sábado, 11 de junio de 2016
LECTURAS VESPERTINAS – JUNIO 11
“Allí
quebró las saetas del arco, el escudo y la espada y tren de guerra”. Salmo 76:3.
EL glorioso
clamor de nuestro Redentor “consumado es”, fue el tañido que anunció la muerte
de todos los adversarios de su pueblo, la destrucción de “las saetas del arco,
el escudo y la espada y tren de guerra”. He aquí al héroe del Gólgota usando su
cruz como yunque y sus ayes como martillo, haciendo añicos, manojo tras manojo
de nuestros pecados, esas “envenenadas saetas del arco”, y menospreciando toda
denuncia y confutando toda acusación. ¡Qué golpes gloriosos da el poderoso
Rompedor con un martillo mucho más pesado que la fabulosa arma de Thor! ¡Cómo
los diabólicos dardos vuelan en pedazos y los infernales escudos son quebrados
como vasos de alfarero! He aquí, él saca de la vaina de infernal hechura la
temible espada de poder satánico y la rompe sobre sus rodillas como alguien
rompe leña seca y la echa en el fuego. He aquí, ningún pecado del creyente
puede ahora ser una saeta que lo hiera mortalmente; ninguna condenación puede
ahora ser una espada que lo mate, porque el castigo de nuestro pecado fue
sufrido por Cristo, y una expiación perfecta de todas nuestras iniquidades fue
hecha por nuestro bendito Substituto y Fiador. Ahora, ¿quién acusa? Ahora,
¿quién condena? Cristo murió; más aún, también resucitó. Jesús vació las
aljabas del infierno, apagó todo dardo de fuego, decapitó toda saeta de ira. El
suelo está sembrado de astillas y de restos de las armas de la lucha del
infierno, los que nos son visibles sólo para recordarnos nuestro peligro
anterior y nuestra gran liberación. El pecado no tiene más dominio sobre
nosotros. Jesús ha terminado con él y lo quitó para siempre. ¡Oh tú, enemigo,
las destrucciones han llegado a un fin definitivo! Hablad de todas las
admirables obras del Señor, vosotros que mencionáis su nombre; no calléis ni de
día ni cuando el sol se pone. Bendice, alma mía, al Señor.