miércoles, 17 de julio de 2024

GUARDANDO EL CORAZÓN - JOHN FLAVEL

 

3- TIEMPOS QUE REQUIEREN UN CUIDADO ESPECIAL DEL CORAZÓN

10. EL TIEMPO DE DUDA Y DE OSCURIDAD ESPIRITUAL.

Cuando hemos digerido bien estas verdades, si seguimos con dudas y angustia, consideremos lo siguiente:

¿Sentimos que no tenemos parte en el favor de Dios porque nos hemos visto visitados por alguna aflicción extraordinaria?

Si ese es el caso, ¿estamos concluyendo de ello que las grandes pruebas son signos del odio de Dios? ¿Es eso lo que enseñan las Escrituras? ¿Nos atrevemos a pensar lo mismo de aquellos que han sido afligidos tanto o más que nosotros? Si el argumento es bueno en nuestro caso, también debería serlo en la aplicación al caso de ellos, y hasta más concluyente, ya que, en proporción, sus pruebas son mayores que las nuestras. Si es así, entonces ¡Ay de David, Job, Pablo y todos los que han sido afligidos como lo fueron ellos!

Pero si hubiésemos estado en quietud y prosperidad, si Dios hubiese retenido esas disciplinas con las que ordinariamente visita a su pueblo, ¿no tendríamos más razones para dudar y angustiarnos de las que tenemos ahora?

¿Estamos concluyendo precipitadamente que el Señor no nos ama porque ha retirado la luz de su rostro?

Si estamos considerando que nuestro estado es desesperado porque es oscuro e incómodo, mejor no nos precipitemos a formar esa conclusión. Si cualquiera de las dispensaciones de Dios para su pueblo puede ser considerada como favorable o dura, ¿por qué no habría de ser considerada en el mejor sentido? ¿No es posible que Dios tenga un designio de amor en lugar de uno de odio en la situación de la que nos estamos lamentando? ¿No es posible que se esté apartando un tiempo sin apartarse para siempre?

No somos los primeros que hemos confundido el designio de Dios al apartarse: "Sion dijo: Me dejó el Señor, y el Señor se olvidó de mí" (Isaías 49:14). Pero ¿fue así en realidad? ¿Cuál fue la respuesta de Dios? "¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz?" (Isaías 49:15). Y sin embargo ¿nos hundimos bajo la idea de que las evidencias de un abandono final y completo son claras en lo que experimentamos? ¿Hemos perdido la sensibilidad consciente con respecto al pecado? ¿Nos sentimos inclinados a abandonar a Dios?

Si es así, tenemos motivos para sentirnos alarmados. Pero si nuestra conciencia está viva, si estamos dispuestos a aferrarnos al Señor, si el lenguaje de nuestro corazón es "no puedo abandonar a Dios, no puedo vivir sin su presencia aunque me mate; aun así seguiré confiando en Él", entonces tenemos razón al esperar que nos visite de nuevo. Es mediante estos ejercicios que Él mantiene su interés en nosotros. Una vez más ¿el sentido y los sentimientos son adecuados para juzgar las dispensaciones de Dios en ello? ¿Se puede confiar de manera segura en su testimonio? ¿Podemos decir: "si Dios tiene algún amor por mi alma, debería sentirlo ahora al igual que lo sentía antes, pero no puedo sentirlo, por tanto se ha ido"? ¿Podríamos concluir de la misma forma que cuando el sol no es visible para nosotros, ha dejado de existir?

Leamos Isaías 1:10. Si no hay nada en el trato divino con respecto a nosotros que sea una base razonable para estar abatidos y angustiados, preguntémonos qué motivos hay en nuestra propia conducta por los cuales nos podemos sentir tan deprimidos.

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