martes, 29 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

Por no "calcular el costo", los que escuchan a poderosos predicadores evangélicos, a menudo sufren un final desventurado. Se conmueven y emocionan tanto que profesan lo que realmente no experimentan. Reciben la Palabra "gozosos" con tanta extravagancia que casi asustan a los viejos cristianos. Trabajan por un tiempo con tanta consagración y fervor que parece que van a sobrepasar a los demás. Hablan y trabajan con objetivos espirituales con tanto entusiasmo que hasta pueden avergonzar a los cristianos que ya tienen más tiempo en la iglesia. Pero cuando la novedad y la frescura de sus sentimientos han pasado, cambian totalmente. Dan prueba de haber sido terreno pedregoso. Son exactamente lo que describe el gran Maestro en la Parábola del Sembrador. "Al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza" (Mt. 13:21). Poco a poco su efímera consagración se esfuma y su amor se enfría. Tarde o temprano los asientos que ocupaban en los cultos están vacíos y, ni siquiera, son mencionados entre los cristianos. ¿Por qué? Porque nunca "calcularon el costo".

Por no "calcular el costo", centenares de personas que han hecho profesión de fe como fruto de "avivamientos religiosos", vuelven al mundo después de un tiempo y hacen quedar mal a la fe cristiana. Comienzan con una noción lamentablemente equivocada de lo que es el verdadero cristianismo. Se imaginan que no consiste de otra cosa más que levantar la mano cuando el predicador hace la invitación a "venir a Cristo" y sentir profundamente gozo y paz interior. Y entonces, después de un tiempo, cuando se enteran de que existe una cruz que hay que cargar, que nuestros corazones son engañosos y que hay un diablo ocupado siempre cerca de nosotros, se enfrían disgustados y vuelven a sus pecados de antes. ¿Y por qué? Porque nunca supieron realmente de qué se trataba el verdadero cristianismo. Nunca aprendieron que tenemos que "calcular el costo"¹.

Por no "calcular el costo", los hijos de padres cristianos, a menudo terminan mal y avergüenzan al cristianismo. Familiarizados desde sus primeros años con la forma y la teoría del evangelio, enseñados desde la infancia a decir de memoria los textos principales, acostumbrados a recibir enseñanzas acerca del evangelio o a enseñar a otros en la Escuela Dominical, se crían profesando una religión sin saber por qué y sin haber pensado seriamente en ella. Y entonces, cuando la realidad de la vida adulta empieza a presionarlos, a menudo sorprenden a todos cuando abandonan toda su fe evangélica y se pierden en el mundo. ¿Y por qué? Nunca comprendieron totalmente los sacrificios que implica ser cristiano. Nunca les enseñaron a "calcular el costo".

Estas son verdades serias y dolorosas. Pero al fin de cuentas, son verdad. Todas ayudan a mostrar la importancia inmensa del tema que estoy considerando. Todas destacan la necesidad absoluta de insistir sobre este tema a todos los que anhelan santidad y de exclamar en todas las iglesias: "¡Calculen el costo!"