jueves, 24 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

I. Lo que cuesta ser un verdadero cristiano

Primero, tengo que mostrar lo que cuesta ser un verdadero cristiano. No nos equivoquemos en el significado de lo que estoy diciendo. No estoy examinando el costo de salvar el alma de un cristiano. Sé muy bien que costó, nada menos que la sangre del Hijo de Dios, expiar los pecados y redimir al hombre del infierno. El precio pagado por nuestra redención fue demasiado alto: La muerte de Jesucristo en el Calvario. Hemos sido "comprados por precio"; Jesús "se dio a sí mismo en rescate por todos" (1 Co. 6:20; 1 Ti. 2:6). Pero nada de esto tiene que ver con la pregunta inicial. El punto que quiero considerar es otro completamente diferente. Se trata de a lo que el hombre tiene que estar dispuesto a renunciar si quiere ser salvo. Es la cantidad de sacrificio que el hombre tiene que hacer si su intención es servir a Cristo. Es en este sentido que hago la pregunta: "¿Cuánto cuesta?" Y creo firmemente que es una cuestión muy importante.

Admito sin problema que cuesta poco ser meramente un cristiano en lo exterior. Uno no tiene más que asistir a una iglesia dos veces los domingos y ser tolerablemente moral durante la semana para ser todo lo religioso que son miles de personas a su alrededor. Todo esto es barato y no requiere gran esfuerzo: No requiere nada de negarse a sí mismo ni sacrificarse. Si este es el cristianismo salvador que nos llevará al cielo cuando muramos, tenemos que cambiar la descripción que hace la Biblia del camino de la vida y escribir: "¡Ancha es la puerta y amplio el camino que lleva al cielo!"

Pero de hecho, algo le cuesta al verdadero cristiano, según las normas de la Biblia. Hay enemigos que vencer, batallas que librar, sacrificios que hacer, un Egipto que dejar atrás, un desierto que cruzar, una cruz que cargar y una carrera que correr. La conversión no se trata de poner al convertido en un cómodo sillón y llevarlo sentado al cielo. Es el comienzo de una tremenda batalla, en la cual cuesta mucho obtener la victoria. De allí, la enorme importancia de "calcular el costo".

Trataré de mostrar, precisa y particularmente, lo que cuesta ser un verdadero cristiano. Supongamos que alguien tiene la disposición de servir a Cristo, se siente atraído por él y tiene una inclinación a seguirle. Supongamos que alguna enfermedad, una muerte súbita o un sermón ha conmovido su conciencia haciéndole sentir el valor de su alma y el deseo de ser un verdadero cristiano. Sin lugar a dudas, hay múltiples motivos que animarían a ese alguien a ser un verdadero cristiano. Sus pecados pueden ser gratuitamente perdonados, sin importar cuántos sean o lo grandes que sean. Su corazón puede haber cambiado completamente, no importa lo frio y duro que era. Cristo y el Espíritu Santo, la misericordia y la gracia de Dios están listos para recibirlo. Pero aun así, debiera calcular el costo. Veamos detalladamente, una por una, las cosas que le costará.

(1) Para empezar, le costará su pretendida superioridad moral. Tiene que despojarse de todo orgullo y soberbia, y de creerse bueno. Tiene que contentarse con ir al cielo como un pobre pecador salvo solo por gracia, dándole el mérito y la justicia a otro. Al decir las palabras del Libro de Oraciones, tiene que sentir que ha "errado y se ha apartado como una oveja perdida" y que ha "dejado sin hacer las cosas que debiera haber hecho y hace las cosas que no debiera haber hecho". Tiene que estar dispuesto a renunciar a la confianza que tiene en su propia moralidad y respetabilidad, a sus oraciones, lecturas bíblicas, su asistencia a la iglesia, a recibir los sacramentos y confiar exclusivamente en Jesucristo.

Esto puede parecerles difícil a algunos. No me sorprendería. "Señor", le dijo el piadoso labriego al conocido James Hervey de Weston Favelle: "Es más difícil renunciar al yo orgulloso que al yo pecaminoso. Pero es absolutamente necesario hacerlo". Pongamos este costo como el primero y más importante. Para ser un verdadero cristiano, al hombre le costará crucificar su pretendida superioridad moral.