“Mi amado es mío y yo soy suya; él apacienta entre
lirios. Hasta que apunte el día y las sombras huyan tórnate, oh amado mío; sé
semejante al gamo o al cabrito de los ciervos sobre los montes de Beter”.
Cantares 2:16-17.
SIN duda, si
hay en la Biblia
un versículo precioso es este: “Mi amado es mío y yo soy suya”. Es tan suave,
tan lleno de seguridad, tan rebosante de felicidad y de contento que bien pudo
haber sido escrito por la misma mano que escribió el Salmo 23. Este versículo
es igual a Aquel que una hora antes de ir al Getsemaní dijo: “La paz os dejo,
mi paz os doy; no como el mundo la da, yo os la doy”. “En el mundo tendréis
aflicción; mas confiad, yo he vencido al mundo”. Hagamos sonar de nuevo la
campana de plata, porque sus notas son exquisitamente suaves: “Mi amado es mío
y yo soy suya; él apacienta entre lirios”. Sin embargo, hay una sombra. Aunque
el paisaje es sumamente hermoso, tanto que la tierra no puede mostrar otro
mejor, no está sin embargo enteramente iluminado por el sol. Hay una nube en el
firmamento que proyecta sombra sobre el paisaje, aunque no lo oscurece, pues
todo es claro y se mantiene vivo y brillante: “Mi amado es mío y yo soy suya”.
Esto es suficientemente claro, pero no tiene toda la luz del sol. Escucha:
“Hasta que apunte el día y las sombras huyan”. Hay también unas palabras en
cuanto a “los montes de Beter”, o “los montes de la división”, y una división
semejante es amarga para nuestro amor. Veo un cordero pascual, pero también veo
con él hierbas amargas. Veo el lirio, pero noto que todavía está entre espinas.
Amado, quizás sea este tu presente estado de ánimo. No dudas de tu salvación; sabes
que él es tuyo, pero no te estás gozando en él. Conoces la vital simpatía que
te une a él, de tal suerte que no tienes ni una sombra de duda en cuanto a que
tú eres suya y él tuyo, pero todavía su izquierda no está debajo de tu cabeza
ni su derecha te abraza. Una sombra de tristeza se proyecta sobre tu corazón,
quizás por aflicción; sin duda, por la momentánea ausencia de tu Señor. Y así,
mientras exclamas “soy suya”, te sientes obligada a ponerte de rodillas y
decir: “Hasta que apunte el día y las sombras huyan, tórnate, oh amado mío”.
“¿Dónde está
él?”, pregunta el alma. Y la respuesta llega: “Apacienta entre los lirios”. Al
mundo no le importa donde está Cristo, pero al cristiano sí. Jesús se ha ido
entre los blancos lirios que florecen en las dehesas del cielo, los lirios de
oro que rodean el trono. ¡Oh, cuándo estaremos con él y participaremos de su
gloria! Nuestro impaciente espíritu ansía la hora cuando nuestro enlace sea
consumado y nuestra felicidad sea completa. El está entre los lirios aquí en la
tierra, vírgenes almas “que siguen al Cordero donde quiera que fuere” y nunca
se apartan de él.
Si queremos
hallar a Cristo tenemos que tener comunión con los suyos y asistir a los cultos
con sus santos. Aunque él no apaciente sobre los lirios, apacienta entre ellos,
y allí quizá, podamos encontrarnos con él. ¡Oh si pudiésemos cenar con él esta
noche! Señor mío, por todo el amor que me profesas, dígnate visitarme en esta
hora con tu cariño y pon el alba del cielo en mi alma. ¡Cuán rápidamente puede
él venir a mí! Ningún pie de corzo puede andar tan rápido. En un momento puede
alegrarme con su agradable presencia. Ven, Señor Jesús, y permanece conmigo
para siempre.
Dulce comunión la que gozo ya
En los brazos de mi Salvador;
¡Qué gran bendición en su paz me da!
¡Cuánto siento en mí su tierno amor!
¡Cuán dulce es vivir, cuán dulce es gozar!
En los brazos de mi Salvador,
Quiero ir con él y a su lado estar,
Siendo objeto de su tierno amor.
No habré de temer ni desconfiar
En los brazos de mi Salvador;
En él puedo yo bien seguro estar
De los lazos del vil tentador.
Charles Haddon
Spurgeon.
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