¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Son más dulces que
la miel a mi boca! Salmos 119:103.
Los mejores de nosotros
necesitan instrucción. No es sabio que la gente cristiana esté tan ocupada con
la obra de Cristo que no puedan escuchar las palabras de Cristo. Debemos
alimentarnos o no podremos alimentar a otros. La sinagoga no debe estar
desierta si es una sinagoga en la que Cristo está presente. Y, a veces, cuando
el Maestro está presente, qué poder hay en la palabra: no es la elocuencia del
predicador, ni la fluidez del lenguaje ni lo novedoso de la idea. Hay una influencia
secreta, una influencia tranquila que entra en el alma y la somete a la
majestad del amor divino. Uno siente la energía vital de la Palabra divina, y
no es la palabra del hombre para ti sino la voz de Dios que te despierta y que
suena en las recámaras de tu espíritu y hace que todo tu ser viva delante de
sus ojos. En tales ocasiones el sermón es como el maná del cielo o como el pan
y el vino con los que Melquisedec recibió a Abraham, tú te alegras y te
fortaleces y te marchas renovado.
A través de la Biblia en un año: Lucas
17-18
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario