sábado, 24 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(d) Un concepto correcto del pecado es uno de los mejores antídotos contra las teorías demasiado forzadas de la Perfección, de las que oímos tanto en estos tiempos. Diré poco de estas y confío en no ofender a nadie con lo que digo. Si aquellos que nos presionan para que seamos perfectos quieren decir que seamos consecuentes en todo y que prestemos cuidadosa atención a todas las gracias que constituyen el carácter cristiano, tendríamos razón en, no sólo tolerarlos, sino en coincidir enteramente con ellos. Pero si en realidad quieren decirnos que, en este mundo, el creyente puede lograr una libertad total del pecado, vivir por años en una comunión continua e ininterrumpida con Dios y que durante meses no tiene ni siquiera un pensamiento malo, tengo que decir sinceramente que tal opinión me parece muy poco bíblica.

Y voy aún más lejos. Digo que la opinión que comparto es muy peligrosa para el que esto cree y es muy probable que deprima, desaliente e intimide a los que preguntarían acerca de la salvación. No encuentro en la Palabra de Dios la más mínima razón para esperar tal perfección mientras estamos en este cuerpo mortal. Creo que las palabras del Artículo 15 son totalmente ciertas: Que "sólo Cristo es sin pecado; y que todos nosotros, el resto de los mortales, aunque hemos sido bautizados y nacidos de nuevo en Cristo, ofendemos de muchas maneras; y si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros". Usando el lenguaje de nuestra primera homilía: "Existen imperfecciones en nuestras mejores obras: No amamos a Dios tanto como deberíamos, con todo nuestro corazón, mente y fuerzas; no tememos a Dios tanto como deberíamos; no oramos a Dios sin tener muchas y grandes imperfecciones. Damos, perdonamos, creemos y esperamos imperfectamente; hablamos, pensamos y lo hacemos imperfectamente; luchamos imperfectamente contra el diablo, el mundo y la carne. Por lo tanto, no nos avergoncemos  de confesar sencillamente nuestro estado de imperfección". Repito una vez más lo que he dicho: La mejor vacuna contra la falsa ilusión efímera sobre la perfección que empaña a algunas mentes -pues tal cosa espero poder llamarla- es una comprensión distintiva, plena y clara de la naturaleza, lo pecaminoso y engañoso del pecado.

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