domingo, 25 de agosto de 2024

SANTIDAD - J. C. RYLE (1816-1900)

 

(e) En último lugar, un concepto bíblico del pecado es un admirable antídoto contra los conceptos pobres de la santidad personal que lamentablemente prevalece en estos últimos días de la Iglesia. Este es un tema muy doloroso y delicado. Lo sé, pero no me atrevo a pasarlo por alto. Desde hace mucho tiempo tengo la triste convicción de que las normas del diario vivir entre los cristianos de gran parte de nuestros países han ido relajándose paulatinamente. Me temo que la caridad, amabilidad, alegría, generosidad, humildad, gentileza, bondad, auto negación, celo por hacer el bien y la separación del mundo a imitación de Cristo, son valores mucho menos apreciados de lo que deberían ser y que fueron importantes en la época de nuestros mayores.

No puedo pretender entrar de lleno en las causas de este estado de cosas y sólo puedo sugerir algunas conjeturas para ser consideradas. Puede ser que cierta profesión de religión esté tan de moda y sea comparativamente fácil en la actualidad, que las corrientes que antes eran agostas y profundas sean ahora anchas y superficiales, que lo que hemos logrado externamente, hemos perdido en calidad. Puede ser que el gran incremento de riquezas en los últimos veinticinco años ha introducido insensiblemente una plaga de mundanalidad, de autosatisfacción y del amor por lo placentero de una vida social basada en lo material. Lo que antes se llamaban lujos, ahora son comodidades y necesidades, y el negarse uno mismo y soportar "una vida dura" son cosas desconocidas. Puede ser que las muchas controversias que caracterizan a esta época han secado sensiblemente nuestra vida espiritual. Con demasiada frecuencia nos hemos contentado con un celo por la ortodoxia y, por ende, hemos descuidado las serias realidades de una consagración cotidiana práctica. Sean cuales fueren las causas, tengo que declarar mi propia creencia de que el resultado es el mismo. Han habido en los últimos años normas más bajas de santidad personal entre creyentes que lo que había en la época de nuestros mayores. ¡Todo esto trae como resultado que el Espíritu se contrista! El asunto requiere humillarse mucho y escudriñar el corazón.