"Si alguno viene a mí y no aborrece a padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo", Lucas 14:26
Si las relaciones más cercanas en la vida de un discípulo chocan con las demandas de Jesucristo, Él exige
obediencia inmediata. El discipulado implica una consagración personal y apasionada por una persona:
nuestro Señor Jesucristo. Hay una gran diferencia entre la devoción a una persona y la devoción a unos
principios o a una causa. Nuestro Señor nunca proclamó una causa, sino que predicó la devoción personal
hacia Él. Ser un discípulo me convierte en un devoto esclavo de amor al Señor Jesús. Muchos de los que
nos denominamos cristianos no estamos verdaderamente consagrados a Jesucristo. Ninguna persona en el
mundo tiene este amor apasionado por el Señor Jesucristo si el Espíritu Santo no se lo ha infundido. Lo
podemos admirar, respetar y reverenciar, pero no lo podemos amar por nosotros mismos. El único que
ama realmente al Señor es el Espíritu Santo y es Él que ha derramado en nuestros corazones el amor de
Dios (ver Romanos 5:5). Siempre que el Espíritu perciba una oportunidad de glorificar a Jesús a través de
ti, tomará todo tu ser y realmente te hará arder con una resplandeciente devoción a Él.
Como la vida cristiana se caracteriza por una "originalidad moral espontánea", un discípulo está expuesto
a la misma acusación que se le hizo a Jesucristo, es decir, que Él era un inconsecuente. Jesús nunca se
contradijo en su relación con Dios. Y un cristiano debe ser consecuente en su relación con la vida del Hijo
de Dios en él, pero no con las doctrinas estrictas e inflexibles. La gente se aferra a sus propias doctrinas y
por eso Dios tiene que hacer estallar sus prejuicios antes de que se puedan consagrar a Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario