sábado, 31 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

18. "Riquezas inescrutables"

"A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo". Efesios 3:8

    Si viéramos este versículo por primera vez, creo que todos consideraríamos que es extraordinario, aun si no supiéramos quién lo escribió. Es extraordinario por las figuras de lenguaje tan audaces e impresionantes que usa. "Menos que el más pequeño de todos los santos", "inescrutables riquezas de Cristo", estos son realmente "pensamientos que respiran y palabras que arden".

    Pero el versículo es doblemente extraordinario cuando consideramos quién lo escribió. El autor fue nada menos que el gran apóstol a los gentiles, Pablo, el líder de aquel pequeño y noble ejército de Cristo que dejó una profunda huella en la humanidad. Nadie nacido de mujer, (excepto su Maestro inmaculado), ha dejado una huella tan profunda, la cual permanece hasta hoy. Semejante frase de la plume de semejante hombre demanda especial atención.

    Observemos atentamente este texto y notemos tres cosas:

    I. Primero, lo que Pablo dice de sí mismo. Dice: "Soy menos que el más pequeño de todos los santos".

    II. Segundo, lo que Pablo dice de su ministerio. Dice: "Me fue dada esta gracia de anunciar [predicar]".

    III. Tercero, Pablo da a conocer el gran tema de su predicación. Lo llama "las inescrutables riquezas de Cristo".

    Confío que, algunos comentarios sobre cada uno de estos tres puntos, ayuden a grabar todo el texto en la memoria, conciencia, corazón y mente de mis lectores.

I. Lo que Pablo dice de sí mismo.

    En primer lugar, notemos lo que Pablo dice de sí mismo. El lenguaje que utiliza es singularmente decisivo. El fundador de iglesias famosas, el escritor de catorce epístolas inspiradas, ¿cómo se describe? Veamos algunas de sus palabras: "En nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles" (2 Co. 12:11). "En trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces" (2 Co. 11:23). "Estimo todas las cosas como pérdida". "Lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo" (Fil. 3:8). "Porque para m{i el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" (Fil. 1:21). Emplea un modo enfático, comparativo y superlativo. "Soy menos que el más pequeño de los santos". ¡Qué pobre criatura ha de ser el más pequeño de los santos! No obstante, Pablo dice: "Soy menos que esa criatura".

    Sospecho que un lenguaje como este es casi ininteligible para muchos que profesan ser cristianos. Tan ignorantes de la Biblia como de sus propios corazones, no pueden comprender lo que dice un santo cuando habla humildemente de sí mismo y de sus logros. "Es una forma de hablar" dicen, "no puede significar otra cosa que la época cuando Pablo daba sus primeros pasos en el evangelio y comenzaba a servir a Cristo". Es tan cierto que "el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios" (1 Co. 2:14). Las oraciones, alabanzas, los conflictos, temores, esperanzas, gozos y aflicciones del cristiano auténtico y toda la experiencia del capítulo siete de Romanos son "locura" para el hombre del mundo. Así como un ciego no puede juzgar un cuadro de un pintor famoso y un sordo no puede apreciar el Mesías de Haendel, el inconverso no puede comprender totalmente la estimación humilde que tiene de sí mismo el apóstol.

    Pero podemos estar seguros de que lo que Pablo escribió, realmente lo sintió en su corazón. El lenguaje de nuestro texto no es único. Otros pasajes hasta lo exceden. A los filipenses les dice: "No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo". A los corintios les afirma: "Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol". A Timoteo le asegura: "Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero". A los romanos les exclama: "¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Fil. 3:12; 1Co. 15:9; 1 Ti. 1:15; Ro. 7:24). La realidad es que Pablo veía en lo más profundo de su corazón muchos más defectos y flaquezas de los que veía en ningún otro. Los ojos de su entendimiento estaban tan abiertos por el Espíritu Santo de Dios que detectaba un centenar de cosas malas en sí mismo. Otros hombres con marcada miopía, jamás verían lo que Pablo sí podía ver. En suma, poseyendo gran luz espiritual, tenía una percepción enorme de su propia corrupción natural, tanto que estaba revestido de humildad de pies a cabeza (1 P. 5:5).

    Ahora bien, comprendamos claramente que una humildad como la de Pablo no era una característica únicamente del gran apóstol de los gentiles. Al contrario, es una característica principal de todos los santos más eminentes de Dios en todas las épocas. Cuanto mayor es la gracia que los hombres tienen en sus corazones más profunda es la percepción de su pecado. Más luz arroja el Espíritu Santo en sus almas, mejor disciernen sus propias flaquezas, corrupciones y tinieblas. El alma muerta no siente ni ve nada, con la vida viene una visión clara, una conciencia perceptiva y una sensibilidad espiritual. Observe las expresiones humildes que Abraham, Jacob, Job, David y Juan el Bautista usaban al referirse a ellos mismos. Estudie las biografías de santos modernos como Bradford, Hooker, George Herbert, Beveridge, Baxter y M'Cheyne. Note la característica que todos comparten, todos sentían profundamente sus pecados.

lunes, 19 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 Nota

    Hay un pasaje de una obra del que fuera el escritor puritano Robert Traill, que arroja mucha luz sobre algunos puntos mencionados en este capítulo y que me gustaría que el lector leyera de principio a fin. Fue tomado de una obra poco conocida y menos leída. A mí me ha hecho bien y creo que le puede hacer bien a otros.

        Cuando el hombre despierta a su condición espiritual y tiene que enfrentar la pregunta: "¿Qué debo hacer para ser salvo?" (Hch. 16:30, 31), tenemos la respuesta apostólica: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo". Esta respuesta es tan antigua que, a muchos, le parece anticuada. Pero sigue siendo y siempre será fresca, nueva, deliciosa y la única que resuelve este gran problema de la conciencia. Y lo seguirá resolviendo mientras duren la conciencia y el mundo. Ninguna sabiduría o conocimiento del hombre le encontrará nunca una grieta o falla; nadie podrá inventar otra respuesta mejor, ni ninguna otra puede curar completamente la herida de una conciencia avivada. Creer en el Señor Jesucristo es la respuesta.

        Aboquémonos a la tarea de ver la solución y el alivio que ofrecen algunos maestros de nuestra propia Israel a la pregunta del carcelero: ¿Qué debo hacer para ser salvo? Les corresponde decirle: "Arrepiéntete, llora por tus pecados apártate de ellos, aborrécelos y Dios tendrá misericordia de ti". "¡Ay!" responde el pobre hombre: "Mi corazón es duro y no puedo arrepentirme. Así es, mi corazón está más duro y vil que cuando pecaba sin que me remordiera la conciencia". Si uno le habla a este hombre de las calificaciones para recibir a Cristo, no entiende nada y si es sincero en cuanto a la obediencia, su respuesta es natural y pronta: "La obediencia es obra del hombre en vida y la sinceridad brota sólo del alma renovada". Por lo tanto, la obediencia sincera es tan imposible para un pecador muerto y no renovado como lo es la obediencia perfecta. ¿Por qué no darle la respuesta correcta al pecador avivado: "Cree en el Señor Jesucristo y serpas salvo"? Cuéntele quién es Cristo, lo que ha hecho y sufrido para obtener redención eterna de todos los pecadores y esto, según la voluntad de su Padre Dios. Relátele directa y sencillamente el evangelio de salvación del Hijo de Dios, cuéntele lisa y llanamente la historia y el misterio del evangelio. Bien pudiera ser que por este intermedio el Espíritu Santo dé fe, tal como lo hizo con aquellos primeros frutos entre los gentiles (Hch. 10:44).

    Si pregunta con qué garantía cuenta si cree en Jesucristo, dígale que es absolutamente indispensable que lo haga porque sin Cristo, perecerá eternamente. Dígale que Dios, en su gracia, le ofrece la redención por medio de la muerte de su Hijo. La promesa es que si acepta por la fe el remedio de Dios para el pecado, la salvación será suya. Dígale que tiene el mandato expreso de Dios de creer en el nombre de Cristo (1 Jn. 3:23) y que debe obedecerle conscientemente, al igual que cualquier otro mandato en la ley moral. Cuéntele de la aptitud y buena voluntad de Cristo para salvar; dígale que no rechaza jamás a ninguno que acude a él, que los casos desesperantes son los triunfos gloriosos de su poder para salvar. Dígale que no hay un punto medio entre la fe y la incredulidad, que no hay ninguna excusa para descuidar la primera y seguir en la segunda, que creer en el Señor Jesús para salvación agrada más a Dios que obedecer toda su ley; explíquele que la incredulidad es lo más desagradable para Dios y, entre todos los pecados del hombre, el más digno de condenación. Contra la magnitud de sus pecados, la maldición de la ley y la severidad de Dios como juez, hay un solo alivio para ofrecerle. Este alivio es la gracia libre e inconmensurable de Dios por los méritos de Cristo, quien se sacrificó a sí mismo para cargar en "él el pecado de todos nosotros" (Is. 53:6).

    Si responde: ¿Qué significa creer en Jesucristo?, debo decir que en la Biblia no aparece esta pregunta, pero que de una manera u otra muchos pasajes sugieren una respuesta. Están los que no creían en él, como los judíos (Jn. 6:28-30), los principales sacerdotes y los fariseos (Jn. 7:48); el ciego (Jn. 9:35). Cuando Cristo le preguntó al ciego: "¿Crees tú en el Hijo de Dios?", este le respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?" Inmediatamente, cuando Cristo le contestó (versículo 37), no preguntó: "¿Qué significa creer en él?", sino que dijo: "Creo, Señor, y le adoró", por lo que demostró tener fe en él y actuó en consecuencia. Lo mismo sucedió con el padre del muchacho poseído por un espíritu inmundo (Mr. 9:23, 24) y el eunuco (Hch. 8:37). Tanto los enemigos como los discípulos  de Cristo sabían que tener fe en él significaba creer que el Hombre Jesús de Nazaret era el Hijo de Dios, el Mesías y Salvador del mundo y que entonces, a él había que acudir para recibir y esperar salvación en su nombre (Hch. 4:12). Esto era anunciado por Cristo, sus apóstoles y sus discípulos y era del conocimiento de todos los que lo oían.

    Si todavía pregunta qué es lo que debe creer, dígale que no es llamado a creer que está en Cristo, que sus pecados han sido perdonados y que ha sido justificado, sino que debe creer lo que dice Dios en cuanto a Cristo (1 Jn. 5:10-12). Lo que dice Dios es que él nos da (es decir, nos ofrece) vida eterna a través de su Hijo Jesucristo y que todo aquel que de corazón lo cree y confía su alma a estas buenas nuevas, será salvo (Ro. 10:9-11). Y esto es lo que debe creer para poder ser justificado (Gá. 2:16).

    Si sigue diciendo que es difícil creer esto su duda es lógica, pero fácil de resolver. Esto nos habla de un hombre profundamente humillado. Cualquiera puede ver su propia imposibilidad de obedecer enteramente la ley de Dios, pero a pocos les resulta difícil creer. Para su alivio y resolución pregúntele qué es lo que se le hace difícil creer. ¿Es el hecho de que no está dispuesto a ser justificado y salvado? ¿Es porque no está dispuesto a ser salvo a través de Jesucristo para alabanza de la gracia de Dios en él y para dejar de vanagloriarse? Seguramente dirá que no. ¿Es la desconfianza en la verdad de lo que las Escrituras dicen del evangelio? Nunca lo admitirá. ¿Es dudar de la habilidad y buena voluntad de Cristo para salvar? Esto es contradecir el testimonio de Dios en los Evangelios. ¿Es porque duda tener suficiente interés en Cristo y su redención? Contéstele que creer en Cristo reemplaza la falta de interés en él.

    Si le dice que no puede creer en Jesucristo porque le resulta difícil actuar con fe y que necesita un poder divino para tener fe, y que no lo tiene, debe decirle que creer en Jesucristo no es una tarea que hay que realizar, sino descanso en Jesucristo. Tiene que decirle que pretender esto es tan irracional como si un hombre, cansado de un viaje y sin poder dar un paso más, dijera: "Estoy tan cansado que no me puedo acostar" cuando, en realidad, no puede seguir de pie ni seguir andando. El pobre pecador cansado nunca podría creer en Jesucristo hasta darse cuenta de que no puede hacer nada por sí mismo y que en cuanto cree siempre se entrega a Cristo para salvación, como un hombre sin esperanza e indefenso. Y como resultado de estos razonamientos con él sobre el evangelio, el Señor otorgará, por creer (como lo ha hecho a menudo): Fe, gozo y paz.
    -Works (Las obras) de Robert Traill, 1696, Tomo 1, pp. 266-269.

viernes, 16 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicaciones prácticas

    (a) Y ahora, antes de terminar este capítulo, quiero hacerle una pregunta. ¿Sabe usted algo de la sed espiritual? ¿Ha sentido alguna vez una profunda preocupación por su alma? Me temo que muchos no saben nada de eso. He aprendido, por dolorosas experiencias durante un tercio de siglo, que la gente puede seguir asistiendo a la casa de Dios durante años sin ser consciente de sus pecados en ningún instante, ni tampoco el anhelo de ser salvos. Los cuidados de este mundo, el amor a los placeres y "los deseos de la carne" (Gá. 5:16), ahogan la buena semilla cada domingo y le impiden dar fruto. Van a la iglesia con corazones fríos como un adoquín de la calle por donde caminan. Se retiran tan impasibles e indiferentes como las viejas estatuas de mármol que los observan desde las paredes. Puede ser así, pero no pierdo la esperanza de que alguien se salve mientras vive. Ese viejo campanario de la Catedral de San Pablo en Londres que ha anunciado las horas durante tantos años, rara vez se escucha durante las agitadas horas del día. El ruido del tráfico en las calles tiene el extraño poder de amortiguar su sonido, impidiendo que se escuche.

    Pero cuando el trajín del día ha terminado, cuando se les ha puesto llave a los escritorios, las puertas se han cerrado, se han guardado los libros y reina silencio en la gran ciudad, todo cambia. Cuando el viejo campanario anuncia as once, las doce, la una, las dos y las tres, miles de personas que no lo escuchan durante el día, a esas horas lo oyen con claridad. Espero que lo mismo suceda con muchos con respecto a sus almas. Ahora, en la plenitud de su salud y fuerzas, me temo que la voz de la conciencia, a menudo, queda ahogada y no se puede escuchar por el trajinar del diario vivir. Pero el día puede venir cuando, le guste o no, el gran campanario de la conciencia se hará oír. El tiempo vendrá cuando postrado y en el silencio, obligado a estar quieto por alguna enfermedad, se verá forzado a mirar su interior y a considerar las cuestiones de su alma. Y entonces, cuando el gran campanario de la conciencia avivada suene en sus oídos, espero que el que lee estas líneas tema la voz de Dios y se arrepienta, aprenda a tener sed y venga a Cristo para calmarla. Sí, ¡ruego a Dios que le enseñe a sentir antes de que sea demasiado tarde!

    (b) Pero, ¿siente algo en este momento? ¿Está despierta y activa su conciencia? ¿Siente sed espiritual y anhela saciarla? Entonces preste atención a la invitación que le hago en el nombre de mi Señor: "Si alguno", no importa quien sea, de alta posición o sin posición, rico o pobre, letrado o iletrado, "si alguno tiene sed, acuda a Cristo y beba". Escuche y acepte esta invitación sin dilación. No se demore por nada. No se demore por nadie. ¿Quién sabe si por querer esperar "el momento adecuado" se le hará demasiado tarde? Ahora es cuando la mano del Redentor viviente se extiende desde el cielo, pero puede quitarla. Ahora es cuando la Fuente está abierta, pero pronto podría cerrarse para siempre. "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" sin demora. Aunque usted haya sido un gran pecador y se haya resistido a las advertencias, los consejos y sermones, igual venga. Aunque haya pecado contra la luz y el conocimiento, contra los consejos de su padre y las lágrimas de su madre, aunque haya vivido años sin observar un Día del Señor y sin orar, igual venga. No diga que no sabe cómo venir, que no comprende lo que significa creer, que tiene que esperar hasta tener más luz. Alguien que está fatigado ¿va a decir que está demasiado cansado como para acostarse? ¿O alguien a punto de ahogarse, dirá que no sabe tomarse de la mano extendida para ayudarlo? ¿O el marinero naufragado, con un bote salvavidas al costado del barco encallado, dirá que no sabe cómo saltar al bote? ¡Oh, líbrese de estas excusas vanas! ¡Levántese y venga! La puerta no está cerrada. El manantial no se ha secado todavía. El Señor Jesús lo invita. Basta con que usted sienta sed y anhele ser salvo. Venga, venga a Cristo sin demora. ¿Quién alguna vez vino al manantial y lo encontró seco? ¿Quién se ha retirado alguna vez insatisfecho?

    (c) ¿Ha venido ya a Cristo y encontrado alivio? Entonces venga más cerca, acérquese más. Cuanto más cercana sea su comunión con Cristo, más tranquilidad sentirá. Cuanto más cerca viva del Manantial más sentirá "una fuente de agua que salte para vida eterna" (Jn. 4:14). No solo recibirá bendición usted, sino que será de bendición para otros.

    Quizá en este mundo impío no siente usted toda la tranquilidad que desea. Pero recuerde que es imposible tener dos cielos. La felicidad perfecta está por venir. El diablo no ha sido atado (Ap. 20:2). Vienen buenos tiempos para todos los que son conscientes de sus pecados, vienen a Cristo y entregan sus almas sedientas a su cuidado. Cuando él vuelva, se sentirán completamente satisfechos. Recordarán todo el camino recorrido por donde los condujo el Señor y comprenderán el porqué de todas las cosas que les sucedieron. Sobre todo, se preguntarán cómo pudieron vivir tanto tiempo sin Cristo y cómo fue posible que vacilaran tanto en acudir a él.

    Hay una cañada en las montañas de Escocia llamada Glen Croe, que brinda una magnífica ilustración de lo que será el cielo para las almas que vienen a Cristo. El camino que atraviesa Glen Croe lleva al viajero en una larga y empinada subida, con muchas vueltas y curvas cerradas. Pero al llegar a la cima de la cañada se encuentra una roca con estas sencillas palabras inscritas: "Descanse y esté agradecido". Estas palabras describen los sentimientos de cada persona que acudió a Cristo sedienta. Cuando llegue al cielo descansará y estará agradecida. La cima del camino angosto, finalmente, será nuestra. Habremos terminado nuestra trayectoria agobiante y nos sentaremos en el reino de Dios. Miraremos hacia el pasado y contemplaremos toda nuestra vida con agradecimiento y veremos la sabiduría perfecta de cada paso en la empinada subida por donde fuimos conducidos. Olvidaremos el angustioso esfuerzo de nuestro peregrinaje hacia el descanso glorioso. Aquí en este mundo, nuestro sentido de descansar en Cristo es débil y parcial, aun en el mejor de los casos. A veces, pareciera que apenas si gustamos plenamente "el agua viva". Pero cuando venga aquello que es perfecto, entonces todo lo imperfecto pasará. Podemos decir con el salmista: "Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza" (Sal. 17:15). Beberemos "el agua viva", gozaremos los placeres del Señor y jamás volveremos a tener sed.

lunes, 12 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


 (a)  Algunos creyentes son "ríos de agua viva" durante su vida. Sus palabras, su 
conversación, su predicación y su enseñanza, son medios por los cuales el agua viva ha fluido a los corazones de sus prójimos. Entre ellos tenemos a los apóstoles que no escribieron ninguna epístola y sólo predicaron la Palabra. Algunos como 
Lutero, Whitefield, Wesley, Berridge, Rowlands y otros miles, vertieron "ríos de agua viva" durante su estancia en la tierra.

    (b) Algunos creyentes son "ríos de agua viva" cuando mueren. Su valentía al enfrentar al rey de los terrores, su firmeza en medio de sus peores sufrimientos, su fe inquebrantable en la verdad de Cristo aun mientras morían en la hoguera, la paz que manifestaban al borde del sepulcro han causado que miles reflexionen y centenares se arrepientan y crean en Cristo Jesús. Tales, por ejemplo, fueron los primeros mártires, a quienes los emperadores romanos persiguieron. Tales fueron John Huss y Gerónimo de Praga. Otros como Cranmer, Ridley, Latimer, Hooper y el resto del noble ejército de mártires fueron como "ríos de agua viva" en el momento de expirar. La obra que hicieron en la hora de su muerte fue mucho más grande que lo que hicieron en vida, como pasó con Sansón.

    (c) Algunos creyentes son "ríos de agua viva" mucho tiempo después de su muerte. Lo son por sus libros y escritos que circulan en todas partes del mundo mucho tiempo después de que las manos que sostuvieron la pluma se convirtieran en polvo. Entre ellos tenemos a Bunyan, Baxter, Owen, George Herbert y Robert M'Cheyne. Estos siervos benditos de Dios, probablemente, son ahora de más bendición por sus libros de lo que lo fueron con las palabras que dijeron durante sus vidas. Podemos decir de su herencia literaria lo que dice la Escritura acerca de la ofrenda de Abel: "Y muerto, aún habla por ella" (He. 11:4).

    (d) Por último, algunos creyentes son "ríos de agua viva" por el encanto de su comportamiento cotidiano. Hay muchos cristianos consecuentes, callados y gentiles que sin decir mucho ni hacer tanto ruido, sin darse cuenta, ejercen una influencia profunda sobre todo su entorno para bien. Los que fueron bendecidos por su manera de ser, fueron "ganados sin palabra" (1 P. 3:1). Su cariño, su buen carácter, su dulzura y su generosidad, hablan silenciosamente en un amplio círculo y siembran en las mentes las semillas que conducen a la reflexión y el autoanálisis. Fue un tremendo testimonio el de una anciana que falleció llena de paz, quien decía que además de debérsela a Dios, le debía su salvación al Sr. Whitefield: "No fue por ningún sermón que predicó, no fue por nada que jamás me dijo. Fue por la hermosa constancia y dulzura de su vida diaria en la casa donde se estaba quedando cuando yo era apenas una niña. Me dije a mí misma que si alguna vez buscara yo a Dios, el Dios del Sr. Whitefield sería mi Dios".

    Haga suyo este aspecto que incluye la promesa de nuestro Señor y no lo olvide nunca. No piense ni por un momento que su propia alma es la única que será salva si usted acude a Cristo por fe y lo sigue. Piense en la bendición de ser un "río de agua viva" para los demás. ¡Quién sabe si usted no será el medio para traer a muchos otros a los pies de Cristo! Viva, actúe, hable, ore y obre teniendo esto siempre en mente. Conocí una familia, compuesta del padre, la madre y diez hijos en que el evangelio entró al hogar por una de las hijas; al principio ella era la única creyente y el resto de la familia estaba en el mundo. Y, no obstante, antes de morir, pudo ver a sus padres y a todos sus hermanos entregados al Señor; y todo comenzó, humanamente hablando, ¡por su influencia! En vista de esto, no dudemos de que el creyente puede ser para otros un "río de agua viva". Quiz{a las conversiones no sucedan durante su vida y puede morir antes de verlas. Pero nunca dude de que una conversión, generalmente, lleva a otras conversiones y que son pocos los que van solos al cielo. Cuando falleció Grimshaw de Haworth, el apóstol del norte, su hijo vivía sin fe y sin Dios. Al paso del tiempo, el hijo se convirtió. ¿Cuál fue el factor determinante en su conversión? Nunca olvidó los consejos y el ejemplo de su padre. Sus últimas palabras fueron: "¿Qué dirá mi anciano padre cuando me vea en el cielo?" Animémonos, sigamos teniendo esperanza y creyendo la promesa de Cristo.

domingo, 4 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

La mayor parte de las promesas de nuestro Señor se refieren, especialmente, al beneficio de la persona a quien van dirigidas. La promesa que estamos considerando nos lleva a una gama mucho más amplia: Parece referirse a muchos otros fuera de aquellos a quienes él habló en primera instancia. ¿Por qué dice él? ¨El que cree en mí, como dice la Escritura" y en todas partes enseña que "de su interior correrán ríos de agua viva". "Eso dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn. 7:39). Obviamente lo dijo en sentido figurado, al igual que las palabras anteriores: "Sed" y "beber". Pero todas las figuras de lenguaje usadas en las Escrituras contienen grandes verdades y respecto de la figura de los "ríos de agua viva" no es la excepción y voy a tratar de demostrarlo:

Sed espiritual

    (1) Por un lado, entonces, creo que nuestro Señor quiso decir que el que se acerca a Dios por la fe, recibirá un suministro abundante de todo lo que pueda necesitar para satisfacer las necesidades de su alma. El Espíritu le brindará un sentido permanente de perdón, paz y esperanza que será dentro de él como un manantial que nunca se seca. Se sentirá satisfecho con lo que dice la Palabra: "Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío y os lo hará saber" (Jn. 16:15). El Espíritu le mostrará que ya no tendrá ansiedad espiritual en cuanto a la muerte, el juicio y la eternidad. Puede tener sus rachas de oscuridad y duda por sus propias flaquezas o las tentaciones del diablo. Pero, hablando en general, en cuanto acude a Cristo con fe, encuentra en lo profundo de su corazón un manantial de consolación. Esto, comprendamos, es lo primero que contiene la promesa que estamos enfocando. "Solo ven a Mí, pobre alma ansiosa", parece decir nuestro Señor. "Solo ven a Mí y tu ansiedad espiritual encontrará alivio. Pondré en tu corazón, por el poder del Espíritu Santo tal sentido de perdón y paz, por Mi expiación e intercesión, que no volverás a tener sed. Podrás tener tus dudas, temores y conflictos mientras estás en la carne. Pero una vez que hayas acudido a Mí y, habiéndome aceptado como tu Salvador, nunca volverás a perder totalmente tu esperanza. La condición de tu hombre interior cambiará a fondo, de tal manera que sentirás como si dentro de ti hubiera un manantial del que fluye agua permanentemente".

    ¿Qué diremos de estas cosas? Declaro mi propia creencia de que cuando alguien realmente acude a Cristo por fe, encuentra que esta promesa se cumple. Quizá alguno puede ser débil en la gracia y tener cierto recelo sobre su propia condición. Quizá ni se atreva a decir que se ha convertido, que ha sido justificado, santificado y que es apto para recibir la herencia de los santos en luz. Pero, a pesar de todo eso, afirmo con plena seguridad que aun el creyente más humilde y débil tiene adentro algo de lo cual no se puede desprender, aunque todavía no lo comprenda del todo. ¿Y qué es ese "algo"? Es ese "río de agua viva" que comienza a correr en el corazón de cada hijo de Adán en cuanto viene a Cristo y bebe. En este sentido, creo que la maravillosa promesa de Cristo siempre se cumple.

    (2) Pero, ¿es esto todo lo que contiene la promesa que estamos enfocando? De ninguna manera. Queda mucho más por decir. Creo que nuestro Señor quiso que comprendiéramos que el que acude a él con fe, no solo tendrá una abundancia de todo lo que necesita para su propia alma sino que también será una fuente de bendición para el alma de otros. El Espíritu que mora en él lo convertirá en un manantial de bien para sus prójimos, de manera que en el día final se sabrá con toda certeza que de él fluían "ríos de agua viva".

    Esta es la parte más importante de la promesa de nuestro Señor y lleva a un tema que rara vez captan y comprenden muchos cristianos. Pero es uno de profundo interés y merece más atención de la que recibe. Creo que esto es una verdad de Dios. Creo que así como "ninguno de nosotros vive para sí" (Ro. 14:7), el hombre no se convierte solo para sí y que la conversión de un hombre o una mujer, siempre lleva a la conversión de otros, por la maravillosa providencia de Dios. No digo ni por un momento que todos los creyentes lo saben. Creo que es mucho más probable, que hay muchos que viven y mueren en la fe, sin tener conciencia de haberle hecho un bien a algún alma. Creo que en la mañana de resurrección y el Día del Juicio, cuando sea revelada la historia secreta de todos los cristinos, habrá pruebas de que el significado completo de la promesa que estamos enfocando nunca ha fallado. Dudo que habrá algún creyente que no haya sido para alguien un "río de agua viva", un canal por medio del cual el Espíritu ha dado gracia salvadora. Aun el ladrón arrepentido, con lo breve que fue su tiempo después de arrepentirse, ¡ha sido motivo de bendición para miles de almas!

jueves, 1 de mayo de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

III. La promesa

    En último lugar, enfoquemos la promesa ofrecida a todo aquel que acude a Cristo. "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva" (Jn. 7:38).

    El tema de las promesas bíblicas es inmenso y sumamente interesante. Dudo que reciba la atención que merece en la actualidad. El libro Scripture Promises (Promesas Bíblicas) por Clarke, es un viejo libro que se estudia mucho menos ahora que en la época de nuestros padres. Pocos cristianos conocen la cantidad, amplitud, anchura, profundidad, altura y variedad de promesas preciosas en la Biblia para el beneficio y aliento especial de todos los que quieren aprovecharlas.

    No obstante, las promesas constituyen la base de casi todas las transacciones entre los hombres. La gran mayoría de los hijos de Adán en todo país civilizado actúa todos los días con fe en promesas. El obrero trabaja desde el lunes en la mañana hasta el sábado por la noche porque cree que al final de la semana recibirá el jornal prometido. El soldado se alista en el ejército y el marino se enrola en la marina, con la confianza total de que sus superiores le darán el sueldo prometido. La trabajadora doméstica más humilde en una casa de familia cumple día a día sus deberes creyendo que su patrona le pagará lo que le prometió. En el mundo de los negocios en las grandes ciudades, entre comerciantes, banqueros y vendedores, nada podría realizarse sin una fe continua en las respectivas promesas. Todo el mundo sabe que los cheques, las facturas y los pagarés son el único medio por el cual la inmensa mayoría del mundo comercial puede desarrollarse. Los hombres de negocios se ven obligados a actuar por fe y no por vista. Creen las promesas y esperan que los demás crean las de ellos. De hecho, las promesas y la fe en que se cumplirán y las acciones realizadas por fe en promesas, son la espina dorsal de nueve de cada diez transacciones del hombre con su homólogo en todo el mundo cristiano.

    De la misma manera, las promesas en la Biblia, son un recurso grandioso que usa Dios para acercarse al alma del hombre. El estudioso serio de las Escrituras no puede dejar de observar que Dios continuamente apela al hombre que lo escuche, obedezca, sirva y realice grandes cosas, y que, escuchándolo, crea. En suma, como dice Pedro: "Nos ha dado preciosas y grandísimas promesas" (2 P. 1:4). Aquel que en su misericordia causó que se escribieran las Sagradas Escrituras para nuestro beneficio, ha demostrado su conocimiento perfecto de la naturaleza humana al incluir, a través de todas sus páginas, una riqueza inconmensurable de promesas adecuadas para cada experiencia y cada circunstancia de la vida. Parece decir: "¿Quieres saber lo que pienso hacer para ti? ¿Te gustaría escuchar mis condiciones? Toma tu Biblia y lee". Pero hay una gran diferencia entre las promesas de los hijos de Adán y las promesas de Dios, que nunca debemos olvidar. Las promesas del hombre no necesariamente se cumplen. Aun con las mejores intenciones, no siempre puede uno cumplir su palabra. Puede suceder una enfermedad o una muerte inesperada puede llevarse de este mundo al que prometió algo. Guerras, pestilencias, hambrunas, cosechas que fallan o huracanes pueden dejarlo a uno en la miseria imposibilitándolo para cumplir sus compromisos.

    Por el contrario, las promesas de Dios se cumplen sin fallar. Él es todopoderoso, nada puede impedirle hacer lo que dijo que haría. Nunca cambia, "si él determina una cosa, ¿quién lo hará cambiar?" y con él no hay "mudanza, ni sombra de variación" (Job 23:13; Stg. 1:17). Siempre cumplirá su palabra. Hay una cosa que Dios no puede hacer, como le dijo cierta vez una niñita a su maestra: "Es imposible que Dios mienta" (He. 6:18). Aun las cosas más insólitas e improbables que Dios dijo que haría, siempre las ha hecho. ¿Quién hubiera imaginado eventos tan improbables como la destrucción del mundo por un diluvio y la preservación de Noé en el arca, el nacimiento de Isaac, la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto, la entronización de David, el nacimiento milagroso de Cristo, la resurrección de Cristo, la dispersión de los judíos por todo el mundo y su continua preservación como un pueblo singular? No obstante, Dios dijo que todas estas cosas sucederían y a su tiempo sucedieron. En verdad, para Dios es tan fácil hacer una cosa como lo es decirla. <lo que promete, ciertamente hará.

    En cuanto a la variedad y riqueza de las promesas bíblicas, hay mucho más que considerar de lo que se puede decir en una breve exposición como esta. Son miles. El tema es casi inagotable. No hay ni una etapa en la vida humana, desde la niñez hasta la vejez, ninguna posición en que se puede encontrar una persona para la cual la Biblia no brinda aliento a todo el que quiera hacer lo correcto a los ojos de Dios. Hay promesas en el erario de Dios para cada condición. Las promesas que Dios hace por su misericordia y compasión infinita, incluyen su prontitud en recibir a todo el que se arrepiente y cree, su buena disposición de perdonar y absolver al peor de los pecadores. Sus promesas conllevan su poder de cambiar los corazones y transformar nuestra naturaleza corrupta, los incentivos para orar, escuchar el evangelio y acercarnos al trono de la gracia, y las fuerzas para cumplir nuestros deberes. Consuelan en las aflicciones, dan dirección en la perplejidad, ayuda en las enfermedades, consolación en la muerte, fortaleza cuando hemos perdido a un ser querido, felicidad más allá de la tumba y recompensa en la gloria. Para todo esto existe un suministro abundante de promesas en la Palabra. Nadie puede formarse una idea de su abundancia, a menos que analice con cuidado las Escrituras, manteniendo constantemente su atención en el tema. Si alguien lo duda, solo puedo decir: "Ven y ve". Al igual que la reina de Saba en la corte de Salomón, no tardaría en decir: "Yo no lo creía hasta que he venido y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad" (1R. 10:7).

    La promesa de nuestro Señor Jesucristo, que encabeza este artículo, es un tanto peculiar. Es singularmente rica en estímulo a todos los que tienen sed espiritual y vienen a él para satisfacerla. Por lo tanto, merece que le demos especial atención.