domingo, 10 de noviembre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

(d) Sepamos asimismo que "crecer en la gracia" agrada a Dios. Es maravilloso pensar que haya algo que puedan hacer criaturas como nosotros que agrade al Dios Altísimo. Las Escrituras hablan de caminar para "agradar a Dios". Dice también que hay sacrificios de los cuales "se agrada Dios" (1Ts. 4:1; He. 13:16). Al agricultor le encanta ver florecer y llevar fruto a las plantas a las cuales dedicó tanto trabajo. Lo desanima y entristece verlas de pie todavía, pero con un grave retraso en su crecimiento. ¿Y qué dice el mismo Señor? "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador"; "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos" (Jn. 15:1, 8). El Señor se agrada de todo su pueblo, pero especialmente de los que crecen.

(e) Sepamos, sobre todo, que "crecer en la gracia" no es solo algo que es posible, sino algo de lo cual los creyentes son responsables. Decirle a un inconverso muerto en pecado que "crezca en la gracia" sería absurdo. Decirle a un creyente despierto y vivo en Dios, que crezca, no es más que convocarlo a que cumpla un deber claramente bíblico. Tiene dentro de él un principio nuevo, y es su deber solemne no dejar que se apague. Descuidar su crecimiento lo despoja de sus privilegios, contrista al Espíritu y hace que las ruedas del carruaje de su alma giren con dificultad. Me gustaría saber de quién es la culpa, si un creyente no crece en la gracia. La culpa, de seguro, no la tiene Dios. Él "da gracia" y se deleita en ello; "ama la paz de su siervo" (Stg. 4:6; Sal. 35:27). La falta, sin duda, es nuestra. Nadie más que nosotros tiene la culpa si no crecemos.

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