sábado, 26 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. El remedio

    Paso ahora del caso supuesto al remedio propuesto. "Si alguno tiene sed", dice nuestro bendito Señor Jesucristo, "venga a mí y beba".

    Hay una sencillez maravillosa en esta breve frase que es imposible admirar demasiado. No tiene ni una palabra cuyo significado literal no sea claro hasta para un niño. No obstante, sencillo como parece, tiene un rico significado espiritual. Como el diamante Kohinoor que usted puede llevar entre el pulgar y el índice, es de un valor incalculable.

    Venir y beber soluciona el gran problema que todos los filósofos de Grecia y Roma no pudieron resolver: "¿Cómo puede el hombre tener paz con Dios? Guárdelo en su memoria junto con otras seis máximas de oro de nuestro Señor:

"Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás" (Jn. 6:35).

"Yo soy la luz del mundo; el que Me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn. 8:12).

"Yo soy la puerta; el que por Mí entrare, será salvo" (Jn. 10:9).

"Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí" (Jn. 14:6).

"Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mt. 11:28).

"Al que a Mí viene, no le echo fuera" (Jn. 6:37).

    Agregue a estos seis textos el que hoy tiene delante de usted. Memorice los siete. Grábelos en su mente y nunca los olvide. Cuando sus pies toquen el frio río, la hora de su muerte, encontrará un valor incalculable en los versículos recién citados.

    Porque, ¿cuál es la sustancia de estas sencillas palabras? Es esta: Cristo es esa Fuente de agua viva que Dios, en su gracia, ha provisto para las almas sedientas. De él, como de la roca que golpeó Moisés, fluye una corriente abundante para todos los que peregrinan por el desierto de este mundo. En él, nuestro Redentor y Sustituto, crucificado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, tenemos una provisión sin fin de todo lo que el hombre puede necesitar: Perdón, absolución, misericordia, gracia, paz, descanso, alivio, consuelo y esperanza.

    Cristo compró esta provisión para nosotros pagándola con su propia sangre preciosa. Para abrir esta fuente maravillosa, sufrió por el pecado. El justo entre los injustos cargó nuestros pecados en su propio cuerpo en el madero. Fue hecho pecado por nosotros, a fin de que pudiéramos ser justicia de Dios en él (1 P. 2:24, 3:18; 2 Co. 5:21). Y ahora ha sido sellado y designado para ser el que da alivio a todos los trabajados y cargados y el Dador del agua viva para todos los sedientos. Su misión es recibir a los pecadores. Se complace en darles perdón, vida y paz. Y las palabras del texto son una invitación que hace a toda la humanidad: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba".

Advertencias y consejos

    La eficacia de un remedio depende mayormente de la manera como se usa. La mejor receta del mejor médico es inútil si no seguimos las instrucciones que la acompañan. Preste atención a la palabra de exhortación, mientras le doy advertencias y consejos acerca de la Fuente de agua viva.

    (a) El que tiene sed y quiere apagarla tiene que acudir a Cristo mismo. Él no se contentará con que asista a su iglesia y participe de sus ordenanzas o que se reúna con su pueblo para orar y alabarle.

    No tiene que limitarse a participar de su Santa Cena ni quedarse satisfecho con abrirle privadamente su corazón a un pastor ordenado. ¡Oh, no! El que se contenta con solo beber estas aguas "volverá a tener sed" (Jn. 4:13). Debe ir más alto, hacer más, mucho más que esto. Tiene que tratar personalmente con Cristo mismo, todo el resto no vale nada sin él. El palacio del Rey, los siervos que le sirven, la sala de banquetes ricamente amoblada, el propio banquete, no son nada, a menos que hablemos con el Rey. Sólo su mano puede quitarnos la carga que llevamos a cuestas y hacernos sentir libres. La mano del hombre puede quitar la piedra del sepulcro y dejar que veamos al muerto, pero nadie más que Jesús puede decirle al muerto: "Ven fuera" (Jn. 11: 41-43). Tenemos que comunicarnos directamente con Cristo.

jueves, 24 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

17. Sed satisfecha

"En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva". Juan 7:37-38

    El texto que encabeza este capítulo contiene uno de esos aforismos de Cristo que merecen ser impresos en letras de oro. Todas las estrellas en el cielo son brillantes y bellas, pero aun un niño puede ver que una estrella es más resplandeciente que otra. "Toda la Escritura es inspirada por Dios" (2 Ti. 3:16), pero frio e insensible es el corazón que no siente que algunos pasajes tienen una riqueza y plenitud única. Este es uno de esos pasajes.

    A fin de poder captar toda su fuerza y hermosura hemos de recordar el lugar, el día y la ocasión a que se refiere el pasaje.

    El lugar era Jerusalén, la metrópolis del judaísmo y bastión de sacerdotes y escribas, de fariseos y saduceos. La ocasión era la Fiesta de los Tabernáculos, una de las grandes fiestas anuales del judaísmo. Si podía, todo buen judío subía al templo de acuerdo con la ley para participar de esta fiesta. El día era "el último... de la fiesta" cuando iban terminando todas las ceremonias, cuando según la tradición, se había sacado agua del estanque de Siloé para echarla solemnemente sobre el altar y lo único que quedaba por hacer era que los adoradores regresaran a sus casas.

    En este momento crítico, nuestro Señor Jesucristo se "puso de pie" en un lugar prominente y habló a la multitud reunida. No dudo de que leía sus corazones. Los veía retirarse con conciencias afligidas y mentes insatisfechas, no habiendo aprendido nada de los fariseos y saduceos, sus maestros ciegos; sólo se llevaban el recuerdo de pomposas e insulsas ceremonias. Los vio, tuvo compasión de ellos y alzó su voz como un heraldo diciendo: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba". Dudo que esto sea lo único que dijo en esa memorable ocasión. Sospecho que fue el momento cumbre de su discurso. Pero esta, me imagino, fue la primera frase que brotó de sus labios: "Si alguno  tiene sed, venga a mí y beba". Si alguno quiere agua viva que satisface, venga a Mí.

    Recuerdo a mis lectores que nunca antes ningún profeta ni apóstol, usó un lenguaje como este. "Ven con nosotros", le dijo Moisés a Hobab (Nm. 10:29); "Venid a las aguas", dijo Isaías (Is. 55:1); "He aquí el Cordero de Dios", dijo Juan el bautista (Jn. 1:29); "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo", dijo Pablo (Hch. 16:31). Pero nadie ha dicho jamás: "Venid a ", excepto Jesús de Nazaret. Este hecho es muy significativo. Cuando dijo: "Venid a mí", sabía y sentía que era el Hijo eterno de Dios, el Mesías prometido, el Salvador del mundo.

    Quiero enfocar la atención del lector en tres puntos que veo en esta expresión de nuestro Señor.

I. Tenemos un caso supuesto: "Si alguno tiene sed".

II. Tenemos un remedio propuesto: "Venga a mí, y beba".

III. Tenemos una promesa ofrecida: "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva".

    Cada uno de estos puntos se aplica a todo aquel en cuyas manos cae este escrito. Y de cada uno de ellos, tengo algo que exponer.

I. El problema

    En primer lugar tenemos un caso supuesto. Dice el Señor: "Si alguno tiene sed". 

    La sed física es notoriamente la sensación más dolorosa que puede tener el hombre. Lea la historia de los que viven en la miseria en el pozo negro de Calcuta. Pregúntele a cualquiera que haya viajado por las llanuras del desierto bajo un sol tropical. Escuche lo que cualquier viejo soldado le diría acerca de la peor necesidad de los heridos en batalla. Recuerde la sed que sufren los tripulantes de barcos perdidos en el océano durante días en embarcaciones sin agua. Recuerde las tristes palabras del hombre rico de la parábola: "Envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama" (Lc. 16:24). El testimonio es invariable. No hay nada tan terrible y difícil como tener que aguantar la sed.

    Pero si la sed física es tan dolorosa, ¡cuánto más lo es la sed del alma! El sufrimiento físico no es la peor parte del castigo eterno. Es poca cosa, aun en este mundo, comparado con el sufrimiento de la mente y el hombre interior. Conocer el valor de nuestras almas y enterarnos de que estamos en peligro de una ruina eterna, sentir la carga del pecado no perdonado, no saber a dónde recurrir para conseguir alivio, tener una conciencia enferma e intranquila y no saber cómo remediarlo; descubrir que nos estamos muriendo, muriendo cada día sin estar preparados para encontrarnos con Dios, ni tener un concepto claro de nuestra propia culpa e impiedad y, no obstante, no tener idea de una absolución, es el peor de los dolores. ¡Ese dolor se extiende por toda el alma y el espíritu y traspasa las coyunturas y la médula de los huesos! Esta, sin duda, era la sed a la cual se está refiriendo el Señor. Es la sed de perdón, de absolución y de paz con Dios. Es la ansiedad de una conciencia realmente viva, anhelando satisfacción sin saber dónde encontrarla, caminando por lugares áridos y sin poder descansar.

    Esta es la sed que sentían los judíos cuando Pedro predicó el día de pentecostés. Está escrito que "se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?" (Hch. 2:37).

    Esta es la sed que sentía el carcelero de Filipos cuando despertó a la conciencia de su peligro espiritual y sintió el terremoto que hizo que se abrieran las puertas de la cárcel. Está escrito que "temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?" (Hch. 16:29, 30).

    Esta es la sed que muchos de los siervos más grandes de Dios parecían tener cuando la luz iluminaba sus mentes. Agustín buscando descanso entre herejes maniqueos sin encontrarlo. Lutero buscando la verdad entre los mones del monasterio en Érfurt. John Bunyan agonizando en medio de dudas y conflictos en su casita en Elstow, George Whitefield gimiendo bajo las austeridades que él mismo se impuso por falta de una enseñanza clara, cuando estudiaba en la Universidad de Oxford, han dejado registrada su experiencia. Creo que todos ellos sabían lo que nuestro Señor quiso decir cuando habló de "sed".

    Y creo que no es demasiado, decir que todos deberíamos saber algo de esta sed, aunque no tanto como Agustín, Lutero, Bunyan o Whitefield. Viviendo como vivimos en un mundo moribundo...

- sabiendo como sabemos, y lo admitimos, que hay un mundo después de la muerte, y que después de la muerte viene el Juicio,

- sintiendo como lo sentimos, aun en nuestros mejores momentos, que somos criaturas defectuosas, inestables, débiles y pobres, y no aptas para encontrarnos con Dios.

- conscientes en lo profundo de nuestro corazón que nuestro lugar en la eternidad depende del uso de nuestro tiempo...

Deberíamos sentir algo de "sed" por tener paz con el Dios Viviente.

    ¡Pero , ay, nada prueba más contundentemente la naturaleza caída del hombre como la falta general y común de sed espiritual! La gran mayoría de las personas en este momento están sedientas de dinero, poder, placer, posición, honra y distinción. Perseguir esperanzas vanas, escarbar buscando oro, irrumpir en una peligrosa brecha, abrirse paso en el hielo para llegar al Polo Norte, son empresas para las cuales no faltan aventureros y voluntarios. ¡La competencia es intensa e incesante para alcanzar esas coronas corruptibles! En comparación, son pocos los que tienen se de alcanzar la vida eterna. No asombra, entonces, que la Biblia llame al hombre natural "muerto", "dormido", "ciego" y "sordo". No es de extrañar que diga que el hombre necesita un nuevo nacimiento y una nueva creación. No hay síntoma más seguro de mortificación de la carne que la pérdida de todo sentimiento. No hay señal más dolorosa de un alma enferma que la ausencia total de sed espiritual. Ay del hombre de quien el Salvador puede decir: "Y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Ap. 3:17).

    Pero, ¿quién entre mis lectores siente la carga del pecado y ansía paz con Dios? ¿Quién realmente es sensible a la confesión en nuestro Libro de Oraciones cuando dice: "He errado y me he apartado como una oveja perdida, no hay nada sano en mí, soy un despreciable ofensor"? ¿Quién entre mis lectores participa de la Cena del Señor y puede decir sinceramente: "El recuerdo de mis pecados es doloroso, y su carga es intolerable"? Si es usted uno de estos últimos, usted es el hombre que debe dar gracias a Dios. Un sentido de pecado, culpa y pobreza del alma, es la primera piedra que coloca el Espíritu Santo cuando edifica un templo espiritual. Convence de pecado. La luz fue lo primero creado en el mundo material  (Gn. 1:3). La luz en cuanto a nuestra propia condición es la primera obra en la nueva creación.

    Alma sedienta, lo repito, usted es quien debiera dar gracias a Dios. El reino de Dios está cerca. No es cuando empezamos a sentirnos bien, sino cuando nos sentimos mal, que damos el primer paso hacia el cielo. ¿Quién le enseñó que estaba desnudo? ¿De dónde vino esa luz interior? ¿Quién le abrió los ojos y le hizo ver y sentir? Sepa este día que no fue ni la carne ni la sangre las que le han revelado estas cosas, sino nuestro Padre que está en los cielos. Las universidades pueden conferir títulos y las escuelas pueden impartir conocimiento de todos los misterios, pero no pueden hacer que los hombres sientan su pecado. Percibir nuestra necesidad espiritual y sentir verdadera sed espiritual es el A-B-C de la fe salvadora.

    Fue muy acertado lo que dijo Eliú en el libro de Job: "Él mira sobre los hombres; y al que dijere: Pequé, y pervertí lo recto, y no me ha aprovechado, Dios redimirá su alma para que no pase al sepulcro, y su vida verá en luz" (Job 33:27-28). No se avergüence el que sabe algo de la "sed" espiritual. Por el contrario, levante la cabeza y comience a tener esperanza. Pídale a Dios que siga haciendo la obra que ha comenzado en usted y le haga sentir más sed.

martes, 22 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

III. ¿Está usted "sin Cristo"?

    (a) Le pido ahora a todo el que ha leído este capítulo entero que se examine y determine exactamente su propia condición. ¿Está usted sin Cristo?

    No deje que pase la vida sin pensar reflexivamente y auto examinarse. No puede seguir siempre en la condición en que se encuentra ahora. El día vendrá cuando comer, beber, dormir, vestirse, divertirse y gastar dinero acabará. Vendrá un día cuando su lugar estará vacío y se hablará de usted como alguien que partió para siempre. ¿Y dónde estará entonces, si ha vivido sin pensar en su alma, sin Dios y sin Cristo? ¡Oh, recuerde que es mil veces mejor estar sin dinero, salud, amigos, compañía, y alegría que estar sin Cristo!

    (b) Si ha vivido sin Cristo hasta ahora, le invito con todo cariño que cambie de dirección sin demora. Busque al Señor Jesús mientras puede ser hallado (Is. 55:6). Llámelo en tanto está cercano. Está sentado a la diestra de Dios y puede salvar a todo el que acude a él, no importa lo pecador e indiferente que pueda haber sido. Está sentado a la diestra de Dios, dispuesto a escuchar la oración de todo el que siente que su vida pasada ha sido equivocada y quiere arreglar su situación. Busque a Cristo, busque a Cristo sin demora. Conózcalo. No le dé vergüenza recurrir a él. Sea usted este año amigo de Cristo y dirá que es el año más feliz de su vida.

    (c) Si usted ya es un amigo de Cristo, lo exhorto a ser agradecido. ¡Desarrolle un sentido más profundo de la misericordia infinita que es tener un Salvador Todopoderoso, derecho al cielo, una patria celestial que es eterna y un Amigo que nunca muere! ¡Qué consuelo es pensar que tenemos en Cristo algo que nunca podemos perder!

    Desarrolle un sentido más profundo de la condición lastimosa de los que están "sin Cristo". Muchas veces nos recuerdan a los que no tienen alimentos, ropa, escuelas o iglesias. Compadezcámonos de ellos y ayudémosles todo lo que podamos. Pero no olvidemos nunca que hay personas cuya condición es mucho peor. ¿Quiénes son? ¡Los que están "sin Cristo"!

    ¿Tenemos familiares "sin Cristo"? Sintamos compasión por ellos, oremos por ellos, hablemos con el Rey acerca de ellos y procuremos recomendarles el evangelio. No dejemos piedra sin mover en nuestros esfuerzos por llevarlos a Cristo. ¿Tenemos vecinos "sin Cristo"? Esforcémonos cada día para que sus almas sean salvas. La noche viene cuando nadie puede obrar.

    Feliz aquel que vive con la permanente convicción de que estar "en Cristo" significa paz, seguridad y felicidad, y que estar "sin Cristo" es estar al borde de la destrucción.

lunes, 21 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

    Existe sólo una esperanza que tiene raíces, vida, potencia y solidez, y esa es la esperanza edificada sobre la gran roca de la obra de Cristo y de su redención. "Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo" (1 Co. 3:11). Todo el que edifica sobre esta piedra angular, "no será avergonzado". Esta esperanza se basa en una realidad. Responde positivamente cuando se la examina y analiza. Tiene respuesta para cualquier pregunta. Sondéela de principio a fin y no encontrará en ella ni un defecto. Cualquier otra esperanza fuera de esta, no tiene ningún valor. Como las fuentes de agua que se secan en el verano, fallan cuando el hombre más las necesita (1 R. 17:3-7). Son como barcos defectuosos que parecen buenos mientras están anclados en el puerto, pero cuando los vientos y las olas del mar empiezan a ponerlos a prueba, se descubre su mal estado y se hunden bajo el agua. No hay ninguna esperanza valedera sin Cristo, y estar "sin Cristo" es estar "sin esperanza" (Ef. 2:12).

    (d) Por otra parte, estar sin Cristo es estar sin el cielo. Al decir esto no quiero decir solamente que no hay entrada al cielo, sino que "sin Cristo" no podría haber ninguna felicidad al estar allí. El hombre sin su Salvador y Redentor nunca se sentiría cómodo en el cielo. Sentiría que no tiene ningún derecho de estar allí; sería imposible que se sintiera valiente, confiado y tranquilo. En medio de la pureza y la santidad de los ángeles, bajo los ojos de un Dios puro y santo, no podría levantar la cabeza, se sentiría confundido y avergonzad. La esencia de todos los conceptos correctos del cielo es que allí está Cristo.

    ¿Hay alguno que sueña con un cielo en el que Cristo no tiene un lugar? Despierte de su locura. Sepa que en cada descripción del cielo que la Biblia contiene, la presencia de Cristo es esencial. "En medio del trono", dice Juan, "estaba en pie un Cordero como inmolado". El trono mismo de Dios es llamado "el trono de Dios y del Cordero". El Cordero es la luz del cielo y el templo de él. Los santos que moran en el cielo han de ser alimentados por el Cordero y él mismo "los guiará a fuentes de aguas de vida". A la reunión de los santos en el cielo se le llama "las bodas del Cordero" (Ap. 5:6; 22:3; 21:22-23; 7:17; 19:9). Un cielo sin Cristo no sería el cielo de la Biblia. Estar "sin Cristo" es estar "sin cielo".

    Me sería fácil agregar otras cosas. Le diría que estar sin Cristo es no tener vida, no tener fortaleza, no tener seguridad, no tener un fundamento, no tener un amigo en el cielo y no tener justicia. ¡No hay nadie en peores condiciones que los que están sin Cristo!

    El Señor Jesús tiene el propósito de ser para el alma del hombre lo que el arca fue para Noé, lo que el cordero pascual fue para Israel en Egipto, lo que el maná, la piedra golpeada, la serpiente de bronce, la columna de nube y fuego, el chivo expiatorio fueron para las tribus en el desierto. ¡No hay peores desamparados que los que están sin Cristo!

    Lo que la raíz es para las ramas, lo que el aire es para nuestros pulmones, lo que el alimento y el agua son para nuestro cuerpo, lo que el sol es para la Creación, todo esto y mucho más tiene Cristo, el propósito de ser para nosotros. ¡Nadie es tan indefenso, nadie es tan digno de lástima como el que está sin Cristo!

    Reconozco que si no existieran cosas como las enfermedades y la muerte, si los hombres y mujeres nunca envejecieran y vivieran sobre esta tierra para siempre, el tema de este capítulo no tendría ninguna importancia. Pero todos sabemos que las enfermedades, la muerte y el sepulcro son tristes realidades.

    Si esta vida fuera todo, si no hubiera un juicio, ni el cielo, ni el infierno, ni la eternidad, sería una pérdida de tiempo molestarse con preguntas como la de este capítulo. Pero usted tiene una conciencia. Sabe bien que viene el día más allá de la tumba cuando tendrá que rendir cuentas. Todavía hay un Día del Juicio por venir.

    El tema de este capítulo no es un asunto superficial. No es poca cosa ni carece de valor. Demanda l atención de cada persona sensata. Es la raíz misma de aquella cuestión de primordial importancia que es la salvación de nuestras almas. Estar "sin Cristo" es ser el más miserable de los hombres.

domingo, 20 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. La verdadera condición del hombre "sin Cristo"

    Ahora quiero considerar otro tema. ¿Cuál es la verdadera condición del hombre "sin Cristo"?

    Este es un aspecto de nuestro tema que demanda una atención muy especial. Estaré muy agradecido si logro explicarlo en toda su dimensión. Me es fácil imaginar a algún lector diciendo para sus adentros: "Supongamos que estoy sin Cristo, ¿qué mal hay en eso? Espero que Dios sea misericordioso. No soy peor que otros. Confío en que al final todo saldrá bien". Escúcheme y, con la ayuda de Dios, trataré de hacerle ver que vive tristemente engañado. "Sin Cristo" nada saldrá bien, sino todo desesperadamente mal.

    (a) En primer lugar, estar sin Cristo es estar sin Dios. Así se lo dijo directamente el apóstol a los efesios. Termina la famosa frase con la que comenzó: "Estabais sin Cristo", afirmando que estaban "sin Dios en el mundo". ¿Y a quién le puede sorprender esto? Al que tiene un concepto muy pobre de Dios, que no lo concibe como un Ser espiritual, glorioso y puro. Al que está tan ciego que no ve que la naturaleza humana es corrupta, pecaminosa y vil. Entonces, ¿cómo puede un gusano como el hombre acercarse a Dios con confianza? ¿Cómo puede levantar sus ojos a él con confianza y sin sentir temor? ¿Cómo puede hablarle, relacionarse con él? ¿Cómo puede tener expectativas de morar con él tranquilo y sin motivo para alarmarse? Es necesario que haya un Mediador entre Dios y el hombre y, únicamente uno, puede serlo. El único es Cristo.

    ¿Habla alguno de ustedes de la misericordia de Dios y el amor de Dios separada e independientemente de Cristo? Las Escrituras no registran un amor y una misericordia tal. Sepa cada uno que Dios, separadamente de Cristo, es un "fuego consumidor" (He. 12:29).

    Incuestionablemente es misericordioso, rico en misericordia, abundante en misericordia. Pero su misericordia está conectada, inseparablemente, con la mediación de su Hijo amado, Jesucristo. Tiene que fluir a través de él, el canal escogido, o no fluye para nada. Escrito está: "El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió". "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Jn. 5:23; 14:6). Estar "sin Cristo" es estar sin Dios.

    (b) En segundo lugar, estar sin Cristo es estar sin paz. Cada ser humano tiene una conciencia en su interior que tiene que ser satisfecha antes de poder ser realmente feliz. Mientras que esta conciencia está dormida o casi muerta, le va bastante bien. Pero en cuanto despierta la conciencia del hombre y comienza a pensar en sus pecados pasados, sus fracasos del presente y el juicio en el futuro, descubre inmediatamente que necesita algo que le dé tranquilidad interior. Pero, ¿qué es lo que puede dársela? Puede probar arrepentirse, orar, leer la Biblia, asistir a la iglesia, participar de las ordenanzas y mortificar la carne, pero será en vano. Nada de esto, jamás, ha quitado la carga de la conciencia de nadie. ¡No obstante, la paz es posible!

    Sólo una cosa puede dar paz a la conciencia y esta es la sangre de Jesucristo rociada sobre ella. Una comprensión clara de que la muerte de Cristo fue, de hecho, la paga de nuestra deuda con Dios y que se le adjudica el mérito de su muerte al hombre cuando cree, es el gran secreto de la paz interior. Satisface cada ansiedad de la conciencia. Contesta cada acusación. Calma todo temor. Escrito esta: "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz". "Él es nuestra paz". "Justificados, pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Jn. 16:33; Ef. 2:14; Ro. 5:1). Tenemos paz por medio de la sangre de su cruz: Paz como una mina profunda, paz como un arroyuelo con una corriente eterna. Pero "sin Cristo" no hay paz.

    (c) Además, estar sin Cristo es estar sin esperanza. Casi todos tienen esperanza de un tipo u otro. Raramente encontraremos a alguien que afirme contundentemente que no tiene ninguna esperanza para su alma. ¡Pero cuán pocos son los que pueden dar "razón de la esperanza que hay en ellos" (1 P. 3:15)! ¡Cuán pocos pueden explicarla, describirla y mostrar en qué se basa! ¡Cuánta de la esperanza de muchos no es más que un sentimiento incierto y vacío, que en la enfermedad y en la hora de la muerte prueba ser completamente inútil para consolar o para salvar!

sábado, 19 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 (c) Tengo una cosa más que decir. Uno está "sin Cristo" cuando no se ve la obra del Espíritu Santo en su vida. ¿Quién puede evitar ver, si observa en su derredor, que hay miríadas de cristianos profesantes que no saben nada de la conversión interior del corazón? Estos le dirán que creen en la religión cristiana, van al culto con alguna regularidad, creen que es correcto casarse y ser sepultado con todas las ceremonias de la iglesia y se ofenderían profundamente si alguien dudara de que sean cristianos. Pero, ¿dónde se puede ver el Espíritu Santo en sus vidas? ¿A qué dan su corazón y sus afectos? ¿Qué factores se destacan en sus gustos, sus hábitos y sus costumbres? ¡Ay, sólo puede haber una respuesta! No saben nada de la obra renovadora y santificadora del Espíritu Santo por experiencia. Siguen muertos para Dios. La condición de todos estos se resume en tres palabras: Están "sin Cristo".

    Sé también que hay pocos que lo admiten. La gran mayoría dirá que es extremista, una locura y exageración pedir tanto del cristiano y exigir que tenga que haber una conversión en cada uno. Dirán que es imposible lograr la norma elevada a la cual acabo de referirme, estando todavía en el mundo, y que se puede ir al cielo sin ser tan santo. A todo esto sólo respondo: ¿Qué dicen las Escrituras? ¿Qué dice el Señor? Escrito está: "El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios". "Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". "El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo". "Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él". (Jn. 3:3; Mt. 18:3; 1 Jn. 2:6; Ro. 8:9). Las Escrituras no se pueden quebrantar. Si algo significan las palabras bíblicas, entonces estar sin el Espíritu es estar "sin Cristo".

    Dejo con usted las tres proposiciones que acabo de presentar para que las analice reflexivamente y con espíritu de oración. Fíjese bien en la conclusión de cada una. Examine bien todos sus aspectos. Es absolutamente necesario tener parte con Cristo para salvación y el conocimiento, la fe y la gracia del Espíritu Santo. El que no los tiene está "sin Cristo".

    ¡Cuán tristemente ignorantes son muchos! No saben literalmente nada del cristianismo. Para ellos Cristo, el Espíritu Santo, la fe, la gracia, la conversión y santificación son sólo "palabras y nombres". No podrían explicar bajo ningún concepto lo que significan. ¿Puede tal ignorancia llevar a alguien al cielo? ¡Imposible! ¡No tener conocimiento, es estar "sin Cristo"!

    ¡Qué lastimosamente farisaicos son muchos! Hablan muy satisfechos de sí mismos acerca de haber "cumplido su deber", de ser "buenos con todo el mundo", de ser "fieles a su iglesia" y de "nunca haber hecho nada realmente malo" como otros y que, por lo tanto, ¡están seguros de que irán al cielo! No parece tener ningún lugar en sus creencias el sentido profundo de pecado y la fe sencilla en la sangre y el sacrificio de Cristo. Todo lo que dicen se trata de hacer y nunca de creer. ¿Y llevará a alguien al cielo este fariseísmo? ¡Nunca! ¡No tener fe, es estar "sin Cristo"!

    ¡Cuán tristemente impíos son muchos! Viven en un abandono habitual del Día del Señor, de la Biblia del Señor y de las ordenanzas del Señor. No les importa hacer las cosas que Dios ha prohibido terminantemente. Viven siempre contrariando los mandamientos de Dios. Entonces, ¿puede semejante impiedad terminar en salvación? ¡Imposible! ¡No tener al Espíritu Santo es estar "sin Cristo"!

    Sé muy bien que, a primera vista, estas afirmaciones parecen duras, fuertes, ásperas y severas. Pero, al final de cuentas, ¿acaso no constituyen la verdad de Dios que nos ha sido revelada en las Escrituras? De ser así, ¿no hemos de darlas a conocer? Si algo sé de mi propio corazón, es que anhelo por sobre todas las cosas, magnificar las riquezas del amor de Dios por los pecadores. Ansío contarle a toda la humanidad acerca de la abundancia de misericordia y benevolencia en el corazón de Dios para todo aquel que las busque. ¡Pero no encuentro en ninguna parte, que diga que la persona ignorante, incrédula y no convertida tendrá parte con Cristo! Si me equivoco, agradeceré a cualquiera que pueda mostrarme un camino más excelente. Pero hasta que alguien lo haga, mantendré firmemente las posiciones que ya he presentado. No me atrevería a apartarme de ellas, no suceda que sea hallado culpable de manejar engañosamente la Palabra de Dios. No me atrevería a quedarme en silencio en cuanto a ellas, no sea que alguno se perdiera por mi culpa. ¡La persona sin conocimiento, sin fe y sin el Espíritu Santo es una persona "sin Cristo"!

viernes, 18 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

16. "Sin Cristo"

"Estabais sin Cristo". Efesios 2:12

    El texto que encabeza este capítulo describe la condición de los efesios antes de llegar a ser cristianos. Pero eso no es todo. Describe el estado de cada hombre y mujer en el mundo que no se ha convertido a Dios. ¡No puedo imaginarme una condición peor! Ya es bastante malo no tener dinero, ni salud, ni casa, ni amigos. Pero es mucho peor estar "sin Cristo".

    Examinemos el texto y veamos qué contiene. Quién sabe si puede ser un mensaje de Dios para algún lector de este libro.

I. Cuando un hombre está "sin Cristo".

    Consideremos, en primer lugar, cuándo se puede afirmar que el hombre está "sin Cristo". Yo no inventé la expresión "sin Cristo". Yo no acuñé las palabras, sino que fueron escritas bajo la inspiración del Espíritu Santo. San Pablo las usó cuando les estaba recordando a los cristianos de Éfeso cómo había sido su condición anterior, antes de que oyeran el evangelio y creyeran. Ignorantes y en tinieblas, habían estado inmersos en idolatría y paganismo, y eran adoradores de la diosa falsa Diana. Pero no menciona nada de esto. Parece pensar que esto describiría sólo parte de su condición. Entonces, traza un cuadro cuya primera característica es la expresión: "En aquel tiempo estabais sin Cristo"(Ef. 2:12). Ahora bien, ¿qué quiere decir esta expresión?

(a) Uno está "sin Cristo" cuando no tiene ningún conocimiento intelectual de él. Son millones los que se encuentran en esta condición. No saben quién es Cristo, ni lo que hizo, ni lo que enseñó, ni por qué fue crucificado, no saben dónde está ahora ni lo que él es para la humanidad. En suma, no saben nada de él. Los paganos, por supuesto, que nunca han escuchado el evangelio, son los primeros que caben dentro de esta descripción. Pero, lamentablemente, no son los únicos.

    Hay miles de personas en nuestro país, hoy mismo, que no tienen ideas más claras sobre Cristo que los propios paganos. Pregúnteles qué saben acerca de Cristo y se sorprenderá de ver las tinieblas que ciegan sus mentes. Visítelos en su lecho de muerte y verá que no saben más de Cristo que de Mahoma. Hay miles así en el campo y miles en las ciudades. Ya sea en la ciudad o en el campo, todas esas personas tienen en común que están "sin Cristo".

    Sé que algunos teólogos modernos no comparten mi opinión. Nos dicen que toda la humanidad tiene parte con Cristo, lo conozcan o no. ¡Afirman que todos los hombres y mujeres, por más ignorantes que sean en vida, serán llevados al cielo por la misericordia de Cristo cuando mueran! Creo firmemente que tales creencias no coinciden con la Palabra de Dios. Escrito está: "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Jn. 17:3). Una característica de los impíos, de quienes se vengará en el día final, es que "no conocieron a Dios" (2 Ts. 1:8). Un Cristo desconocido no es un Salvador. ¿Cuál será la condición de los paganos después de la muerte? ¿Cómo serán juzgados los que nunca han oído el evangelio? ¿De qué manera se conducirá Dios con los ignorantes e iletrados? Todas estas preguntas no son de nuestra incumbencia. Podemos estar seguros de lo que dice la Palabra: "El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?" (Gn. 18:25). Pero no contradigamos lo que dice la Biblia. Si las palabras de la Biblia algo significan, no saber de Cristo es estar "sin Cristo".

    (b) Pero esto no es todo. Uno está "sin Cristo" cuando su corazón no confía en él como su Salvador. Es posible saber intelectualmente todo acerca de Cristo y, aun así, no confiar en él. Hay multitudes que se saben de memoria todos los artículos del Credo y pueden recitar sin vacilar que "nació de la virgen María, sufrió bajo Poncio Pilatos, fue crucificado, murió y fue sepultado". Lo aprendieron en la escuela. Lo tienen grabado en su memoria. Pero no aprovechan su conocimiento. Confían en algo que no es "Cristo". Esperan ir al cielo porque son de buena moralidad, excelente conducta, porque dicen sus oraciones y asisten a la iglesia, porque han sido bautizados y participan de la Cena del Señor. Pero no saben nada de una fe viva en la misericordia de Dios a través de Cristo, no tienen una confianza real e inteligente en la sangre, justicia e intercesión de Cristo. Acerca de tales personas puedo decir una cosa: Están "sin Cristo".

    Sé que muchos no quieren reconocer la verdad de lo que acabo de expresar. Hay quienes dicen que todos los bautizados son miembros de Cristo en virtud de su bautismo. Otros dicen que donde hay conocimiento intelectual, no tenemos derecho a cuestionar la relación con Cristo. Tengo sólo una respuesta para estas maneras de pensar. La Biblia nos prohíbe afirmar que alguien esté unido a Cristo mientras no cree. El bautismo no es prueba de que estemos unidos a Cristo. Simón el Mago fue bautizado y, no obstante, le fue dicho claramente: "No tienes tú parte ni suerte en este asunto" (Hch. 8:21). Conocer a Cristo intelectualmente no es prueba de que estamos unidos a él. Los demonios conocían bien a Cristo, pero no tenían parte con él. Dios sabe desde toda la eternidad quiénes son de él. Pero el hombre no sabe nada de la justificación de nadie hasta que cree. La pregunta que importa es: "¿Cree usted?" Escrito está: "El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él". "El que no creyere, será condenado" (Jn. 3:26; Mr. 16:16). Si algo significan las palabras bíblicas, entonces, no tener fe es estar "sin Cristo".

jueves, 17 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(b) En segundo lugar, si no ama a Cristo, le diré directamente cuál es la razón. Usted no tiene conciencia de que le debe algo a él. No siente ninguna obligación hacia él. No recuerda haber recibido nada de él. Si este es el caso, es lógico que no lo ama.

    Existe un solo remedio para su condición. Ese remedio es conocerse a sí mismo y la enseñanza del Espíritu Santo. Los ojos de su entendimiento tienen que abrirse. Tiene que analizar quién es por naturaleza. Tiene que descubrir ese gran secreto, su culpabilidad y vaciedad a la vista de Dios.

    Quizá usted nunca lee su Biblia u, ocasionalmente, lee algún capítulo simplemente como un formulismo, sin interés, sin comprender y sin hacer una aplicación práctica a su vida. Siga hoy mi consejo y cambie su manera de ser. Comience a leer la Biblia reflexivamente y no descanse hasta familiarizarse con ella. Lea lo que la ley de Dios requiere, tal como lo explica el Señor Jesús en el capítulo cinco de Mateo. Lea cómo Pablo describe a la naturaleza humana en los dos primeros capítulos de su Epístola a los Romanos. Estudie pasajes como estos con espíritu de oración para recibir la enseñanza del Espíritu y luego diga si es un deudor a Dios o no. Pregúntese si es un gran deudor que necesita un Amigo como Cristo.

    Quizá nunca ha sabido usted nada de la oración real y profunda. Está acostumbrado a tratar el cristianismo como asunto de las iglesias, congregaciones, prácticas, cultos y domingos, pero no como algo que requiere la atención seria y sentida del hombre interior. Siga hoy mi consejo y cambie su manera de pensar. Comience el hábito de rogar a Dios por su alma con sinceridad y de todo corazón. Pídale que le dé luz, enseñanza y autoconocimiento. Suplíquele que le muestre lo que necesita saber para la salvación de su alma. Haga esto con todo su corazón y su alma, y no dudo que pronto sentirá que necesita a Cristo.

    El consejo que le doy puede parecer simple y trillado. No lo rechace por esa razón. Es el sendero antiguo que millones han transitado ya y, felizmente, han encontrado paz para sus almas. No amar a Cristo es estar en peligro inminente de ruina eterna. Ver que necesita a Cristo y la asombrosa deuda que tiene con él es el primer paso para amarlo. Conocerse a sí mismo y comprender su verdadera condición ante Dios es la única manera de ver su necesidad. Escudriñar el Libro de Dios y pedirle luz en oración es el rumbo correcto para obtener un conocimiento salvador. No se crea demasiado superior, negándose a seguir el consejo que le doy. Sígalo y sea salvo.

    (c) En último lugar, si quiere aprender algo acerca de amar a Cristo, acepte dos palabras de consolación y consejo. Quiera Dios que le hagan bien.

    Para empezar, si ama a Cristo, de hecho y en verdad, regocíjese pensando que tiene una buena evidencia con respecto al estado de su alma. El amor es una evidencia de la gracia. ¿Qué, si alguna vez siente dudas? ¿Qué, si le resulta difícil decir si su fe es genuina y su gracia auténtica? ¿Qué, si su vista está tan borrosa por las lágrimas que no puede distinguir claramente su llamado y elección de Dios? Aun así, hay razón para tener esperanza y fuerte consolación si su corazón puede testificar que ama a Cristo. Donde hay verdadero amor, hay fe y gracia. No lo amaría usted si él no hubiera hecho algo por usted. Su amor es una muestra positiva.

    En segundo lugar, si ama a Cristo no se avergüence de que los demás lo vean y lo sepan. Hable en nombre de él. Testifique de él. Viva para él. Trabaje para él. Si Él lo ha amado y limpiado de los pecados con su propia sangre, no se mantenga callado acerca de lo que siente, y devuelva su amor. "Dígame", le dijo un inglés insensato e incrédulo a un indio norteamericano convertido: "Dígame, ¿por qué le da tanta importancia a Cristo y por qué habla tanto de él? ¿Qué ha hecho este Cristo por usted para que lo alabe tanto?" El indio no le respondió con palabras. Juntó hojas y musgos secos y formó un círculo con ellos. Luego tomó un gusano y lo puso en el centro del círculo. Encendió un fósforo y prendió fuego a las hojas y el musgo. Pronto las llamas corrieron por todo el círculo y el gusano empezó a encogerse y retorcerse de dolor y, después de tratar en vano de encontrar una salida, se hizo un ovillo en el centro, como en agonía. En ese momento, el indio extendió la mano, levantó suavemente al gusano y lo puso en su regazo. "¿Ve este gusano?", le preguntó al inglés y siguió diciendo: "Yo era esa criatura a punto de perecer. Me estaba muriendo en mis pecados, sin esperanza, indefenso y al borde de un fuego eterno. Jesucristo fue quien extendió su brazo poderoso. Jesucristo fue quien me liberó con la mano de su gracia e impidió que ardiera en un fuego eterno. Jesucristo fue quien me guardó a mí, un pobre gusano pecador, cerca del corazón de su amor. Así que, señor, esa es la razón que tengo para hablar de Jesucristo y alabarle tanto. No me avergüenzo de él porque lo amo".

    Si hemos de saber algo del amor de Cristo, ¡sepamos lo que sabía este indio! ¡Dios quiera que nunca pensemos que amamos a Cristo demasiado, que vivimos para él demasiado, que lo confesamos con demasiada valentía ni que nos entregamos a él con demasiada consagración! De todas las cosas que nos sorprenderán en el día de la resurrección, creo que lo que más nos sorprenderá es que no amamos más a Cristo antes de morir.

miércoles, 16 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

    Quizá ha tenido un hijo querido en el ejército en tiempo de guerra. Quizá le tocó pelear en esa guerra y estar en el fragor de las batallas. ¿Recuerda cuán fuertes y llenos de ansiedad fueron sus sentimientos hacia ese hijo? ¡Eso era amor!

    Quizá sabe lo que es tener a un esposo amado en la marina que, a menudo, tiene que ausentarse por muchos meses y, aun años. ¿Recuerda con qué intensidad lo extrañaba durante ese tiempo de separación? ¡Eso era amor!

    Quizá tenga en este momento a un hermano querido en Londres, por primera vez en medio de las tentaciones de la gran ciudad, con el fin de abrirse camino en el mundo de los negocios. ¿Cómo resultará? ¿Qué tal le irá? ¿Volverá a verlo alguna vez? ¿Ve con cuánta frecuencia piensa en su hermano? ¡Eso es afecto!

    Quizá está usted comprometido con una persona con quien congenia. Pero por prudencia aplaza el matrimonio por tiempo indefinido y su trabajo lo lleva lejos de su prometida. ¿No es cierto que ella está siempre en sus pensamientos? ¿No es cierto que le hace feliz saber de ella, recibir sus noticias y que anhela verla? ¡Eso es afecto!

    Hablo de cosas que le son familiares a todos. No tengo que seguir hablando de ellas. Son cosas que todos conocen. En todo el mundo las entienden. No hay ninguna rama de l familia de Adán que no sepa algo del afecto y del amor entre las personas. Entonces, nunca se diga que no podemos saber si un cristiano ama realmente a Cristo. Se puede saber, se puede descubrir, las directrices ya están en sus manos. Las acaba de leer. Amar al Señor Jesucristo no es algo escondido, secreto e impalpable. Es como el sonido, se oye. Es como el calor, se siente. Donde hay amor, el amor no puede ser escondido. Donde no se puede ver, dé por seguro que no existe.

    Ha llegado el momento de ir terminando este capítulo. Pero no puedo hacerlo sin antes hacer un esfuerzo por grabar en su conciencia el tema que estamos enfocando. Lo hago con amor y afecto. Mi anhelo y oración a Dios, al escribir esto, es hacerle un bien a su alma.

    (a) Para empezar, le pido una cosa: Que reflexione en la pregunta que Cristo le hizo a Pedro y trate de contestarla pensando que va dirigida a usted. Léala y recapacite. Examínela con cuidado. Contéstela con veracidad. Después de haber leído todo lo que he escrito sobre ella,

    Responderme que cree las verdades del cristianismo y las doctrinas de la fe cristiana, no es una respuesta aceptable. Semejante fe nunca salvará su alma. En cierto modo, los demonios creen y tiemblan (Stg. 2:19). El cristianismo auténtico y salvador no se trata de creer cierto conjunto de opiniones, ni de profesar una serie de nociones. Su esencia es conocer, confiar y amar a cierta Persona viviente que murió por nosotros: Amar a Cristo el Señor. Los cristianos primitivos como Febe, Pérsida, Trifosa, Gayo y Filemón, poco o nada sabían de teología dogmática. Pero todos compartían esta característica primordial: Amaban a Cristo.

    No es una respuesta aceptable decirme que usted no aprueba una religión basada en sentimientos. Si quiere dar a entender que no le gusta la religión basada exclusivamente en los sentimientos, coincido totalmente con usted. Pero si se está refiriendo a una que descarta todo sentimiento, poco sabe del cristianismo.

    La Biblia nos enseña claramente que alguien puede tener buenos sentimientos, sin tener nada de cristiano. De igual modo, nos enseña que nadie puede ser un verdadero cristiano, si no siente algo por Cristo.

    Es en vano tratar de ocultar que si no ama a Cristo, su alma corre mucho peligro. La suya no es una fe salvadora mientras vive. No es usted apto para el cielo si muere. Aquel que vive sin amar a Cristo no puede ser sensible a ninguna obligación hacia él. El que muerte sin amar a Cristo nunca podría ser feliz en ese cielo donde Cristo es todo en todo. Despierte ahora y comprenda el peligro de su posición. Abra los ojos. Considere sus caminos y sea sabio. Puedo advertirle sólo como un amigo. Pero lo hago de todo corazón y con toda mi alma. ¡Quiera Dios que esta advertencia no sea en vano!

lunes, 14 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

II. Cómo se revela el amor a Cristo

    En segundo lugar, quiero mostrar las características singulares por las que el amor a Cristo se da a conocer.

    El tema es de gran importancia. Si no hay salvación sin amor a Cristo y si el que no ama a Cristo está en peligro de la condenación eterna, nos conviene analizar lo que sabemos de esto. Cristo está en el cielo y nosotros en la tierra. ¿Cómo podemos reconocer a la persona que nos ama y amamos?

    Felizmente es algo fácil de determinar. ¿Cómo sabemos si amamos a alguien aquí en la tierra? ¿De qué manera se demuestra el amor entre la gente en este mundo: Entre esposo y esposa, entre padre e hijo, entre hermano y hermana, entre un amigo y otro? Estas preguntas son fáciles de contestar con sentido común y observación. Al contestar sinceramente estas preguntas, el nudo que tenemos delante se desata. ¿Cómo demostramos afecto entre nosotros?

    (a) Si amamos a una persona nos gusta pensar en ella. No necesitamos que alguien nos la recuerde. No olvidamos su nombre, su aspecto, su carácter, sus opiniones, sus gustos, su posición ni su ocupación. Nos viene a la mente varias veces al día. Aunque quizá esté lejos, a menudo está presente en nuestros pensamientos. Pues bien, ¡sucede lo mismo con el cristiano auténtico y Cristo! Cristo "habita en su corazón" y, por esto, piensa en él cada día (Ef. 3:17). No es necesario recordarle al cristiano auténtico que tiene un Señor que fue crucificado. Piensa en él con frecuencia. Nunca olvida que Jesús tiene un día, una causa y un pueblo, y que él forma parte de su pueblo. El afecto es el verdadero secreto de una buena memoria en nuestro vivir cristiano. El hombre mundano no puede pensar mucho en Cristo, a menos que alguien se lo haga notar, porque no siente ningún afecto por él. El cristiano auténtico piensa en Cristo cada día de su vida sencillamente porque lo ama.

    (b) Si amamos a una persona nos gusta oír que nos hablen de ella. Nos da alegría escuchar a los que hablan de ella. Tenemos interés en lo que otros comentan de ella. Somos todo oídos cuando otros describen su manera de ser, lo que dice, lo que hace y lo que planea. Algunos pueden oírlo mencionar con total indiferencia, pero nuestro propio corazón salta dentro de nosotros con el simple sonido de su nombre. Pues bien, ¡sucede lo mismo entre el cristiano auténtico y Cristo! Al cristiano auténtico le encanta oír acerca de su Señor. Sus sermones favoritos son los que están llenos de Cristo. Disfruta de la compañía de la gente que conversa de las cosas de Cristo. He leído de una anciana galesa creyente que caminaba varias millas todos los domingos para escuchar la predicación de un pastor británico, aunque no entendía una palabra de inglés. Cuando le preguntaron por qué lo hacía, respondió que este pastor decía el nombre de Cristo con tanta frecuencia en sus sermones que a ella le hacían bien. Incluso, amaba el nombre de su Salvador.

    (c) Si amamos a una persona nos gusta leer acerca de ella. ¡Qué placer le da a una mujer una carta de su esposo ausente o a una madre la de un hijo que está lejos! Otros pueden verle muy poco valor a la carta. Ni siquiera les interesa leerla. Pero los que aman al escritor ven algo en la carta que nadie más puede ver. La llevan consigo como un tesoro. La leen una y otra vez. Pues bien, ¡sucede lo mismo entre el cristiano auténtico y Cristo! Al cristiano auténtico le encanta leer las Escrituras porque le relatan acerca de su amado Salvador. No le resulta tedioso, leerlas. Rara vez hay que recordarle que lleve la Biblia cuando va de viaje. No puede ser feliz sin ella. ¿Y por qué es todo esto así? Es porque las Escrituras testifican de aquel que ama su alma: Cristo.

    (d) Si amamos a una persona, nos gusta complacerle. Nos gusta consultar sus gustos y opiniones, seguir sus consejos y hacer las cosas que ella aprueba. Hasta nos privamos de nuestros propios gustos para complacer sus deseos, nos abstenemos de cosas que sabemos que a ella le disgustan y aprendemos a hacer cosas que nos son difíciles porque pensamos que le van a gustar. Pues bien, ¡sucede lo mismo entre el cristiano auténtico y Cristo! El cristiano auténtico estudia para complacerle, siendo santo en el cuerpo y en el espíritu. Muéstrele algo en su comportamiento diario que Cristo aborrece y renunciará a ello. Muéstrele algo que lo deleita y buscará la manera de hacerlo. No comenta que los requisitos de Cristo sean demasiado estrictos y severos, como lo hacen los hijos del mundo. Para él, los mandatos de Cristo no son gravosos y la carga de Cristo es liviana. ¿Y por qué es todo esto así? Sencillamente porque lo ama.

    (e) Si amamos a una persona, nos gustan sus amigos. Nos gustan, aun antes de conocerlos. Nos atraen porque compartimos el amor por la misma persona. Cuando los conocemos no nos resultan totalmente extraños. Hay algo que nos une. Ellos aman a la persona que nosotros amamos y eso es suficiente recomendación. Pues bien, ¡sucede lo mismo entre el cristiano auténtico y Cristo! El cristiano auténtico considera a todos los amigos de Cristo como sus propios amigos, miembros del mismo cuerpo, hijos de la misma familia, soldados del mismo ejército, viajeros a la misma patria celestial. Cuando los ve por primera vez, es como si siempre los hubiera conocido. Está más a gusto con ellos durante unos minutos que lo que está con mucha gente mundana, después de conocerla durante varios años. ¿Y cuál es el secreto de todo esto? Es, sencillamente, el afecto que sienten por el mismo Salvador y el amor que tienen por el mismo Señor.

    (f) Si amamos a una persona, somos celosos de su nombre y honra. No nos gusta oír que digan algo en su contra sin abrir la boca para defenderla. Nos sentimos comprometidos a defender sus intereses y su reputación. Reaccionamos al que la trata mal, casi con el mismo disgusto como si nos hubiera tratado mal a nosotros. ¡Lo mismos sucede entre el cristiano auténtico y Cristo! El verdadero cristiano reacciona con un celo santo a todos los esfuerzos de los demás por menospreciar la palabra de su Señor, su nombre, su Iglesia o su día. Lo confesaría delante de príncipes, si fuera necesario, y es sensible a la más pequeña deshonra dirigida a él. No se queda callado ni soporta que se denigre la causa de su Señor sin levantar la voz para testificar a su favor. ¿Y por qué es todo esto así? Sencillamente porque lo ama.

    (g) Si amamos a una persona, nos gusta hablar con ella. Le confiamos todos nuestros pensamientos y le abrimos nuestro corazón. No nos cuesta trabajo encontrar temas de conversación. Por más reservados que seamos con los demás, nos resulta fácil hablar con un amigo que queremos mucho. No importa la frecuencia con que nos encontremos, nunca nos falta tema para hablar. Siempre tenemos mucho que decir, mucho que preguntar, mucho que describir y mucho que comunicar. Pues bien, ¡lo mismo sucede entre el cristiano auténtico y Cristo! Al cristiano auténtico no le resulta nada difícil hablarle a su Salvador. Todos los días tiene algo para contarle y no está contento, a menos que lo haga. Habla con él en oración cada mañana y cada noche. Le cuenta sus necesidades y sus deseos, sus sentimientos y sus temores. Le pide consejo en las dificultades. Le pide consuelo cuando tiene aflicciones. No puede evitarlo. Tiene que conversar con su Salvador continuamente, de otra manera, desmayaría en el camino. ¿Y por qué es esto? Sencillamente porque lo ama.

    (h) Por último, si amamos a una persona, nos gusta estar siempre con ella. Pensar en ella, escucharle, leer lo que nos escribe y conversar con ella es todo muy bueno. Pero cuando realmente amamos a alguien queremos algo más. Ansiamos estar siempre en su compañía. Deseamos estar continuamente con ella sin tener nunca que decirle adiós. Pues bien, ¡lo mismo sucede entre el cristiano auténtico y Cristo! El corazón del cristiano auténtico anhela aquel día cuando verá a su Señor cara a cara y para siempre. Anhela comenzar aquella vida sin fin cuando conocerá como es conocido y nunca más tendrá que ver con el pecado y el arrepentimiento. Le es dulce vivir por fe y siente que será más dulce, aun, vivir por vista. Le es placentero oír acerca de Cristo, hablar de Cristo y leer de Cristo. ¡Cuánto más placentero será ver a Cristo con sus propios ojos y nunca dejar de verlo! Siente que "más vale vista de ojos que deseo que pasa" (Ec. 6:9). ¿Y por qué es todo esto? Sencillamente porque lo ama.

    Tales son las características por las que podemos descubrir el verdadero amor. Todas son claras, sencillas y fáciles de comprender. No hay en ellas nada oscuro, nada complejo ni misterioso. Úselas con sinceridad, manéjelas apropiadamente y podrá comprender bien el tema de este capítulo.

jueves, 10 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)


    (c) El amor a Cristo es una enseñanza que debemos enfatizar de manera especial cuando enseñamos el evangelio a los niños. La elección, la justicia imputada, el pecado original y, aun la fe misma son temas que a veces, confunden al niño pequeño. En cambio, amar a Jesús parece ser algo que pueden comprender. Los amó hasta la muerte y ellos debieran devolver su amor; es una enseñanza que sus mentes pueden captar. ¡Cuán cierto es que "de la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza"! (Mt. 21:16). Hay una infinidad de cristianos que saben todos los artículos del Credo Apostólico, el Credo de Atanasio y el Credo Niceno, pero no obstante, saben menos del verdadero cristianismo que un pequeñito, que sólo sabe que ama a Cristo.

    (d) El amor a Cristo es el común denominador de los creyentes en cada rama de la Iglesia de Cristo en el mundo. Ya sea episcopal o presbiteriano, bautista o independiente, calvinista o arminiano, metodista o moravo, luterano o reformado, establecido o libre, todos coinciden en esto. Con frecuencia, tienen amplias diferencias en cuanto a procedimientos y ceremonias, gobierno eclesiástico y modalidades del culto. Pero al menos, están unidos en un punto. Todos comparten el sentimiento hacia Aquel sobre quien edifican su esperanza de salvación: "La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable" (Ef. 6:24). Es posible que muchos de ellos no sepan nada de su teología sistemática, y débilmente podrían defender su credo. Pero todos saben lo que sienten hacia Aquel que murió por sus pecados. "No puedo hablar mucho por Cristo, señor", dijo una anciana cristiana iletrada al Dr. Chalmers, "¡pero aunque no sé cómo hablar por él, puedo morir por él!"

    (e) El amor a Cristo será la característica que distinguirá a todas las almas salvas en el cielo. La multitud imposible de contar será de un sentir. Todas las diferencias se fundirán en un solo sentir. Todas las peculiaridades doctrinales discutidas fieramente en la tierra, serán cubiertas por el sentimiento de ser deudores de Cristo. Lutero y Zwinglio ya no discutirán. Wesley y Toplady ya no perderán el tiempo en controversias. Conservadores y Disidentes ya no se morderán y devorarán los unos a los otros. Todos con un mismo sentir y a una voz se unirán en cantar este himno de alabanza: "Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos" (Ap. 1:5,6).

    Las palabras que John Bunyan pone en boca del Sr. Firme son ciertas.

    Dijo: "Este río ha sido un terror para muchos; sí, y pensar en él con frecuencia también me ha causado temor. Pero ahora creo que estoy firme; mis pies están seguros sobre lo que pisaron los pies de los sacerdotes que llevaron el Arca del pacto mientras Israel cruzaba este Jordán. Las aguas, ciertamente, son amargas para el paladar y frías para el estómago; sin embargo, pensar en hacia dónde voy y lo que me espera al otro lado, está como un carbón resplandeciente en mi corazón.
    Ahora me veo al final de mi viaje y mis días trabajosos han terminado. Voy a ver esa cabeza que estuvo coronada de espinas y ese rostro que recibió escupitajos por mí.
    Antes vivía de oídas y por fe, pero ahora voy donde viviré por vista y estaré con Aquel en cuya compañía me deleito.
    He amado el oír hablar de mi Señor y dondequiera que he visto la huella de su calzado en la tierra, allí he deseado poner también mi pie.
    Su nombre ha sido para mí como un almizcle; sí, más dulce que todos los perfumes. Su voz ha sido para mí lo más dulce y su aspecto he deseado más que quienes han deseado más la luz del sol".

    ¡Felices son los que saben algo de esto por experiencia! El que quiere estar preparado para el cielo tiene que conocer algo del amor de Cristo. El que muere sin haber sentido ese amor, mejor habría sido que no hubiera nacido.

martes, 8 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

 Vea una vez más lo que nuestro Señor Jesucristo le preguntó al apóstol Pedro, después de haber resucitado: "Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?" (Jn. 21:15-17). La ocasión es digna de notar. Quiso recordar gentilmente a su discípulo infiel sus tres caídas consecutivas. Quería que confesara nuevamente su fe antes de restaurarlo y volver a comisionarlo públicamente para que alimentara a su Iglesia. ¿Y cuál fue la pregunta que le hizo? Podría haber preguntado: "¿Crees? ¿Eres convertido? ¿Estás listo para confesarme? ¿Me obedecerás?" No usó ninguna de estas expresiones. Preguntó sencillamente: "¿Me amas?" Este es el quid de la cuestión. Su deseo es que sepamos en qué se basa la fe cristiana. Es tan claro y fácil de entender, aun por el menos letrado, y a la vez, contiene una realidad que pone a prueba hasta al apóstol más erudito. Si alguien ama realmente a Cristo, todo está bien, si no lo ama, todo está mal.

    ¿Desea conocer el secreto de este sentimiento singular hacia Cristo que distingue al cristiano auténtico? Lo tenemos en estas palabras de Juan: "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero" (1 Jn. 4:19). Ese texto se aplica a Dios el Padre, en especial. Pero no es menos cierto de Dios el Hijo.

    El cristiano auténtico ama a Cristo por todo lo que ha hecho por él. Sufrió por él y murió por él en la cruz. Con su sangre lo ha redimido de la culpa, el poder y las consecuencias del pecado. Lo ha llamado por medio de su Espíritu a conocerse a sí mismo, al arrepentimiento, a la fe, esperanza y santidad. Le ha perdonado y borrado sus muchos pecados. Lo ha librado de la esclavitud del pecado, la carne y el diablo. Lo ha rescatado del borde del infierno, lo ha puesto en el camino angosto y rumbo al cielo. Le ha dado luz donde había oscuridad, paz a su conciencia donde había intranquilidad, esperanza donde había incertidumbre y vida donde había muerte. ¿Puede asombrarnos que el cristiano auténtico ame a Cristo?

    Y lo ama además, por todo lo que sigue haciendo. Siente que todos los días le está limpiando sus muchas faltas y flaquezas, y defendiendo la causa de su alma ante Dios. Satisface todos los días las necesidades de su alma y le brinda una provisión constante de misericordia y gracia. Día tras día lo va conduciendo por medio de su Espíritu hacia la ciudad que será su morada, cargándolo cuando es débil e ignorante, levantándole cuando tropieza y cae, protegiéndolo contra sus muchos enemigos y preparándole un hogar eterno en el cielo. ¿Puede asombrarnos que el cristiano auténtico ame a Cristo?

    ¿Acaso no ama el deudor encarcelado al amigo que, sorpresivamente y sin merecerlo, paga todas sus deudas, le da nuevo capital y lo hace su socio? ¿Y no ama el prisionero de guerra al hombre que arriesga su propia vida y, entrando en las líneas enemigas, lo rescata y lo pone en libertad? ¿No ama el marinero que se está ahogando al hombre que se tira al mar, se zambulle para tomarlo del cabello y con un esfuerzo casi sobrehumano lo salva de morir ahogado? Hasta un niño puede contestar preguntas como estas. De la misma manera y por las mismas premisas, el cristiano auténtico ama a Jesucristo.

    (a) Este amor a Cristo es el compañero inseparable de la fe salvadora. Es posible tener fe como la de los demonios, una fe sólo intelectual. El amor no puede usurpar el lugar de la fe. No puede justificar. No une el alma a Cristo. No puede dar paz a la conciencia. Pero donde hay una fe real en Cristo que justifica, siempre hay amor a Cristo. La persona que realmente ama es la persona que ha sido perdonada (Lc. 7:47). Si uno no ama a Cristo, puede estar seguro de que tampoco tiene fe.

    (b) Amar a Cristo es el móvil de la obra para Cristo. Poco se hace por su causa en el mundo por obligación o por saber lo que es correcto y adecuado. El corazón tiene que interesarse antes de que las manos comiencen a moverse y lo sigan haciendo. El entusiasmo puede causar un movimiento frenético y espasmódico de las manos. Pero sin amor, no habrá un seguimiento continuo y paciente de su obra misionera aquí y por todo el mundo. La enfermera en el hospital puede cumplir bien sus obligaciones, le puede dar al enfermo sus medicamentos a la hora que tiene que hacerlo, darle de comer y atender todas sus necesidades. Pero hay una gran diferencia entre esa enfermera  la esposa cuidando a su amado esposo que está enfermo o una madre cuidando a su hijo en su lecho de muerte. La primera actúa porque ese es su deber, la otra hace lo que hace por lo que siente en su corazón. Lo mismo sucede en el servicio de Cristo. Los grandes obreros de la iglesia, los hombres que han dirigido empresas arriesgadas entrando a nuevos campos de labor y los han revolucionado con el evangelio, han sido hombres que amaban a Cristo.

    Examinemos el carácter de Owen y Baxter, de Rutherford y George Herbert, de Leighton y Hervey, de Whitefield  Wesley, de Henry Martyn y Judson, de Bickersteth y Simeon, de Hewitson y M'Cheyne, de Stowell y M'Neile. Estos hombres han dejado una huella sobre el mundo. ¿Y cuál es la característica que tenían en común? Todos amaban a Cristo. No sólo tenían un credo. Amaban a una persona, amaban al Señor Jesucristo.

domingo, 6 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

15. "¿Me amas?"

"¿Me amas?" Juan 21:16

    Cristo dirigió al apóstol Pedro la pregunta que encabeza este capítulo. No existe una más importante. Han pasado más de diecinueve siglos desde que Jesús dijo estas palabras. Pero hasta la fecha la pregunta sigue siendo muy inquietante y provechosa.

    La disposición de amar a alguien es uno de los sentimientos más comunes que Dios ha implantado en la naturaleza humana. Lamentablemente y con demasiada frecuencia, la gente consagra su amor a objetos que no lo merecen. Quiero ahora reclamar un lugar para él, el único que es digno de todos los mejores sentimientos de nuestro corazón. Quiero que todos le den parte de su amor a la Persona Divina que nos amó y se dio por nosotros. Entre todo lo que aman, les pido que no se olviden de amar a Cristo.

    Quiero que cada uno de mis lectores enfoque su atención en este tema tan portentoso. Este no es un tema sólo para los exaltados y fanáticos. Merece la consideración de cada creyente que cree la Biblia. Nuestra salvación misma depende de ello. La vida o la muerte, el cielo o el infierno dependen de nuestra aptitud de contestar una sencilla pregunta: "¿Ama usted a Cristo?"

    Quiero destacar dos puntos al iniciar este tema.

I. El cristiano auténtico ama a Cristo

    En primer lugar, quiero mostrarle el sentimiento singular hacia Cristo del cristiano auténtico: Lo ama.

    Cristiano auténtico no es simplemente una mujer o un hombre bautizado. Es más. No es la persona que asiste, por costumbre, a la iglesia los domingos y vive el resto de la semana como si Dios no existiera. Costumbre no es cristianismo, adoración solamente de labios no es cristianismo. Las Escrituras lo afirman expresamente: "No todos los que descienden de Israel son israelitas" (Ro. 9:6). La lección práctica de esas palabras es clara y sencilla. No todo el que es miembro de la iglesia visible de Cristo es, necesariamente, un cristiano auténtico.

    Cristiano auténtico es aquel cuya fe en Cristo es de corazón y es su vida. La siente en su corazón. Es vista por los demás en su conducta y su vida. Siente que es pecaminoso, culpable e indigno. Y se arrepiente. Considera a Jesucristo un Salvador divino que su alma necesita y se entrega a él. Se despoja del viejo hombre con sus hábitos corruptos y carnales y se viste del nuevo hombre. Vive una vida nueva y santa, luchando habitualmente contra el mundo, la carne y el diablo. Cristo mismo es la piedra angular de su fe en Cristo. Pregúntele en qué confía para perdón de sus muchos pecados y le dirá que en la muerte de Cristo. Pregúntele en qué justicia espera ser declarado inocente el Día del Juicio y le dirá que en la justicia de Cristo. Pregúntele siguiendo qué ejemplo trata de vivir su vida y le dirá que siguiendo el ejemplo de Cristo.

    Además de todo esto, hay una característica más que es singular del cristiano auténtico. Esa característica es que ama a Cristo. Conocimiento, fe, esperanza, reverencia y obediencia son todas características que distinguen al cristiano auténtico. Pero la descripción de él es imperfecta si omitimos su "amor" por su divino Maestro. No sólo conoce, confía y obedece. Va más allá: Ama.

    Esta característica singular del cristiano auténtico se menciona varias veces en la Biblia. "Fe en el Señor Jesucristo", es una expresión con la cual muchos cristianos están familiarizados. Nunca olvidemos que el amor es mencionado por el Espíritu Santo en términos casi tan fuertes como la fe. Grande es el peligro del que "no cree"; pero el peligro del que "no ama" es igualmente grande. No creer y no amar son pasos hacia la perdición eterna.

    Vea lo que les dice Pablo a los corintios: "El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene" (1Co. 16:22). Pablo no ofrece ninguna vía de escape al que no ama a Cristo. No le deja ninguna excusa o escapatoria. Uno puede carecer de conocimiento intelectual y, no obstante, ser salvo. Puede caer tremendamente, como David y, no obstante, volver a levantarse. Pero si no ama a Cristo, no anda en el camino de la vida. Sigue siendo objeto de maldición. Anda en el camino ancho que lleva a la perdición.

    Vea lo que Pablo le dice a los efesios: "La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable" (Ef. 6:24). Aquí Pablo está enviando sus saludos y declarando su simpatía por todos los cristianos auténticos. A muchos de ellos, indudablemente, nunca los había visto. Muchos en la iglesia primitiva eran débiles en la fe, en conocimiento y fallaban en negarse a sí mismos. ¿Cómo, entonces, podía describirlos al enviarles su mensaje? ¿Qué palabras podía usar para no desanimar a los hermanos débiles? Pablo escoge una expresión genérica que describe con exactitud a todos los cristinos auténticos. No todos habían alcanzado la misma madurez ni en la doctrina ni en la práctica. Pero todos amaban a Cristo con sinceridad.

    Vea lo que nuestro Jesucristo mismo le dice a los judíos: "Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais" (Jn. 8:42). Vio a sus errados enemigos satisfechos con su condición espiritual por el hecho de ser todos descendientes de Abraham. Los vio, como sucede con muchos cristianos ignorantes de nuestra época, que se creen hijos de Dios nada más por haber sido circuncidados y pertenecer a la iglesia judía. Se establece el amplio principio de que nadie es hijo de Dios si no ama al Hijo unigénito de Dios. Nadie que no ama a Cristo tiene el derecho de llamar "Padre" a Dios. Bueno sería si muchos cristianos recordaran que este principio portentoso se aplica a ellos tal cojo se aplica a los judíos. ¡Sin amor a Cristo nadie se puede llamar hijo de Dios!

viernes, 4 de abril de 2025

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

Aplicación práctica

    Daré algunas palabras de aplicación de todo el tema y, con esto, habré terminado.

    (a) Para empezar, advierto a todo el que está viviendo solo para el mundo, que piense bien lo que está haciendo. Aunque no lo sepa, usted es enemigo de Cristo. Él conoce sus caminos aunque le esté dando la espalda y se niegue a entregarle su corazón. Está observando su vivir cotidiano y notando lo que hace. Habrá una resurrección de todos sus pensamientos, palabras y acciones. Usted puede olvidarlas, pero Dios no las olvida. Puede ser que usted ni les dé importancia, pero están escritas con cuidado en el libro de memorias. ¡Oh, hombre mundano! ¡Piense en esto! Tiemble, tiemble y arrepiéntase.

    (b) En segundo lugar, advierto a todo formalista y fariseo que mire bien que no sea engañado. Usted se imagina que irá al cielo porque asiste regularmente a la iglesia. Se queda tranquilo pensando que tiene vida eterna porque siempre participa de la Cena del Señor y su asistencia  a los cultos es perfecta. Pero, ¿dónde está su arrepentimiento? ¿Dónde está su fe? ¿Dónde están las evidencias de un nuevo corazón? ¿Dónde están las evidencias de regeneración? ¡Oh, cristiano de nombre solamente! ¡Piense en estas preguntas! ¡Tiemble, tiemble y arrepiéntase!

    (c) En tercer lugar, advierto a todo miembro negligente de las iglesias que tengan cuidado, no sea que por su negligencia, su alma termine en el infierno. Usted vive año tras año como si no hubiera ninguna batalla que pelear con el pecado, el mundo y el diablo. Pasa la vida sonriendo, riendo y portándose como un caballero o una dama, y actúa como si no hubiera un diablo, un cielo ni un infierno. Oh, miembro negligente de la iglesia, episcopal negligente, presbiteriano negligente, independiente negligente, bautista negligente: ¡Despierte para ver las realidades eternas en su verdadera perspectiva! ¡Despierte y póngase la armadura de Dios! ¡Despierte y luche duro por la vida! Tiemble, tiemble y arrepiéntase.

    (d) En cuarto lugar, advierto a todo aquel que quiera ser salvo, que no se contente con las normas del mundo concernientes al cristianismo. Nadie que tiene los ojos abiertos puede dejar de ver que el cristianismo del Nuevo Testamento es muy superior y más profundo que el que profesa la mayoría de los cristianos. Esas prácticas ceremoniosas, fáciles y carentes de obras que la mayoría llama cristianismo, evidentemente, no es el cristianismo del Señor Jesús. Las virtudes que elogia en estas siete epístolas no son las que elogia el mundo. Las cosas que condena son cosas en las que el mundo no ve nada malo. ¡Oh, si su intención es seguir a Cristo, no se contente con el cristianismo del mundo! Tiemble, tiemble y arrepiéntase.

    (e) En último lugar, advierto a todo el que profesa creer en el Señor Jesús, que no se contente con una medida escasa de él.

    De todas las cosas que se ven en la iglesia de Cristo, no hay ninguna más penosa que el cristiano que se contenta y está satisfecho con un poquito de gracia, un poquito de arrepentimiento, un poquito de fe, un poquito de conocimiento, un poquito de amor y un poquito de santidad. Le ruego a cada uno que lee estas líneas que no sea ese tipo de cristiano. Si quiere ser útil, si desea promover la gloria de su Señor y si anhela paz interior, no se contente con solo un poquito de cristianismo.

    En cambio, busquemos cada día de nuestra vida progresar espiritualmente cada vez más, crecer en la gracia y el conocimiento del Señor Jesús, ser más humildes y conocernos mejor, crecer en espiritualidad, pensando en el cielo y conformarnos, cada vez mejor, a la imagen de nuestro Señor.

    Tengamos cuidado de no dejar nuestro primer amor como la iglesia en Éfeso, de ser tibios como la de Laodicea, de tolerar prácticas falsas como la de Pérgamo, de jugar con falsas doctrinas como la de Tiatira y de estar al borde de la muerte como la de Sardis.

    En cambio, anhelemos los dones mejores. Sea nuestra meta lograr una santidad excelente. Procuremos ser como la iglesia de Esmirna y la de Filadelfia. Mantengamos, sin fluctuar, lo que ya tenemos y procuremos continuamente, lograr más. Trabajemos para ser incuestionablemente cristianos. Que no seamos identificados como hombres de ciencia, ni escritores exitosos, ni hombres de mundo, ni gente divertida ni hombres de negocios, sino "hombres de Dios". Vivamos de modo que todos vean que lo más importante para nosotros es todo lo que se relaciona con Dios y que la gloria de Dios es nuestra primera prioridad, seguir a Cristo el gran objetivo del presente y estar con Cristo, el gran anhelo para la vida venidera.

    Vivamos de esta manera y seremos felices. Vivamos de esta manera y le haremos bien al mundo. Vivamos de esta manera y dejaremos buena evidencia detrás de nosotros cuando muramos. Vivamos de esta manera y lo que el Espíritu dijo a las iglesias no habrá sido dicho en vano.