2. RAZONES POR LAS QUE LOS CRISTIANOS DEBEN DEDICARSE A GUARDAR EL CORAZÓN
-segunda parte-
3. La belleza de nuestras palabras nace de la disposición divina
de nuestros espíritus
Hay una hermosura y lustre espiritual en la forma
de hablar de los santos. Los santos brillan como luces del mundo, pero
cualquier hermosura y lustre que haya en sus vidas proviene de la
excelencia de sus espíritus, tal como la vela pone el brillo en la
linterna en la que brilla. Es imposible que un corazón desordenado y
descuidado produzca una conversación bien ordenada. Y como la vida mana del corazón como una fuente, es lógico
que tal como es el corazón, así será la vida.
De ahí que 1 Pedro 2:12 diga: “absteneos de los deseos carnales…
manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los
gentiles”, buena o hermosa, como la palabra griega implica. Del mismo modo
Isaías 55:7 “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus
pensamientos”. Su camino, indica el rumbo de su vida, sus pensamientos,
muestra la disposición de su corazón. Y como el rumbo de su vida fluye de
sus pensamientos o disposición del corazón, no se puede tener el uno sin
el otro.
El corazón es la fuente de todos los actos, y estos actos están virtual
y radicalmente contenidos en nuestros
pensamientos; estos pensamientos una vez se convierten en afectos, se
tornan rápidamente en acciones. Si el corazón es malo, entonces, como dice
Cristo “del corazón proceden los malos pensamientos y homicidios” (Marcos
7:21). Notemos el orden: primero son los pensamientos oscuros y llenos de
rencor, luego son las prácticas u homicidios.
Y si el corazón es santo, entonces sucede como con David: “Rebosa
mi corazón palabra buena; Dirijo al rey mi
canto; Mi lengua es pluma de escribiente muy ligero” (Salmos 45:1). Este
es el ejemplo de una vida hermoseada con buenas obras. Algunas ya hechas,
otras por hacer (Rebosa mi corazón) ambas proceden de una disposición
divina de su corazón.
Si disponemos el corazón correctamente, la vida rápidamente lo mostrará.
Por los actos y conversación de los
cristianos no es difícil discernir en qué disposición se encuentran sus espíritus.
Tomemos a un cristiano en buena disposición y veremos lo serias,
celestiales y aprovechables que serán su conversación y sus obras de
fe. ¡Qué agradable compañero será mientras esto continúe! Hará bien al
corazón de cualquiera el estar con él en tales momentos. Salmos 37:30 “La boca
del justo habla sabiduría, Y su lengua habla justicia. La ley de su Dios
está en su corazón”. Cuando el corazón está levantado hacia Dios y lleno de Dios,
incita diestramente a palabras espirituales,
mejorando y sacando ventaja de cada situación para algún propósito divino.
Pocas palabras se desperdician.
Y ¿cuál es la razón de que las palabras y actos de tantos cristianos se hayan vuelto tan vacíos y poco aprovechables, y que su comunión con Dios y con otros cristianos se haya secado, sino el hecho de que hayan descuidado sus corazones? Seguro esto es la razón de
ello, y es un mal por el que hay que lamentar grandemente. De esta forma, la
belleza que debería resplandecer de la
conversación de los creyentes hacia los rostros y las conciencias del
mundo y atraerlo (que, si no los atrae y los enamora del camino de Dios,
al menos deja testimonio en su conciencia de la excelencia de estos
hombres y su caminar), se pierde en gran medida para el inexpresable
detrimento de la fe.
Hubo un tiempo en el que los cristianos se comportaban de tal manera que
el mundo se detenía a mirarlos. Su vida y
lenguaje estaba hecho de una fibra diferente a la de otros. Sus lenguas
revelaban que eran galileos en cualquier lugar al que fuesen. Pero ahora,
como hay tantas especulaciones vanas y han surgido tantas controversias
infructuosas, el trabajar el corazón y la piedad práctica se ha descuidado tanto entre los que dicen
ser creyentes que la situación, tristemente, ha cambiado. Su manera de
hablar se ha vuelto como la de otros hombres, y si viniesen entre nosotros
podrían “escucharnos hablar en su propia lengua”. Y tengo pocas esperanzas de ver
que este mal se corrige y que el prestigio del
cristianismo sea reparado hasta que los cristianos hagan sus primeras
obras, hasta que se apliquen de nuevo a trabajar el corazón.
Cuando la sal del pensamiento centrado en el cielo se aplique a la
fuente, las corrientes serán más limpias y más
dulces.
4. El consuelo de nuestras almas depende mucho de guardar nuestros corazones
El que es negligente al atender su propio corazón
normalmente es un gran extraño a su seguridad de salvación y a los
consuelos que proceden de ella. De hecho, si la doctrina antinomiana fuese
cierta, que nos enseña a rechazar todas las marcas y signos de nuestro
estado, diciéndonos que es el Espíritu el que inmediatamente nos da seguridad
dando testimonio de nuestra adopción directamente
sin esas marcas, entonces podríamos descuidar nuestros corazones.
Podríamos ser extraños para nuestros corazones sin ser extraños a nuestro
consuelo. Pero como las Escrituras y la experiencia nos refutan esto, espero
que nunca busquemos consuelo de maneras no bíblicas.
No niego que es la obra y oficio del Espíritu el darnos seguridad, sin
embargo puedo afirmar con confianza que si
alguna vez obtenemos seguridad de la forma ordinaria en que Dios la
dispensa, es porque hemos hecho esfuerzo sobre nuestros corazones.
Podemos esperar que el consuelo llegue de manera más fácil, pero si
alguna vez lo disfrutamos de otra forma, estoy
equivocado. Sobre toda cosa guardada y probaos a vosotros mismos, este es
el método de las Escrituras.
Un distinguido escritor, en su tratado sobre el pacto, nos cuenta que
conocía a un cristiano que, cuando era un niño
espiritual, gemía con tanta vehemencia buscando la seguridad infalible del
amor de Dios que, durante mucho tiempo deseaba fervientemente oír una voz
del cielo. A veces, caminando en los campos a solas, deseaba con ansias
alguna voz milagrosa de los árboles y las piedras.
Esto le fue negado después de muchos deseos y anhelos. Pero, a su tiempo,
algo mejor le fue concedido en la manera ordinaria de escudriñar
la palabra y su propio corazón.
Una persona culta nos da otro ejemplo similar de alguien que estaba siendo llevado por la tentación a los límites de la
desesperación. Finalmente, al conseguir estar establecido y asegurado,
alguien le preguntó cómo lo había conseguido, y él respondió: “No fue por
una revelación extraordinaria, sino sujetando mi entendimiento a las
Escrituras y comparando mi corazón con ellas”.
El Espíritu nos asegura desde luego, testificando de nuestra adopción.
Y testifica de dos maneras. Una es
objetiva, produciendo aquellas gracias de nuestra alma que son la
condición de la promesa. De esa forma el Espíritu y las gracias en
nosotros son una: El espíritu de Dios habitando en nosotros es
una marca de nuestra adopción. Ahora bien, el Espíritu puede ser
discernido por sus operaciones en lugar de por su esencia. Discernir estas
acciones es discernir el Espíritu, y no puedo imaginar cómo discernirlas
sin una búsqueda y vigilancia diligente en el corazón.
La otra forma en que el Espíritu da testimonio es efectiva, es decir,
irradiando el alma con una gracia que descubre la
luz, resplandeciendo sobre su propia obra, y esto en el orden natural de
las cosas, sigue al trabajo anterior: primero infunde la gracia, y luego
abre los ojos del alma para verla. Como el corazón es el sujeto de esa
gracia, incluso este testimonio del Espíritu incluye la necesidad de
guardar con cuidado nuestros corazones, ya que un corazón descuidado está
tan confuso y oscurecido que la poca gracia que hay en él normalmente no
puede discernirse. Los cristianos más precisos y laboriosos a veces encuentran difícil descubrir la obra pura y genuina del Espíritu en
sus corazones. ¿Cómo podrá entonces el
cristiano que es negligente en trabajar su corazón ser capaz de descubrir
la gracia?
La sinceridad, que es lo que se busca, yace en el corazón como una
pequeña pieza de oro en el fondo de un río. El
que la encuentra ha de quedarse hasta que el agua es clara, y entonces la
verá resplandecer en el fondo. Para que el corazón esté claro y asentado,
¡cuántos dolores, vigilancia, cuidado y diligencia se requieren!
Dios normalmente no da a las almas negligentes el consuelo de la
seguridad, Él no parece avalar la pereza y el
descuido. Él da seguridad, pero según su forma. Su mandato ha unido
nuestro cuidado y nuestro consuelo. Están equivocados los que piensan que
la seguridad puede obtenerse sin trabajo.
¡Cuántas horas solitarias ha pasado el pueblo de Dios examinando su
corazón! ¡Cuántas veces han mirado la Palabra y
luego sus corazones! En ocasiones pensaron haber descubierto sinceridad, y
estaban incluso listos para extraer la conclusión triunfante de su
seguridad, para luego aparecer una duda que no podían resolver y destruirla por
completo. Muchas esperanzas, temores, dudas y
razonamientos han tenido en su pecho antes de llegar a un cómodo reposo.
Pero supongamos que es posible que un cristiano descuidado pueda lograr
la seguridad. Aun así sería imposible para
él retenerla por mucho tiempo, porque hay una posibilidad entre mil de que
alguien cuyo corazón está lleno del gozo de la seguridad retenga mucho
tiempo ese gozo, a menos que se emplee un cuidado extraordinario. Un poco de
orgullo, vanidad o descuido destruirá en pedazos
todo por lo que ha pasado tanto tiempo trabajando en tan cansada labor. Como el gozo de nuestra vida y el consuelo de nuestra alma se elevan y
caen con nuestra diligencia en este trabajo,
guardemos el corazón sobre toda cosa guardada.