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Este versículo no es sencillamente
un ejemplo de un lenguaje hermoso y poético. Hay una realidad fundamental
tras este concepto: el marido y la mujer no son sencillamente dos personas
que están viviendo juntas. De hecho sus vidas se fusionan, convirtiéndose en
una. Por lo tanto, es verdad que lo que perjudica a la esposa, perjudica al
marido, y no se puede evitar que sea así. Si él se siente amargado con ella,
le corroerá como un cáncer en su propia vida y en su corazón. Es por eso que
si ha tenido usted una disputa con su esposa, es muy posible que descubra
usted que ese día es incapaz de realizar bien su trabajo.
En el gran libro de ayuda The
Struggle for Peace (La lucha por la paz), el Dr. Henry Brandt cuenta
el caso de una mujer que acudió a él debido a un gran temor que sentía al ir
a los supermercados. Acudió a él para que le ayudase con este problema, y él
confió, como lo hace siempre, en la sabiduría de las Escrituras. Recordando
el versículo: “El perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18b), empezó a
buscar una violación del amor en la vida de ella, porque el temor se pone de
manifiesto cuando hay algo que impide que el amor fluya. Él le dijo a la
mujer: “¿Con quién está usted enojada?” Finalmente pudo darse cuenta de que
estaba enojada con su marido por un incidente que había sucedido unos cuantos
años antes en un supermercado cuando tuvieron una desagradable discusión.
Como resultado de ello, ella se sentía emocionalmente inquieta siempre que
iba a un supermercado. Cuando ella se enfrentó con su falta de amor, su temor
desapareció. Lo que había sucedido debido a su herida hacia él,
se reflejó en ella misma. Esto también es cierto en el caso del marido
respecto a la esposa. Si entendiésemos esto y nos diésemos cuenta de que el
herir a nuestro cónyuge es lo mismo que coger un martillo y golpearnos con él
sobre la cabeza o descuidar alguna parte de nuestro cuerpo, dejaríamos de
intentar hacernos daño el uno al otro. Cuando herimos a nuestro cónyuge,
normalmente eso vuelve de alguna manera sobre nosotros.
El punto final que suscita aquí el
apóstol es el que aparece en el versículo 33: “Por lo demás, cada uno de
vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su
marido”. Fíjese usted que la base para realizar esto es que los dos
compañeros del matrimonio cumplan con sus responsabilidades para con Cristo,
sea lo que fuere lo que haga el otro; esa es la clave. No es “espera hasta
que él empiece a amarme y entonces me someteré a él”, o “espera hasta que
ella se someta a mí y entonces la amaré”, sino que es esencial para su
responsabilidad ante Cristo, sea lo que fuere lo que haga el otro. El hacerlo
de este modo rompe el círculo vicioso del conflicto en el matrimonio y sirve
para restablecer la paz y permite al otro cumplir con su responsabilidad.
Yo he visto cómo la obediencia
unilateral hace maravillas en las relaciones matrimoniales. Los maridos y las
mujeres se han unido; se ha restaurado la armonía en los hogares amargamente
divididos; la gracia y la paz han comenzado a reinar donde antes había
batalla y conflicto, violencia y toda una situación fea. Por lo tanto,
maridos, amen a su mujer como a sí mismos, y que la esposa se asegure de
respetar a su marido.
Dios, concédeme el deseo y el que
esté dispuesto a ser obediente al Señor Jesús, que está conmigo en todas las
circunstancias y en cada relación en mi vida, sea cual sea la manera de
actuar de la otra persona.
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Aplicación a la vida
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La obediencia a Cristo restablece
la gracia y la paz en las relaciones conflictivas. ¿Reconocemos nosotros la
verdadera sumisión como el reconocimiento profundo del significado de Su
Presencia?
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