sábado, 19 de octubre de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(d) La batalla del cristiano es buena porque se libra con el mejor de los desenlaces y resultados. Es, indudablemente, una guerra en la que hay tremendas batallas y angustiosos conflictos, heridas, moretones, desvelos, ayunos y fatigas. Aun así, todos los creyentes, sin excepción, pueden decir: "Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Ro. 8:37). Ningún soldado cristiano jamás se pierde, desaparece ni es dejado por muerto en el campo de batalla. No habrá que llorar por él, ni se derramará nunca una sola lágrima por el soldado raso ni por un oficial del ejército de Cristo. Cuando llegue la noche, el mismo llamado a presentar armas será exactamente igual al que se hizo en la mañana. Las fuerzas inglesas marcharon desde Londres a la campaña de Crimea como un cuerpo magnífico de hombres; pero muchos valientes perdieron su vida y nunca volvieron a ver la ciudad de Londres. Muy distinta será la llegada del ejército cristiano a "la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (He. 11:10). No faltará ni uno. Las palabras de nuestro gran Capitán darán prueba de ser ciertas: "De los que me diste, no perdí ninguno" (Jn. 18:9). ¡Esto sí que es bueno!

(e) La batalla del cristiano es buena porque le hace bien al alma del que la libra. Todas las demás guerras tienen una tendencia mala, degradante y desmoralizadora. Exteriorizan las peores pasiones de la mente humana. Endurecen la conciencia y carcomen los fundamentos de la fe cristiana y la moralidad. Sólo la guerra cristiana tiende a recurrir a las mejores características que le quedan al hombre. Promueve humildad y caridad, reduce el egoísmo y la mundanalidad e induce a los hombres a poner sus afectos en las cosas de arriba. Nunca se ha oído de ancianos, enfermos y moribundos que se arrepintieran de librar las batallas de Cristo contra el pecado, el mundo y el diablo. Sólo se lamentan de no haber empezado a servir a Cristo mucho antes. La experiencia de aquel destacado santo, Philip Henry, no es la única. En sus últimos días le dijo a su familia: "Quiero que todos ustedes hagan constar que la vida vivida al servicio de Cristo es la vida más feliz que el hombre puede tener en el mundo". ¡Esto sí que es bueno!