“Y luego, dejadas sus redes, le siguieron”. Marcos 1:18.
CUANDO oyeron
el llamado de Jesús, Simón y Andrés obedecieron enseguida, sin demorar. Si con
puntualidad y ardiente celo pusiésemos siempre en práctica lo que oímos,
haciéndolo inmediatamente o en la primera ocasión propicia, nuestra asistencia
a los cultos y la lectura de libros buenos no dejarían de enriquecernos
espiritualmente. No perderá su pan el que procure comerlo enseguida, ni puede
ser privado del beneficio de la doctrina el que haya sido influido por ella.
Muchos lectores y oyentes se sienten persuadidos hasta el punto de que se
proponen enmendarse, pero ¡ay!, ese propósito es como una flor que ha sido
arrancada y, por lo tanto, ningún fruto lleva. Los tales postergan, fluctúan y
se olvidan hasta parecerse a los estanques en la noche de las heladas que se
deshielan, por un momento, ante el sol del día, para volverse a helar a la
noche. Aquel fatal mañana está enrojecido con la sangre del asesinato de
hermosas resoluciones. Es la matanza de los inocentes. Estamos muy preocupados
en cuanto a que nuestro libro “LECTURAS VESPERTINAS” no sea fructífero, y, por
eso, rogamos que los lectores no sean sólo lectores, sino también hacedores de
la palabra. La lectura más provechosa de este libro es la práctica de la
verdad. Si mientras lee estas páginas, el lector se siente impulsado a cumplir
con algún deber, apúrese a cumplirlo antes de que ese santo impulso desaparezca
de su alma; deje sus redes y todo lo que tiene antes que sea hallado rebelde al
llamamiento del Maestro. ¡No des lugar al diablo con la demora! Apúrate
mientras la oportunidad y el fervor están felizmente unidos. No seas cazado en
tus propias redes, sino rompe las mallas de la mundanalidad y ve adonde la
gloria te llama. Feliz el escritor que se encuentra con lectores resueltos a
llevar a cabo sus enseñanzas; su cosecha será de ciento por uno y su Maestro
tendrá toda gloria. ¡Quiera Dios que tal sea nuestra recompensa en relación con
estas breves meditaciones y sugestiones! ¡Oh Señor, concede esto a tu siervo!
Charles Haddon Spurgeon.
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