sábado, 31 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(5) Santificación, repito, es una realidad que siempre será posible ver. Al igual que la Gran Cabeza de la Iglesia, de la cual surge, no puede ser escondida. "Porque cada árbol se conoce por su fruto" (Lc. 6:44). La persona realmente santificada puede estar tan vestida de humildad, que sólo puede ver en sí misma, sus propias debilidades y defectos. Como Moisés, cuando bajó del Monte Sinaí, quien posiblemente no tenía conciencia de que su rostro resplandecía. Como el justo, en la poderosa parábola de las ovejas y los cabritos, quien no pudo ver que quizá hubiera hecho algo digno de la atención y felicitación de su Maestro: "¿Cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber?" (Mt. 25:37). Pero no importa si él mismo lo ve o no, otros siempre lo verán en su tono, gustos, carácter y los hábitos de su vida que son diferentes de los demás. La idea misma de que el hombre sea "santificado", mientras no se nota nada de santidad en su vida, es pura necedad y un uso equivocado de palabras. La luz de su santificación puede ser muy tenue; pero si hay apenas un destello en un cuarto oscuro, esa chispa será vista. La vida puede ser débil, pero si el pulso late sólo un poquito, se sentirá. Sucede lo mismo con el hombre santificado: Su santificación es algo que se siente y se ve aunque él mismo no lo entienda. ¡El "santo" en quien nada puede verse, sino mundanalidad o pecado, es un tipo de monstruo que la Biblia no reconoce!

(6) Santificación es algo por lo cual cada creyente es responsable. No me equivoco al decir esto. Creo tan firmemente como cualquiera que todo hombre sobre la tierra es responsable ante Dios y que todos los perdidos no tendrán nada que decir ni excusas que dar en el día final. Cada uno tiene el poder de perder "su alma" (Mt. 16:26). Pero aunque creo esto, afirmo que los creyentes son, principal y particularmente, responsables y tienen una obligación especial de vivir una vida santa. No son como los demás: Muertos, ciegos y carentes de renovación; están vivos para Dios, tienen luz, conocimiento y nuevos principios dentro de ellos. ¿Quién tiene la culpa de que no sean santos, sino ellos mismos? ¿A quién le pueden echar la culpa de que no son santificados, sino a ellos mismos? Dios, quien les ha dado gracia, un corazón nuevo y una naturaleza nueva, los ha dejado sin excusas, si no viven para Su alabanza. 

Este es un punto demasiado olvidado. El hombre que profesa ser un auténtico cristiano y no hace nada, se contenta con un grado muy inferior de santificación (si acaso la tiene) y dice tranquilamente que "no puede hacer nada", es digno de lástima y, además, muy ignorante. Cuidémonos y estemos en guardia. La Palabra de Dios siempre dirige sus preceptos a los creyentes como seres que rendirán cuentas y a quienes considera responsables. Si el Salvador de pecadores nos otorga una gracia renovadora y nos llama por medio de su Espíritu, podemos estar seguros de que espera que usemos esa gracia y que no nos quedemos dormidos. Olvidar esto es lo que causa que muchos creyentes "constriñan al Espíritu" y los lleva a ser cristianos muy inútiles y desagradables.