jueves, 11 de julio de 2024

GUARDANDO EL CORAZÓN - JOHN FLAVEL

 
3- TIEMPOS QUE REQUIEREN UN CUIDADO ESPECIAL DEL CORAZÓN

9. EL TIEMPO DE LA TENTACIÓN

El noveno tiempo en que es necesaria la mayor diligencia y habilidad para guardar el corazón es cuando se produce una tentación y Satanás indispone el corazón cristiano tomando por sorpresa al que no está precavido.

Guardar el corazón en esos tiempos no es menos una misericordia que un deber. Pocos cristianos tienen la suficiente capacidad para detectar las falacias y repeler los argumentos con los que el adversario los incita a pecar como para escapar seguros y sin heridas de estos encuentros.

Muchos creyentes eminentes han sido impactados severamente por su falta de vigilancia y diligencia en tales tiempos. ¿Cómo puede por tanto un cristiano guardar su corazón de rendirse a la tentación? Hay varias formas importantes en las que el adversario insinúa la tentación y nos insta a caer en ella.

EN PRIMER LUGAR, Satanás sugiere que hay un placer para disfrutar.

La tentación se presenta con aspecto sonriente y voz atrayente: "¿Eres tan cerrado y flemático que no puedes sentir el poderoso hechizo del placer? ¿Quién puede apartarse de tales deleites?" Lector, podemos ser rescatados del peligro de tales tentaciones repeliendo la proposición del placer.

Se nos dice que cometer el pecado nos traerá placer. Supongamos que esto fuese verdad, ¿acaso serán también placenteros el reproche de la conciencia y la perspectiva del infierno? ¿Hay algún placer en los tormentos de la conciencia? Si es así, ¿por qué Pedro lloró tan amargamente? ¿Por qué clamó David como si sus huesos fuesen rotos? Escuchamos lo que se dice de los placeres del pecado, y ¿no hemos leído lo que David dice de sus efectos? "Tus saetas cayeron sobre mí, y sobre mí ha descendido tu mano. Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira; ni hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado" (Salmo 38:2-4).

Si nos rendimos a la tentación, tendremos que sentir esa angustia interna debido a ella, o las miserias del infierno. Pero ¿por qué debería atraernos el placer del pecado cuando sabemos que hay un placer inexpresablemente más real que viene de la mortificación de ese pecado? ¿Preferiremos gratificar un deseo que no es santo, junto con el veneno mortal que dejará detrás, en lugar del placer sagrado que viene de escuchar y obedecer a Dios, de cumplir con los dictados de la conciencia y mantener la paz interior? ¿Puede el pecado dar tal deleite como el que siente aquella persona que, resistiendo la tentación, manifiesta la sinceridad de su corazón y obtiene evidencia de que teme a Dios, ama la santidad y odia el pecado?