sábado, 3 de febrero de 2018
FEBRERO 3
“El que aun a su propio Hijo no
perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas
las cosas?” Romanos 8:32.
Si esta no es una promesa
en su forma, los es en verdad. Realmente es más que una forma, es un
conglomerado de promesas. Es un montón de rubíes, de esmeraldas y de diamantes,
con una pepita de oro para su engaste. Es una pregunta que nunca puede ser
contestada de modo que nos cause ansiedad de corazón. ¿Qué nos puede negar el
Señor, después de habernos dado a Jesús? Si necesitamos todas las cosas en el
cielo y en la tierra, nos las dará; porque si hubiera habido un límite, no importa
dónde, Él hubiese retenido a su propio Hijo.
¿Qué necesito yo hoy?
Solamente tengo que pedirlo. Puedo buscarlo fervientemente, pero no como si
tuviera que usar de fuerza y arrancar un don dado de mala voluntad, de la mano
del Señor; porque Él lo dará gratuitamente. De su propia voluntad nos dio su
propio Hijo. Ciertamente ninguno le hubiera propuesto que nos diera tal don.
Ninguno hubiera osado pedirlo. Hubiera sido demasiado presuntuoso. Él nos dio
espontáneamente a su Unigénito; ¿y alma mía, no puedes confiar en tu Padre Celestial
para que te dé cualquiera cosa y todas las cosas? Tu pobre oración no tendría
fuerza con el Omnipotente si la fuerza fuese necesaria; pero su amor, como un
manantial, brota de sí mismo y sobreabunda para suplir todas tus necesidades.