 8:9, 10; Gá. 2:20; 4:19; Ef. 3:17; Col. 3:11).

Hemos de tener cuidado de que comprendemos lo que queremos decir con esta expresión. Que "Cristo mora en nuestros corazones por fe" y realiza su obra interior por medio de su Espíritu es precioso y claro. Pero si queremos decir que, además y aparte de esto, hay un vivir misterioso de Cristo en el creyente, tenemos que tener cuidado a qué nos referimos. Si no tenemos cuidado, nos encontraremos ignorando la obra del Espíritu Santo. Estaremos olvidando que la economía divina de la elección de la salvación del hombre es la obra especial de Dios, el Padre, que la expiación, mediación e intercesión, son la obra especial de Dios, el Hijo y que la santificación es la obra especial de Dios, el Espíritu Santo. Estaremos olvidando lo que dijo nuestro Señor cuando partió a la gloria: Que enviaría a otro Consolador que tomaría su lugar y que estaría con nosotros para siempre (Juan 14:16). En suma, con la idea de que estamos honrando a Cristo, resultará que estaremos deshonrando su don especial y singular: El Espíritu Santo. Cristo, sin duda, siendo Dios, está en todas partes -en nuestros corazones, en el cielo, en el lugar donde dos o tres se reúnen en su nombre-, pero hemos de recordar que Cristo, como nuestra Cabeza y Sumo Sacerdote, está a la diestra de Dios intercediendo especialmente por nosotros hasta su segunda venida y que Cristo realiza su obra en el corazón de las personas por medio de la obra especial de su Espíritu, a quien nos prometió enviar cuando partió del mundo (Juan 15:26). Me parece que esto se hace evidente en una comparación entre los versículos nueve y diez del octavo capítulo de Romanos. Me convence que "Cristo en nosotros" significa Cristo en nosotros "por su Espíritu". Ante todo, las palabras de San Juan son muy claras y expresan: "Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado" (1Juan 3:24).

Espero que nadie malentienda todo esto que estoy diciendo. No digo que la expresión "Cristo en nosotros" no sea bíblica. Pero sí digo que veo un grave peligro de que se adjudique una importancia extravagante y no bíblica a la idea contenida en la expresión y sí temo que muchos la usan en la actualidad sin saber lo que quieren decir y, sin darse cuenta, quizá deshonran la obra poderosa del Espíritu Santo. Si algún lector piensa que soy innecesariamente escrupuloso en este punto, le recomiendo que tome nota de un libro singular por Samuel Rutherford (autor de las bien conocidas cartas), llamado "The Spiritual Antichrist" (El anticristo espiritual). Verán allí que, dos siglos atrás, aparecieron las herejías alocadas de una enseñanza extravagante, precisamente acerca de esta doctrina de que "Cristo mora" en los creyentes. Encontrarán a Saltmarsh, Dell, Towne y otros maestros falsos contra quienes contendió el acertado Samuel Rutherford. Aquellos tenían extrañas nociones acerca de "Cristo en nosotros" y luego procedieron a edificar sobre la doctrina antinomiana, sobre un fanatismo de la peor clase y con tendencias de las más viles. Así, ellos mantenían que la vida separada y personal del creyente había desaparecido completamente, ¡que Cristo viviendo en él era quien se arrepentía, creía y actuaba!

La raíz de este tremendo error era una interpretación forzada y nada bíblica de textos como "ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí" (Gá. 2:20) y el resultado natural de esto fue que muchos infelices seguidores de este pensamiento llegaron a la cómoda conclusión de que los creyentes no eran responsables de sus acciones, ¡hicieran lo que hicieran! Según esta interpretación, ¡los creyentes estaban muertos y sepultados y sólo Cristo vivía en ellos y se hacía cargo de todo! ¡La consecuencia definitiva fue que algunos creían que podían quedarse tranquilos con una seguridad carnal, que ya no tenían ninguna responsabilidad personal y podían cometer cualquier clase de pecado sin ningún temor! No olvidemos nunca que la verdad distorsionada y exagerada, puede convertirse en el origen de las herejías más peligrosas. Cuando hablamos de que "Cristo está en nosotros", tengamos el cuidado de explicar lo que queremos decir. Me temo que hay quienes descuidan esto en la actualidad.

jueves, 8 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

Las preguntas

4. En cuarto lugar: ¿Es sabio afirmar tan positiva y violentamente, como muchos lo hacen, que el séptimo capítulo de la Epístola a los Romanos no describe la experiencia del santo consagrado, sino la experiencia del hombre no regenerado o del creyente débil y no firme todavía? Lo dudo.

Admito plenamente que este punto es uno que ha sido discutido durante dieciocho siglos, de hecho, desde la época de San Pablo. Admito plenamente que cristianos insignes de hace cien años, como John y Charles Wesley, Fletcher y ni mencionar algunos escritores prominentes de nuestra propia época, mantienen firmemente que Pablo no estaba describiendo su propia experiencia de aquel momento, cuando escribió este séptimo capítulo. Admito plenamente que muchos no pueden ver lo que muchos otros y yo vemos: A saber, que Pablo no dice nada en este capítulo que no coincida precisamente con la experiencia registrada de los santos más renombrados de todas las épocas y que sí dice varias cosas, que ninguno que no sea creyente ni que sea un creyente débil, jamás pensaría ni podría decir. Por lo menos, esto me parece a mí. Pero no entraré en una discusión detallada sobre el capítulo.

Lo que sí quisiera enfatizar es el hecho que los mejores comentaristas en cada período de la Iglesia, casi invariablemente, han aplicado el séptimo capítulo de Romanos a creyentes maduros. Los comentaristas que no comparten esta posición han sido, con unas pocas excepciones, los romanistas, los socinianos y los arminianos. Contra la posición de ellos están casi todos los reformadores, casi todos los puritanos y los mejores teólogos evangélicos modernos. Pueden decirme, por supuesto, que nadie es infalible y que los reformadores, los puritanos y los teólogos modernos a los que me refiero están totalmente equivocados y que los romanistas, socinianos y arminianos tenían razón. Pero, aunque no pido que nadie llame a los reformadores y los puritanos "maestros", les pido que lean lo que dicen sobre este tema y que respondan a sus argumentos, si es que pueden. ¡Hasta ahora, nadie lo ha hecho! Decir, como dicen algunos, que no quieren "dogmas" y "doctrinas" humanas no es una respuesta. La cuestión para determinar es: "¿Cuál es el significado de un pasaje de las Escrituras? ¿Cómo hay que interpretar el séptimo capítulo de la epístola a los Romanos? ¿Cuál es el verdadero sentido de sus palabras?". Sea como sea, recordemos que hay una gran realidad que no podemos ignorar. Por un lado están las opiniones y la interpretación de los reformadores y puritanos, y, por el otro, las opiniones e interpretaciones de los romanistas, socinianos y arminianos. Que esto quede muy claro.

En vista de una realidad como esta, tengo que protestar contra el lenguaje burlón, provocador y despectivo que últimamente ha sido usado a menudo por algunos de los defensores de lo que tengo que llamar el punto de vista arminiano del séptimo capítulo de Romanos, cuando hablan de las opiniones de sus opositores. Lo menos que podemos decir es que tal lenguaje es impropio y contraproducente para ellos. Una causa que es defendida con tal lenguaje es, con razón, sospechosa. La verdad no necesita esta clase de armas. Si no podemos coincidir con alguien, no tenemos que hablar de sus puntos de vista con descortesía y desprecio. Una opinión que es apoyada por hombres como los mejores reformadores y puritanos, quizá no convenza a todas las mentes en este siglo, pero igualmente se debe hablar de ella con respeto.